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Periódico Judío Independiente
Una visión histórica
Januca: Entre la resistencia y la asimilación

Por Moshé Korin
Se suele describir a menudo la fiesta de Janucá, como el resultado de la disyuntiva entre helenismo y judaísmo.

El hecho es que Israel, nunca se ha enfrentado a cultura auténtica alguna. Tuvo siempre presente, que la cultura fue y será la expresión genuina de todo lo que el hombre ha creado, como producto de su experiencia vital, al servicio del hombre y de la sociedad humana, en todos los órdenes de la creación material y espiritual.

Por ello, el pueblo judío, supo incorporar en su seno todos los aportes edificantes y de significado universalista de las demás culturas.

Helenismo Superficial

La verdad es, empero, que el helenismo no trajo a Asia -con el arrollador avance de Alejandro Magno, y su afán de crear un paliativo de molde cultural homogéneo, diluido y superficial, para su imperio en cierne- la auténtica expresión de la cultura griega.

No fue el encuentro con Aristóteles, con Hipócrates, Platón, Pitágoras o sus discípulos, los que esgrimieron los propagadores del helenismo frente a los judíos. Era la espuma, la efervescencia del modo de vivir griego –es decir, sus aspectos mundanos, superficiales, las expresiones de distracción, los placeres, la tentación de la refinada civilización epicúrea.

Las instituciones representativas de la vida pública griega, que Antioco Epifanes y el partido helenista, se empeñaban en imponer a los judíos, se identificaban con los gimnasios, en los que la exhibición de atletas desnudos, tenía estrecha afinidad con el homosexualismo o con el régimen de las hetereas, especie de geishas griegas, que inspiraban a un libertinaje sexual a los artistas y a sus mecenas. El culto de lo bello, se confundía con las bacanales dionisíacas, los placeres carnales competían con la voracidad del estómago de una sociedad ebria de victorias y ávida de goces materiales.

Lo que en la Tierra de Israel se enfrentaba a la austeridad, la continencia y las leyes éticas de los judíos, no eran las investigaciones de Aristóteles en el campo de la física, ni el sistema cosmogónico de Tolomeo, ni los teoremas de Pitágoras.

Se pedía a los judíos que sacrificaran cerdos a los ídolos, que violaran el descanso sabático, que infligieran las leyes dietarias de sobriedad y salubridad, que dejaran de estudiar la Torá, que participaran desnudos en los juegos gimnásticos; prácticas no aceptables para una fe que había escalado hasta el pináculo de la conducta moral del hombre.

Entre el judaísmo y el helenismo hubo un intercambio cultural muy fecundo y auténtico, que está muy por encima de las terribles contradicciones que culminaron con la fiesta de Janucá.

Entre los libros apócrifos, es decir los que no fueron admitidos en el canon bíblico, existen dos, denominados Macabeos I y II, tan antiguos como la milenaria fiesta de Janucá. Uno de ellos, el primero, hubiera podido tener el privilegio de ser canonizado en la Biblia –tal es su valor literario e importancia histórica- si no se hubiera perdido para siempre su original hebreo, conservándose tan sólo su versión al griego.

En el capítulo XII del primer libro de Macabeos, se habla de una embajada judía, que el príncipe Jonatán Jasmoneo envió a Ario, rey de Esparta. Allí mismo, está documentada una alianza entre ambos pueblos.

Es más, en su mensaje amistoso a la legación hebrea (precioso documento diplomático de hace casi 2200 años), Ario dice textualmente: “aquí se ha encontrado en cierta escritura, que los lacedemonios y los judíos son hermanos, y que son todos del linaje de Abraham” (Macabeos XII).

El calendario judío actual –no obstante tener ciertas reminiscencias babilónicas, en lo que atañe especialmente a los nombres de los meses- está inspirado esencialmente, desde el punto de vista de su estructura matemática, sobre la regla de oro de Metón, famoso matemático griego del siglo V, quien descubrió que añadiendo siete meses a lo largo de 19 años lunares, se completan igual cantidad de años solares. De allí deriva el agregado del mes de Adar II, en el calendario hebreo, en los así llamados años embolísmicos, siete veces en un ciclo de 19 años.

El sistema fonético del alfabeto griego, que se propagó luego de la escritura de todas las lenguas occidentales, se ha inspirado en el “Alef-Bet” hebreo-fenicio; y el nombre universal del alfabeto, proviene de ambas letras iniciales hebreas.

La primera traducción de la Biblia, la famosa Septuaginta, ha sido vertida al griego, alrededor de un siglo antes de los Macabeos.

Podríamos dar numerosos ejemplos de auténtico intercambio cultural greco-hebreo, que hacen a la civilización universal; pero estos pocos ejemplos resultan suficientes para demostrar que no existe enfrentamiento ni rivalidad, cuando se trata de cultura auténtica.

Asimilar pero no Asimilarse

La geografía específica y peculiar del territorio de Israel –con su accidentado panorama montañoso, cortado por valles profundos y empinados desfiladeros- hacían a esa tierra y al pueblo que la habitaba, relativamente inaccesibles para la influencia directa del extranjero.

Esta situación combinada con la empecinada resistencia de un pueblo temerario en la defensa, ante los conquistadores extranjeros y, especialmente, con su particularismo nacional y tradicional muy pronunciado, hizo que Israel se resistiera a adoptar prácticas e ideas ajenas, hasta tanto no se probara su valor y pudieran ser asimiladas, sin sacrificar la autonomía del espíritu, como la propia identidad, que permaneció como una de las principales características del pueblo judío, -que siempre luchó por preservar sus rasgos distintivos, y su fisonomía no conformista para sobrevivir.

Este es el trasfondo esencial del enfrentamiento de los macabeos en su lucha por preservar al judaísmo, cuyo triunfo culminó en la fiesta de Janucá (año 168 a.E.C.). Israel estuvo dispuesto, como queda demostrado, a asimilar de otros pueblos y culturas todo lo que, al resultarle útil, lo que no diluía su particular idiosincracia, ni interfería en su peculiar estilo de vida.

Las luminarias de Janucá alumbran este principio sagrado que los Macabeos de ayer y los de hoy, en la diáspora y en el Estado de Israel, defendieron y defienden, con tenacidad sin par, al precio, muchas veces, de sus propias vidas.


Número 473
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