El presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, quiere destruir a Israel, el estado del pueblo judío que, ironía de la historia, debe su supervivencia a dos reyes persas (Persia era el nombre internacional de Irán hasta 1935), Ciro II el Grande (600 AEC a 530 AEC), y Artajerjes I (465 AEC a 424 AEC).
Después de la muerte del Rey Salomón (928 AEC) las 10 tribus que vivían en el norte del país se declararon independientes y formaron el reino de Israel. Las otras dos tribus, Judá y Benjamín, permanecieron leales a la dinastía davídica, y formaron el reino de Judá. Durante los siguientes siglos los reinos hermanos alternaron las guerras fratricidas con épocas de paz y alianza contra enemigos comunes.
En el año 722 AEC los asirios conquistaron el reino de Israel, destruyeron a la capital, Samaria, y deportaron a la mayoría de la población a otras regiones del imperio asirio. Los israelitas deportados se asimilaron en sus nuevas localidades, perdieron su identidad, y desaparecieron de la historia, que hoy los recuerda como "las 10 tribus perdidas".
Siglo y medio más tarde, en el año 587 AEC, los babilonios, cuyo imperio había sucedido al de los asirios, conquistaron el reino de Judá, destruyeron a la capital, Jerusalén, y deportaron a la mayoría de la población a otras provincias del imperio babilónico. Los deportados no se asimilaron, y son los antecesores del pueblo hoy denominado "judío".
¿Porqué los israelitas del norte, conquistados por los asirios, perdieron su identidad, mientras los israelitas del sur, conquistados por los babilonios, la conservaron?
El mérito lo tiene el rey Ciro de Persia, quien, luego de conquistar Babilonia, alentó a los judíos deportados a que regresen a su país natal. 50 años después, el rey persa Artajerjes nombró al judío Nehemías gobernador de la provincia de Judea, y permitió a los judíos reconstruir el Templo y las murallas de la ciudad. El profeta Isaías reconoció la enorme importancia de los actos del persa Ciro al llamarlo "Mesías enviado por Dios", (Isaías 44:28).
Si los exilados no hubiesen retornado a Judea, el destino de ellos habría sido igual al de sus hermanos del reino del norte, se habrían asimilado y perdido su identidad. Sus descendientes no serían hoy judíos. No existiría el pueblo judío. No habría habido un movimiento sionista, y, por lo tanto, no existiría hoy el estado de Israel. Y, "last but not least", el Presidente Ahmadinejad no tendría que hacer hoy grandes inversiones y esfuerzos para desarrollar el armamento nuclear que le permita destruir al pueblo judío que vive en Israel.
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