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Neturei Karta aliado de Iran
Iosef o el relato del sobreviviente…

Por Rab Dr. Mordejai Maarabi
“Et ajái anoji mebakesh…”. A mis hermanos estoy buscando. Frase que retumba como eco desde aquella Shejem bíblica hasta Dotán, el lugar donde esos hermanos se hallaban. Un joven reclama por sus hermanos. ‘Ve y observa la paz de ellos, y tráeme de vuelta una palabra’ era el pedido del anciano padre.
Doble misión: hallar a los hermanos en primer lugar. Divisar si entre ellos hay paz en segunda instancia. Y lo principal: regresar donde su padre, con la palabra…
Los hechos de nuestra Torá reverberan en los tiempos de cada generación. Eso no habla de actualidad, sino de constancia. Habla de que cuanto leemos –cuando podemos detener nuestros ojos y leer la intensidad de cada vocablo-, nos toca de cerca. Nos sigue hablando. Y podemos estar de ambos lados del relato. Como sujetos de la búsqueda o como sujetos de ser hallados. Aquí ese saber. Ese espejo increíble que se muestra ante nosotros en cada tiempo, en cada mirada, en cada lectura para el aprendizaje…
¿Dónde estamos, cada vez que repasamos este porvenir único llamado Torá? ¿Nos hemos alejado acaso de la casa del padre hacia campos ajenos donde pastorear? ¿Vive todavía ese hermano que puede y quiere –a riesgo de su propia vida-, salir a ver ‘nuestra paz’ e intentar llevar aguas calmas al progenitor que aguarda?
Iosef además de soñar, puede ver la realidad. Tal vez la realidad se dibuje en sus propios sueños. Ha heredado una capacidad paterna. También puede unir cielos y tierra con ella. Pero le cuesta horrores transitar los delicados puentes de la fraternidad…Como a su padre también. Conflictos, definen algunos. Superaciones, afirman otros. Aunque también en ello corre la identidad…
“Ki ben zekuním hu ló”. Sentía Iaacov por ese hijo primero nacido de Rajel una sensación singular. No era hijo de la vejez. ¡Todos sus hijos nacieron en Padam Aram durante los años de su esclavitud junto a Labán! Iaacov fue papá por vez primera a los 84 años…Todos formaron la corona de su ancianidad fecunda.
Iosef es algo más. Es el que puede, al decir del texto: “Va-hashiveni davar….”. Es el que puede ‘traerle de vuelta la palabra’. La comunicación, el diálogo, la buena nueva que los hermanos pueden (y deben) vivir juntos y también en armonía. Pero la realidad era otra.
El hombre circunstancial que encuentra Iosef en lugar de sus hermanos le dice: “Naseú mi-zé”. Algo así como ‘se fueron de esto’. En términos de la posmodernidad, ‘no están más en esto’, ‘it’s over…’. ¿Dónde se fueron? ¿En qué cosa no están ya más? Rashí delata: “Naseú min ha-ajvá”…Se fueron de la condición fraternal. ¡No son más tus hermanos!! Cuando los veas, parece decirle el hombre misterioso, te serán como ajenos…O te verán como enemigo. Y no sé, querido lector, que es peor…
Pero Iosef insiste. Y va hacia el encuentro de ellos. Lo que sigue, ya es conocido. Matarlo o venderlo como esclavo es la misma cosa. No sé cuál de los dos está verdaderamente a salvo de las fauces del horror. Los hermanos, sin embargo, lo reconocen…Iosef no los puede reconocer. Se visten igual, hablan igual, pero sus bocas solo pronuncian maldades. ¿Cómo habrá de llevar semejante palabra a su padre, que espera por él y una palabra?
El pozo profundo de un desierto silencioso será cómplice de los hermanos. Allí, desnudo, Iosef será devorado por serpientes y escorpiones, que esperan por su presa con paciencia…
¿Qué nos ocurre cuando estas imágenes recorren nuestros ojos hoy, en pleno siglo XXI? ¿Incomprensión? ¿Dolor? ¿Política? ¿Odio gratuito? Podría sumar signos de interrogación…Bien se podría.
Pero mi querido lector, Iosef sale en búsqueda de sus hermanos. Hermanos algunos que han sido devorados ellos mismos por la enajenación y la asimilación. Los que ‘pastorean en campos ajenos’ al decir del señor misterioso.
Pero cuando los encuentra, a estos hermanos, Iosef queda perplejo: son los mismos que vio hace días. Son los mismos con los que compartió sus sueños. Son los mismos con los cuales, en sus travesuras adolescentes, delató por improcedentes…
Hoy Iosef salió de vuelta a buscar a sus hermanos. Los encontró otra vez en campos ajenos. Pero ahora no intentan siquiera matarle. Ahora solo niegan que murió. Que fue cruelmente condenado a un pozo, “y el pozo estaba vacío, no contenía aguas” decía la Torá, y Rashí afirmaba lo de los escorpiones y las serpientes. Y si no está muerto, bien le vale ser esclavo. Muerto en vida…
El campo ahora es de la palabra. La palabra que debate. El campo se llama Irán, no es Shejem esta vez (aunque lo representa con suficiencia…). Allí estaban los hermanos de Iosef. Debatían acerca de la fantasía llamada Holocausto. Para nosotros ‘Shoá’… ¡¡Cruel destino para el judío, sea de donde sea, cuando niega traerle de vuelta la palabra a Su Padre!! ¡Esos hombres sentados a la mesa de los escarnecedores, ya no pueden traer una palabra a Su Padre Celestial siquiera!!
La historia bíblica me conmueve, no lo dude. Ver a los hermanos de Iosef en el siglo XXI, a los de ambos lados: aquellos que se han ido lejos, lejos de la fraternidad tanto como aquellos que vestidos igual y hablando igual, se han enajenado del dolor y la miseria judía moderna, me produce tristeza…Una profunda sensación de angustia y de ahogo. Se han equivocado esta vez los llamados “Neturéi Carta” a mi humilde entender… Han ido lejos. Muy lejos. Más allá de cualquier ‘fraternidad’. Más allá del ‘Dotán’ de nuestra parashá…Porque imagino que están negando la propia salvaje muerte de algunos de sus ancestros directos. Que no vieron la luz ya no de un estado judío, sino de la soberanía de un pueblo en su propia tierra. Nadie puede compartir una mesa de difamación y vileza. Nadie puede sentarse a negar lo esencial…Eso duele en la carne de Iosef.
Por cierto y por suerte acerca de este Iosef que no volvería a traerle palabra a su padre por ahora, dice la Torá que “todo cuanto emprendía, HaShem le hacía ser exitoso…”. Iosef aún tiene hatzlajá…Porque D’s esta con él. Con aquel que ha vivido aún en las sombras de la muerte siendo Iosef, y teniendo memoria. Y siendo fiel a su historia. Y siendo honorable para con su pueblo…Porque Shejem, la ciudad de la sangre, terminó siendo su heredad. Allí la fortaleza del ir, del enfrentar la adversidad, del saber que de las mismas cenizas que lo vieron morir, se habría de levantar el suelo para sus hijos. ”Yo soy de la descendencia de Iosef el justo, que no gobierna sobre el ojo perverso” afirma el dicho. ¿Usted también?

Rab Dr. Mordejai Maarabi
Gran Rabino
Comunidad Israelita
Montevideo, Uruguay

Número 409
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