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Periódico Judío Independiente
A 90 años de su muerte
Schólem Aléijem, La fuente del humor judío

Por Moshé Korin
Schólem Aléijem es un fenómeno cultural que rebasa la dimensión literaria; él es más que literatura.

Cada generación judía ve en Schólem Aléijem algo distinto. Cada “íschuv” descubre algo nuevo y propio en él : los socialistas lo consideran socialista ; los comunistas, comunista ; los bundistas, bundista ; los sionistas, uno de los suyos, ya que no en vano fue delegado en 1907 al VIII Congreso Sionista en “LA HAYA” - Holanda, donde anudó una amistad personal muy intensa con el poeta J.N. Bialik, y los judíos tradicionalistas, aún los religiosos, disfrutan con sus creaciones. Así es él, Schólem Aléijem: representa al pueblo en su conjunto , y por eso, a medida que sus raíces se adentran en el pueblo, su obra se renueva y se torna más universal.

Schólem Aléijem avanza a través de las generaciones con la gracia juguetona de “Mótl Peisi dem Jazns” (Mótl, hijo de Peisi el Cantor) ; con la universalidad de “Tevie der Míljiker” (Tevie el Lechero, o El violinista sobre el tejado) ; con el paso alado de “Menájem Méndl” (una especie de Don Quijote judío), que viene a nuestro encuentro para anunciarnos : - “¡He arribado, aquí estoy!”

Nació en la ciudad de Pereiaslew (Ucrania) el 2-03- 1859. Su familia se traslada poco después a Worunkow, también en Ucrania, donde pasa su infancia.

Cuando su padre, Nójem Rabinóvich, contrajo segundas nupcias al año y medio del fallecimiento de su esposa Jaie Esther, el joven Schólem debió soportar las injurias de su madrastra, que se pasaba el día maldiciendo. Entonces el travieso muchacho ideó la composición de un diccionario que registrara esos denuestos. Se sentó a la mesa, y mientras la mujer maldecía, él iba anotando. El padre advirtió que su hijo menor no paraba de escribir. Complacido, se acercó a quién le proporcionaba tanta satisfacción, tomó el papel en sus manos y se puso a leer en voz alta:

Aráintrogn (Traer alzado). ¡Aráintrogn zol men dij a krankn! ¡Ojalá te trajeran enfermo!

Aróistrogn (Sacar alzado). ¡Aróistrogn zol men dij a toitn! ¡Ojalá te sacaran muerto!

Arúmtrogn (Llevar alzado de acá para allá). ¡Arúmtrogn zol men dij oif di hent! ¡Ojalá te cargaran en brazos!

Avéktrogn (llevarse alzado). ¡Avéktrogn zol men dij oif dem beis óilom! ¡Ojalá te llevaran al cementerio!

Esn (Comer). ¡Esn zoln dij di vérem! ¡Ojalá te comieran los gusanos!

Trinken (Beber). ¡Trinken zoln dij di piavkes! ¡Beban tu sangre las sanguijuelas!

Shraibn (Anotar - escribir). ¡Shraibn zol men dij retzeptn! ¡Ojalá te anotaran recetas médicas!

Aránschraibn (Inscribir). ¡A meshúguenem óismekn un dij Aránshraibn! ¡Borrar a un loco e inscribirte en su lugar!

Demás está decir que el pequeño Schólem no pegó un ojo esa noche. No dejaba de imaginar a su colérica madrastra embistiéndolo, abriendo la boca para dar paso a una chorrera de insultos, mostrándole los puños, rechinando los dientes, persiguiéndolo alrededor de la mesa y por todas las habitaciones.

En la posada de su padre Schólem Aléijem conoció personajes de todo tipo: bromistas, embusteros, ilusionistas, vagabundos, fabuladores, “la gente sin importancia y sin mayores ambiciones”.. Ellos no paraban de contar historias sin fundamento, de las mil y una noches. Y en ocasiones se iban a las manos y revoleaban las sillas. Muchos de aquellos disparatados relatos, inspiraron a Schólem Aléijem para escribir sus “Aiznban Gueschijtes” (“Historias de Ferrocarril”), “Tóiznt un ein Najt” (“Las Mil y Una Noches”), y tantas otras creaciones de encantadora belleza. Podemos decir que Schólem Aléijem es el escritor que intercede por la gente común, por los más débiles.

En una misiva que Tevie der Míljiker (Tevie el Lechero) o más conocido hoy por el Violinista sobre el tejado dirige a “Panie Schólem Aléijem” (el eminente señor Schólem Aléijem), le expresa:

“Katonti” (me siento insignificante), no sé cómo le he caído en gracia para que Ud. se ocupe de alguien tan pequeño como yo, me haga el honor de cartearse conmigo... y no conforme con eso, aun publique mi nombre en un libro, haciendo de mí todo un “schálesch sudes” (“schalosch seudot”, es decir, alguien tan importante como la tercera comida del sábado), como si yo fuera a saber quién...”

Tal vez la quintaesencia del humor de Schólem Aléijem, se encierre en la frase de Mótl Peisi dem Jazns (Mótl, hijo de Peisi el Cantor), cuando afirma: “Mir iz gut, ij bin a iósem” (Soy huérfano, estoy muy bien). Ella parece indicarnos que, a despecho de un mundo cruel, desenfrenado, que condena a los niños a la orfandad, debe el hombre desplegar para sí, a partir de esa misma orfandad, una bandera que lo impulse hacia adelante.

Schólem Aléijem asumió la tarea de liberar al hombre de pueblo de su humillación, de su sentimiento de culpa. Creyó en él como portador de la vida y del destino de su gente.

El arte de Schólem Aléijem se pone al servicio de los agraviados; defiende a quienes sufren desarraigo y opresión; condena a este mundo y sigue siempre procurando salvar al hombre, a quien tal mundo pisotea como a un gusano. Y a propósito de los opresores y de los violentos, cita Schólem Aléijem al gran comediógrafo francés, Moliere, cuando pide: —“Pégame, pero déjame reír”. Y agrega: “Y yo, Schólem Aléijem, digo: —No me pegues, porque voy a reír de todos modos, y mi risa te va a doler más que a mí tus golpes.” De aquí deriva su famosa expresión: “Lajn iz guezunt, doktoírim heisn lajn”. (Reír es saludable, lo ordenan los médicos).

¿Quién otro en nuestra literatura amó tanto al hombre común y gris de la masa popular judía como Schólem Aléijem, que se empeño en captar la imagen luminosa del ser humano, con todos sus sufrimientos, alegrías y aspiraciones. Es éste el rasgo que también caracteriza a otro grande, el escritor ruso Máximo Gorki.

Dos años después del pogrom de Kíschinev , en 1905, la oleada de disturbios alcanzó también a la Kiev judía. Durante tres jornadas, Schólem Aléijem debió ocultarse con sus familiares, su esposa Olga Loiev, sus dos hijas y su hijo, hacinados con otras decenas de familias, en el Hotel “Imperial”. Bandas de cosacos facinerosos sembraban terror y muerte por las calles. Cantos salvajes, griterío de borrachos y alaridos de las víctimas. De pie en la puerta de acceso, el conserje, con su icono en la mano, convencía a los bandidos que en el Hotel “Imperial” se alojaban sólo buenos cristianos, temerosos de Dios.

En aquellos tristes días de pogróm en Kiev Schólem Aléijem pudo ver de muy cerca la sombra amenazadora de su propia muerte.

Schólem Aléijem vivió 11 años más. Fueron años de éxitos impresionantes, tanto para su producción literaria como para la teatral y artística; de apariciones triunfales en mitines multitudinarios, asambleas, celebraciones y temporadas literarias, así en Europa como en América, en Varsovia, París, Londres y Nueva York. Fatigado de tanto andar con sus “estrellas errantes”, sus queridos actores, y también sin ellos el inmortal Schólem Aléijem cerró para siempre sus mansos ojos azul claro. Fue el 13 de Mayo de 1916.

Junto a la tumba abierta en el cementerio de Nueva York, se unieron muchos miles de personas que, en aquel día destemplado, habían venido a acompañar hasta su eterno descanso al querido escritor.

Y así pudieron oír lo que decía su testamento:

“Cualquiera sea el lugar donde muera, pido que me entierren, no entre aristócratas por su extirpe abolengo o por sus bienes, sino, al contrario, entre judíos rudos y laboriosos, con el pueblo verdadero. De modo que la lápida que se ha de colocar luego sobre mi tumba, adorne las sencillas sepulturas a mi alrededor, y que ellas, a su vez, hermoseen mi propia lápida, tal como la simple y honrada gente de pueblo, dio lustre en vida a quien era su escritor.”

Y desde ese día, se acalló para siempre la generosa fuente de la risa sonora.

Nuestra conclusión: necesitamos a Schólem Aléijem con alma y vida. Nos hacen falta sus ideas, porque los valores que reivindica son parte de la gran tradición humanista de nuestro pueblo.

Lo necesitamos históricamente, en el proceso de selección de dichos valores, para que influya en la marcha y posterior desarrollo del pueblo, en la continuidad de su cultura.

Lo necesitamos psicológicamente, el ánimo del pueblo requiere su tono, su vitalidad, su fe, su cercanía, su reverencia por el hombre y su confianza en el ser humano.

Los términos de su legado se enraízan en el sueño profético de “Las espadas que se truecan en instrumentos de labranza”.

Su mensaje coincide con el desesperado esfuerzo del hombre por proseguir la marcha.

Por eso es bueno y justo que lo señalemos, a 90 años de la desaparición, como una alta cumbre, tal vez la más excelsa, en los mil años de creatividad del ídisch, en el trabajoso ascenso de la literatura ídisch a lo largo de siglos. Cuán valiosa fue esa difícil ascensión, la lucha sobrehumana por nuestra vida y por la cultura que expresa esa vida y ayuda a conformarla, si al cabo de 1000 años de creación en ídisch, pudo un pueblo, con tanta claridad, con tanta limpieza, de un modo tan humanamente lúcido, echarse a reír, tal como lo hizo a través de ese judío de Europa Oriental, Schólem ben Nójem Rabinovich, a quien todo el mundo llama Schólem Aléijem.



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