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Periódico Judío Independiente
Jánucz Korczak
Un maestro y educador ejemplar

Por Moshé Korin
Resulta difícil, muy difícil, referirse a una personalidad tan original, tan luminosa, como la del Dr Jánucz Korczak. Más aún, cuando su nombre integra la lista de mártires de la Varsovia judía, uno de los millones inmolados por la barbarie.

Es que él mostró, a lo largo de su entera trayectoria, rasgos de santo y de mártir, entregado con alma y vida a un ideal. Su ideal fue el niño, ese ser tierno, débil, indefenso, condenado a soportar la eterna dictadura de los adultos.

Korczak estuvo ligado, la mayor parte de su fecunda existencia, al Asilo de Huérfanos de la calle Krojmane 92, en Varsovia. En ese hogar volcó la abnegación de un padre y de una madre al mismo tiempo. Fue su director, su médico, su lustrabotas, su educador, el corazón de la Casa que, en buena medida, debía sostener con sus propios aportes.

Y como buen pastor, no abandonaría a su rebaño ni aún en las horas más aciagas. Korczak sucumbió junto a sus niños.

Los informes procedentes del Gueto de Varsovia primero, confirmados más tarde por testimonios de sobrevivientes, tiempo después, dan cuenta de que Korczak caminó al frente de su grupo de niños, hasta el sitio donde los aguardaban los fatídicos vagones.

Una sombría procesión por las calles del gueto varsoviano. Korczak cargaba sobre sus hombros a dos pequeñuelos que no podían sostenerse sobre sus pies. Y una larga caravana de niños asustados, seguía su padre y educador. Iban rumbo a la muerte.

La personalidad



Korczak fue una de las personalidades más diáfanas, más luminosas del judaísmo polaco que perdimos, de un idealismo auténtico y depurado.

Contrapuesto a los alborotadores idealistas de pacotilla, siempre provistos de altavoces; él realizó su obra silenciosamente.

Perteneció a esa rara especie que anda en punta de pie y cumple su labor creadora con amor, con alegría y con entrega total.

Así como existe la oración en voz baja (“tefilá belájsh”), podríamos figurarnos un hacer en voz baja: no para cumplir meramente, sino por la propia conciencia, como resultado de un reclamo interior. De la misma manera, nuestros padres ejercían la caridad, la ayuda al prójimo, en secreto (“tzedaká beséter”): sin esperar recompensas ni elogios, ni reconocimiento público.
A esa clase de gente pertenecía Jánusz Korczak.

Su originalidad y su grandeza no radican en su muerte, sino en su modo de vivir. No sólo supo morir como mártir: vivió como tal. Entregó por sus ideales toda la vida, sus días, horas y minutos, en la forma más ardua del martirio.
Es difícil elevarse al rango de mártir, ascender a la jerarquía del”kidush hashem”, es decir, la renuncia a la vida, en aras de una idea. Eso se logra en circunstancias de gran exaltación espiritual. Mil veces más dificultoso es alcanzar la santidad en la existencia cotidiana.

Korczak vivió como un héroe y como tal cayó, junto al objeto de su amor y su pasión: el niño.

Junto a los “Móishelej”, “Ióselej”, “Isróliklej”,los mismos a quienes había dedicado su vida. No los abandonó, no los traicionó a la hora de la prueba suprema.


Por las noches


A altas horas de la noche, cuando el Hogar descansaba plácidamente, Korczak no dormía. Se lo podía ver deslizándose por los dormitorios, como un ángel de la guarda, velando por las tiernas vidas de sus niños.

Había dejado su lecho, o su mesa de trabajo, para levantar las frazadas que ellos, en la inquietud del sueño tiraban, y volver a taparlos.

No era ésta la única manifestación de su callado idealismo. Había otras muchas, que no llamaban la atención, de quienes lo rodeaban. Parecía natural que así fuera.

Korczak no recibía nada del Orfanato. Sí le entregaba lo mejor de su caudal espiritual y físico. No percibía sueldo de Director, ni de Médico , ni por ninguna otra función, como tampoco por el trabajo físico que realizaba.
Y eso parecía tan natural, tan sobreentendido. ¿Cobra acaso un padre por su dedicación, una madre por amar a sus hijos?.

Con paternal abnegación, daba a los niños todo: su saber, su talento, su energía, sus días y sus noches, y también sus ganancias, sus honorarios de escritor y de disertante exitoso.

Trabajo en equipo


No estuvo solo en las tareas, silenciosas y humildes, de ese idealismo cotidiano. Contó con un plantel de jóvenes educadores que lo ayudaban, supervisados por una colaboradora excepcional: Stepha Wilczinska, luminosa figura femenina del judaísmo polaco. Hija de una encumbrada familia judía varsoviana, dedicó toda su herencia y su tiempo al Hogar de Huérfanos.

Stepha Wilczinska no le iba en zaga a l Dr. Korczak en cuanto a su idealismo y su talento profesional en el trato con los niños. Firme como una roca sobrellevaba las preocupaciones que el complicado manejo del Hogar le deparaba, y lo cumplía a conciencia y con amor.

Empero, Korczak siguió siendo siempre el alma máter del Orfanato.

Era de ver cuánto amor, cuánta admiración le profesaban los niños. Había logrado la maravilla de ganarlos enteramente para su causa.

Sus mejores colaboradores fueron, no los docentes, sino esos niños del Hogar.
Y él, para ellos, un amigo, un compañero mayor, un padre; en verdad, un ángel bueno. Así lo sentían y lo valoraban.

Korczak provenía de un ambiente asimilado, alejado del judaísmo. Por eso no se deben buscar en él, particulares rasgos externos judíos. Sin embargo, pudo percibir la pena y la soledad de esos niños judíos varsovianos, hijos de la pobreza, de las calles Smotche y Krojmalne, y a ellos dedicó su vida.

A pesar de su escasa formación judía, Korczak sufrió como judío y se sintió ligado a su comunodad. Su nombre sobrepasó con creces las fronteras de Polonia.
Con la llegada al poder del nazismo en Alemania, en 1933, sufre una crisis. Le duele moralmente la política pro-nazi de los gobernantes polacos de ese momento.

Korczak es pesimista en cuanto al futuro de Polonia. Comienza a madurar en él la idea de trasladar el Hogar de Huérfanos a Eretz Israel. Pero se trataba de un paso muy serio, que requería preparación y, sin duda, importantes medios económicos.

Camino de educador


Korczak no llegó a los niños por casualidad, por accidente, como sucede a veces, que alguien recala sin querer en un oficio y luego revela sus aptitudes para desempeñarlo. Korczak eligió con total conciencia su camino de educador, y en él halló una misión para su vida.

Tras diversas mutaciones y búsquedas, encontró la felicidad y logró integrar su energía creadora junto a los niños.

De la seriedad con que asumió su misión educativa, da cuenta el hecho de que renunció al matrimonio; no quiso constituir un hogar, una familia, sólo por estar convencido de que, teniendo hijos propios, no podría dedicarse a los ajenos con la abnegación requerida, ni cumplir cabalmente sus deberes de educador.

Por eso, los pequeños desamparados, esos niños de la pobreza judía varsoviana, fueron sus verdaderos hijos. Y él su padre espiritual, su protector, su vocero, y su apoyo. El camino elegido le traería dicha, gozo y superación.
En una de sus primeras obras”El niño de la casa suntuosa”, Korczak ya presiente , que, hasta su último aliento permanecerá ligado a los chicos, y que ellos serán su consuelo, fuente de luz para su vida.

Y escribe: “Siento que se concentran en mi interior fuerzas por mí desconocidas, que van a abrirse paso hacia la luz, y que esa luz a de alumbrarme hasta mi último aliento. Siento en lo hondo del alma que he de alcanzar el objetivo, y con él la felicidad”.

Un idealismo tan límpido y acendrado, no surge ni se da en cualquier clima. Es un cultivo exquisito, infrecuente, que sólo una vida enraizada como la de Polonia de antaño, rica en tradiciones judías genuinas, podía producir.
¿Dónde encontraremos hoy gente de esa transparencia, justos de ese calibre?

Vivencia personal



En Junio de 1991,tuve el privilegio de visitar lo que fuera la sede del Orfanato de Janusz Korczak, en la calle Krojmalne 92 de Varsovia.

El había nacido en esa ciudad en 1878. Su verdadero nombre era Dr. Henrik Goldszmit.

Tenía 64 años cuando, a principios de agosto de 1942, emprendió aquella marcha sin retorno, seguido por sus niños bienamados, junto a ellos hasta el fin.




Número 453
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