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Periódico Judío Independiente
Cómo venció a la dislexia:
Mijael Zarjin

Por Moshé Korin
El año pasado durante mi estadía en Israel, en una interesantísima audición radial de trasnoche, escuché una entrevista a Mijael Zarjin, un Sr. disléxico que recién a la edad de 16 años, gracias a un abnegado doctor estadounidense, aprendió a leer y escribir y en la actualidad trata a niños que sufren graves desordenes de aprendizaje. Él fue relatando apasionadamente su historia durante el programa de radio.
Muy emocionado por sus palabras traté de averiguar y obtuve mas datos acerca de Mijael.
Zarjin explicaba que hoy en día, cuando muchos niños son enviados por la maestra jardinera o el docente de la escuela primaria a observación, resulta algo difícil creer que hasta hace tres décadas aproximadamente los chicos que padecían dislexia y otros trastornos del aprendizaje prácticamente no eran tratados, se los consideraba “casos perdidos”, y eran condenados por lo general a una vida de analfabetismo.
Así era Mijael, quien de niño y adolescente pasó por varias escuelas y establecimientos, sin que ninguno de ellos supiera hacer frente a su dislexia.
Zarjin, hijo de una familia acomodada, cálida y que brindaba contención del norte de Tel Aviv, logró, a pesar de los oscuros vaticinios, aprender a leer, escribir, e incluso superar por completo la severa dislexia que padecía. Sus difíciles vivencias y el largo camino que debió recorrer hasta sobreponerse al síndrome, fueron relatados muy didácticamente, durante el programa radial, gracias también a las inteligentes preguntas del conductor de la audición.
En los años ´60 del siglo XX, los niños disléxicos eran considerados incurables. Eran enviados a establecimientos especiales, destinados a niños con dificultades de conducta, y no se les brindaba allí ninguna atención apropiada. Para fortuna del pequeño Mijael, su madre no se rindió ni un instante. Ella le brindó su apoyo y “luchó como una leona”, tal como él definió en la audición. “Ya aprenderás a leer”, ella le decía una y otra vez, después de cada intento fallido. En forma paralela a su afanes por ayudar a su hijo, también fundó, todavía siendo él pequeño, la asociación “Nitzan” (pimpollo), que brinda ayuda hasta hoy a niños con problemas de aprendizaje.

Medio año en 1er. Grado
Zarjin atestiguaba sobre sí mismo durante el programa radial, que ya a los pocos meses de edad se evidenciaba que su desarrollo motor era más lenta de lo habitual. En el jardín se negaba a dibujar, y en general permanecía indiferente a los estímulos a su alrededor, a pesar de que con los niños jugaba alegremente y con ganas, y desde un punto de vista social no tenía problemas. Éstos comenzaron por supuesto en la escuela, donde sentía que no entendía absolutamente nada de lo que se decía en la clase. Al cabo de medio año su madre lo sacó del colegio, y tomó un maestro privado para él. Paralelamente, su madre comenzó a llevarlo a una larga serie de neurólogos, psicólogos y psiquiatras, mas ninguno de ellos consiguió definir el problema.
En 1960, cuando tenía seis años, Mijael fue llevado ante el Dr. O´Neal de Londres, experto en trastornos del aprendizaje. El fue el primer médico en llamar al problema por su nombre: dislexia. Sin embargo, explicó el médico, la investigación acerca de esta deficiencia se encontraba aún en pañales, y no existía un tratamiento conocido y sistemático. “Comiencen un tratamiento en el marco particular, con la orientación de un maestro-conductor, con amor y entrega, hasta que se encuentre la manera de tratar el trastorno”, dijo el médico.
Zarjin deambuló por varias escuelas, encubriendo su incapacidad para el aprendizaje mediante su desarrollada habilidad social, que lo ayudó para estar rodeado de amigos. Pero siempre lo acompañaba la sensación de que algún día se conocería su vergonzoso secreto: “el rey está desnudo: Mijael Zarjin no tiene la menor idea de lo que se aprende en clase”.

Punto de inflexión
En el verano de 1970, cuando tenía 16 años y todavía no sabía leer ni escribir, su madre oyó acerca del Dr. Gatman, un médico norteamericano especializado en dificultades del aprendizaje. Sin vacilar demasiado, madre e hijo viajaron a los EE. UU. “Él nos explicó que hasta ese momento se solía pensar que quienes padecían dislexia eran una clase de idiotas; pero él creía que se podía ayudar en gran medida para solucionar el problema. Incluso expresó su opinión de que en al cabo de algunos años no sólo que el trato hacia la dislexia cambiaría, sino que quienes la padecían incluso podrían integrarse en marcos normales de enseñanza y laborales”, relataba Zarjin.
El Dr. Gatman derivó a Mijael a un tratamiento con su discípulo, el Dr. Stanley Abelman, un optometrista judío, quien había obtenido un gran éxito en el tratamiento práctico de la dislexia.
En los meses que siguieron Mijael estudió en forma intensiva con el Dr. Abelman. Su progreso fue rápido y sorpresivo. Muy emocionado siguió compartiendo con el conductor radial: “A medida que el plan de tratamiento avanzaba, tanto más difícil me resultaba entender mi estado anterior. ¿Cómo no había llegado en una etapa anterior al presente tratamiento? Las ondas de alegría que sentí por mi estado actual alcanzaron picos hasta entonces desconocidos. Cada día que pasaba me revelaba un mundo nuevo y desconocido, un mundo de conceptos nuevos, a los que no había tenido acceso con anterioridad”. Medio años más tarde, Mijael regresó a Israel, sabiendo ya leer y escribir; pero el camino hacia la curación absoluta de la deficiencia todavía estaba lejos.
A la edad de 21 años, después del ejército, donde sirvió en tareas acordes a sus posibilidades se integró a la empresa textil familiar, pero tenía enormes dificultades para desempeñarse y organizar el trabajo. Paralelamente sintió que le faltaba una cultura general amplia. “Esto se notaba en particular cuando me reunía con amigos y personas”, siguió Mijael emocionadamente contando: “Leía poco, y este déficit me ponía en un brete: no sabía cómo ni dónde empezar a completar el faltante. Al principio intenté leer distintos libros. Esta tentativa me tornó evidente hasta qué punto yo carecía de conocimientos básicos, conocimientos que todo muchacho que hubiese estudiado 12 años conocía en profundidad. Sentía también que no tenía ningún medio para el autoaprendizaje. Saltaba de un tema al otro, de cuestión en cuestión, comenzaba un libro, y después de un capitulo o dos pasaba a otro libro. Por aquella época empecé a estudiar dos veces por semana con un estudiante, para que me inculcase una cultura general. Tenía dificultades para adquirir nuevos conocimientos y absorberlos”.

La segunda fase
Mijael comprendió que debía buscar nuevamente ayuda profesional; y esta vez fue el Dr. Alan Kay, un psicólogo de origen norteamericano que trabajaba para el departamento de educación especial de la Municipalidad de Tel Aviv y se especializaba en dificultades de aprendizaje. Durante el programa cita al Dr. Kay, quien dijo sobre Mijael lo siguiente: “su apego a la tarea por cumplir, su compromiso por demostrarse a sí mismo que era capaz de superar las crisis de la vida, produjeron el gran cambio”.
Dos años intensivos duró el tratamiento con el Dr. Kay, y tras ellos Mijael volvió a llevar una vida normal, e incluso pudo estudiar en la universidad. Se convirtió en un exitoso hombre de negocios, y paralelamente comenzó a brindar apoyo a personas que padecían trastornos de aprendizaje en general y dislexia en particular. En los últimos años dedica a esta tarea la mayor parte de su tiempo.

“Me-az iatzá matok” (De una desgracia salió algo bueno)
Terminó la entrevista relatando: “el hecho de que pude salir de la dificultad, liberarme de las ataduras de la dislexia, sólo demuestra que los padres y sus hijos no deben arrojarse a los brazos de la desesperanza y la resignación. No es posible ignorar el hecho de que es necesario hacer frente al distanciamiento social, a una sensación de soledad y a otras dificultades del niño disléxico. Pero cuando existen apertura y conciencia acerca de estas dificultades, se puede, y se puede enfrentarlas y superarlas”.
El conductor del programa que no recuerdo en este momento su nombre, le dijo que sería muy útil que escribiera un libro relatando sus vivencias y muy emocionado cerró la audición diciendo: “Me-az iatzá matok” (De una desgracia salió algo bueno) e inmediatamente pasaron una hermosa melodía muy apropiada al clima que se percibió durante la apasionante hora radial.
Dice en el libro “Pirkei Avot” – “Las Máximas de Nuestros Sabios”: “Iagata, Matzata” – “Te esforzaste, encontraste”.

Número 409
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