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Periódico Judío Independiente
A 40 años de la guerra de los Seis Dias
La paz retrocede 30 años

Por Alejandro Wenger
Este es un año lleno de evocaciones en Israel. La más importante, la reconquista de Jerusalem, acaecida cuarenta años atrás, durante la heroica gesta de la Guerra de los Seis Días, que puso fin a veinte siglos de usurpación de la más sagrada ciudad del judaísmo. Pero habrá también otra evocación, de un hecho menos recordado, que es la llegada a Israel del presidente egipcio Anwar Sadat, ocurrida en noviembre de 1977, y su histórico discurso ante la Knesset, dando inicio al proceso de paz con Egipto que concluyó con los acuerdos de Camp David, y que Sadat firmara meses más tarde junto con Menajem Beguin (z”l), Primer Ministro de Israel.

Los israelíes de hoy tal vez estén demasiado atribulados con la amenaza nuclear iraní, el terrorismo palestino latente, el relativo fracaso de sus fuerzas armadas en la Segunda Guerra del Líbano y la incompetencia manifiesta de su dirigencia política, como para prestar atención a este último hecho. Pero es necesario destacar que el proceso iniciado con la visita de Sadat, que pudo haber llevado a un Medio Oriente de paz y prosperidad si los hechos posteriores se hubiesen desarrollado de otro modo, fue el corolario del paradigma estratégico que los israelíes habían llevado exitosamente adelante durante sus primeras tres décadas de existencia.

Pero lo que pareció promisorio en su momento, se desvaneció con rapidez; hoy por hoy, la supervivencia misma de Israel ha vuelto a estar tan amenazada como en 1967, y tan negada y hostigada como en 1977. Asimismo, el paradigma estratégico actual -el que ha venido siguiéndose con especial énfasis desde 1992-, y que fue sustitutivo del primero, no sólo ha dado muestras de agotamiento, sino de ostensible fracaso. El resultado es que el reloj de la paz en Medio Oriente ha retrocedido sus agujas en, al menos, treinta años.

La Muralla de Hierro.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el pensador Zeev Jabotinsky, fundador del sionismo revisionista y padre ideológico de la derecha judía, elaboró la doctrina conocida como "La Muralla de Hierro". El análisis de esta doctrina excede el marco de la presente nota, pero puede resumirse de la siguiente manera: la hostilidad de los árabes hacia los judíos obedece a diferencias culturales, religiosas y políticas (Jabotinsky se adelantó en 6 décadas al concepto de "choque de civilizaciones"), y por lo tanto no pueden soslayarse mediante políticas de apaciguamiento. En cambio, Israel debe actuar con una fuerza tan contundente que termine disuadiendo a los árabes de que su destrucción es imposible. Esta fuerza militar actuará como una invisible "muralla de hierro", que los árabes deben considerar infranqueable; sólo entonces será posible la coexistencia pacífica entre árabes y judíos. Pero -advierte Jabotinsky- ni bien los árabes vislumbren alguna brecha en la "muralla", una que permita creer que la destrucción de Israel es aún factible, las esperanzas de paz se esfumarán.

La doctrina de la "Muralla de Hierro" se aplicó de manera efectiva durante los primeros 40 años de Israel; paradójicamente, los gobiernos laboristas, desde David ben Gurión hasta el primero de Itzjak Rabin, fueron los que más a fondo la llevaron a cabo, aún a pesar de que eran ideas provenientes del campo ideológico opuesto. Pero en 1977, Menajem Beguin -nada menos que el heredero político de Jabotinsky-, decidió afrontar la posibilidad de entregar a los egipcios el control de la península del Sinaí a cambio de un tratado de paz duradero. Beguin consideró en ese momento que el punto de inflexión establecido por su mentor -la convicción de que Israel no se podía destruir- ya había sido alcanzado por Egipto; por lo tanto, la situación estaba madura para dar un giro en la relación con aquel país. De este modo -tal vez de manera involuntaria-, había contribuido a crear el siguiente paradigma de la política israelí: la fórmula "tierras por paz".

Tierras por paz.

Durante los diez años que precedieron a la llegada del segundo gobierno de Itzjak Rabin (1992-1995), las relaciones entre árabes e israelíes se caracterizaron por el estancamiento. El segundo líder árabe en reconocer a Israel y proclamar la paz -el presidente libanés Beshir Gemayel- fue asesinado en 1982 a pocas horas de asumir el poder; los asesinos -terroristas palestinos a las órdenes de Arafat- nunca fueron condenados por nadie, ni siquiera en forma simbólica. Siguió así el camino del propio Sadat, que había sido acribillado a balazos un año antes; su sucesor, Hosni Mubarak, si bien respetó los tratados preexistentes, no hizo nada por favorecer el diálogo entre israelíes y egipcios -por el contrario, se ocupó de mantenerlo al nivel más bajo posible-, y así concluyó la breve era pacifista árabe.

En esa misma época, mientras el pacifismo árabe se apagaba, los pacifistas israelíes provenientes del ala izquierda del partido Avodá, hicieron propia la fórmula "tierras por paz", que era una idea proveniente del campo palestino; como los palestinos nunca habían tenido ninguna tierra que les pudiese ser devuelta, tomaron como propias las de Judea y Samaria -que habían pertenecido al reino jordano hasta 1967-, y la de Gaza -que había sido una cueva de malvivientes incluso cuando era parte de Egipto, hasta ese mismo año-. La fórmula "tierras por paz" ganó tanta fuerza que terminó siendo el nuevo paradigma estratégico de Israel a partir del segundo mandato de Itzjak Rabin (1992-1995). Esta fórmula fue aplicada tanto por gobiernos de Avodá como del Likud (aunque en estos últimos sin mencionarla de manera explícita), y sus resultados fueron los Acuerdos de Oslo y la retirada israelí de Gaza y Jericó (1993), los tratados de Wye Plantation en época de Netanyahu, que incluían la retirada de Hebrón, el retiro unilateral de la Franja de Seguridad durante la administración de Ehud Barak (2000), y, finalmente, la evacuación de las colonias de Gaza durante el tramo final del gobierno de Ariel Sharon. Visto en perspectiva, el proceso sólo se detuvo durante los años de la Segunda Intifada (2000-2003).

Ahora bien: basados sólo en los hechos y más allá de cualquier debate ideológico, puede hoy afirmarse con certeza palmaria, que el resultado de la doctrina de "tierras por paz" ha sido un completo fracaso.

¿Hacia una nueva doctrina?
La Segunda Guerra del Líbano fue el dramático final que llegó Israel luego de décadas de "tierras por paz". Ahora ya no hay tierras, y tampoco hay paz. El peligro actual no se limita a las explícitas amenazas de los ayatollahs. Los palestinos están construyendo búnkeres y almacenando cohetes, con la guía de asesores iraníes, y en cualquier momento seremos testigos de un "Hezbollah - 2" desatado contra el sur de Israel desde Gaza. En el norte, las cosas no están mejor: los sirios han iniciado un amplio programa de rearme y están acumulando fuerzas militares frente al Golán como no se habían visto desde los albores de la Guerra de Iom Kipur (1973). Hezbollah, por su parte, dice haber recuperado e incluso acrecentado el potencial bélico que tenía antes del conflicto con Israel del año pasado. En Egipto, están apareciendo formadores de opinión que reclaman al gobierno que "retome" el control de una zona del Neguev cercana a Beer Sheva (argumentando confusas razones históricas que avalarían su pertenencia a Egipto), incluso por la fuerza si es necesario. Y por último, está resurgiendo con relativa fuerza entre los árabes israelíes un movimiento nacional-islamista, que pretende la unificación con los territorios autónomos palestinos de Cisjordania, a costa de la desaparición de Israel como entidad política; el diputado árabe israelí Hasmi Bishara, actualmente prófugo y acusado de espionaje a favor de Hezbollah, es la cara visible de este nuevo fenómeno, que tomó impulso tras la última guerra en el Líbano.

Por lo pronto, los estrategas israelíes se encuentran frente a un vacío doctrinario que ha llevado a aceptar vagamente la llamada "iniciativa saudita" -que ya había sido rechazada por Sharon-, o a hablar de extemporáneas "tratativas con Siria", con miras a una nueva retirada, esta vez del Golán. Estas iniciativas -que probablemente no sean más que manotones de ahogado de un gobierno que se hunde- reflejan con claridad que la dirigencia política de Israel ha perdido el norte. También es posible que una nueva doctrina esté en gestación. Pero lo que sí es seguro es que, de ser así, no será concebida en la calma de los claustros académicos, sino en el fragor de la batalla que se avecina.

Número 417
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