Comunidades


Periódico Judío Independiente
Una Pérdida Colosal
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

El slogan de la campaña electoral que llevó a Ariel Sharon a la oficina del Primer Ministro de Israel en el año 2001 rezaba en hebreo “Rak Sharon evi shalom” (Sólo Sharon traerá la paz). La propaganda televisiva mostraba sucesivas imágenes de un Arik sonriente tomando flores en la pradera, manejando un tractor con el trasfondo de un cielo límpido, o sentado junto a un niño, con una tranquila melodía de fondo. Recuerdo que al ver ese corto publicitario en el televisor de mi departamento en Jerusalém no pude menos que sonreír frente a la idea de los asesores de imagen de Sharon de apelar a la carta de la paz al promover la candidatura de un peso pesado de la política israelí como lo era “la topadora” Sharon: el militar implacable que había derrotado al terrorismo palestino de los años cincuenta, contenido el avance egipcio durante la guerra de Iom Kipur de 1973, expulsado a la OLP de su bastión en Beirut en 1982, generado temeroso respeto en el mundo árabe, y colonizado Judea, Samaria y Gaza a partir de la victoria relámpago del ejército israelí en la guerra de los seis días de 1967. Hoy, sin embargo, puedo advertir la verdad de aquel slogan forzado de antaño: efectivamente, al afianzar la seguridad del estado, Sharon ha sentado las bases para la consolidación de la paz.

Esto es así porque Sharon adoptó al realismo como el vector de su estrategia geopolítica, diplomática y militar. A diferencia de las propuestas tradicionales del Laborismo y del Likud- cada una a su manera ilusoria e imposible- Sharon encontró un camino intermedio, a la vez asequible y razonable, entre los polos opuestos de la paz fantasiosa con la que la izquierda ha incurablemente soñado, y el futuro de posesión territorial eterna que la derecha ha idealizado. Sharon comprendió que tanto la izquierda como la derecha habitaban, si bien en rincones apartados, el mismo territorio de la ilusión. La izquierda presenció el colapso de sus presupuestos ideológicos mediante el proyecto Oslo, donde la irrealidad de sus nociones y la ingenuidad de sus propuestas pacifistas estallaron con cada bomba de los terroristas palestinos. La derecha insistió en negar la realidad del mapa demográfico nacional y quedó así huérfana de un criterio sobre el que sustentar su de otra forma coherente política de seguridad. Al posicionarse en el centro del espectro político, Sharon no solo aglutinó el sentir de muchos israelíes, sino que gestó la única estrategia política y de seguridad viable en la coyuntura presente; un sendero imperfecto quizás, pero desprovisto de la pureza ideológica de la derecha o del pacifismo romántico de la izquierda. Es decir, un sendero transitable al fin de cuentas.

Es por esto que la mayor parte de los israelíes lo apoyan, dándole altas posibilidades de haberse convertido en el primer gobernante israelí en obtener tres mandatos consecutivos, donde el último de ellos a su vez quebraría el habitual bipartidismo Likud-Laborismo al permitir, de haberse dado el caso, por primera vez a un candidato que no perteneciera a los partidos tradicionales alcanzar el puesto de primer ministro. Esto hubiera sucedido a pesar de los importantes vaivenes ideológicos de Sharon así como de la casi total vaguedad con la que manejaba su agenda política. Nadie, salvo quizás sus más próximos allegados, sabían con certeza hacia donde se dirigía Sharon. Existía, podríamos decir, una suerte de acuerdo tácito entre el gobernante y los gobernados a propósito de la dirección en la que la nación se encaminaría bajo su tutelaje. Había confianza en su sentido político, en su experiencia, en su realismo, en su criterio para la toma de decisiones, y, por sobre todo, vasta confianza en la fuerza con la que él implementaría tales decisiones. El cariño que gran parte del pueblo le tiene quedó expresado en boca de un ciudadano israelí entrevistado por la prensa internacional, al decir: “Él es como un abuelo para nosotros”. Esta veta paternalista y protectora es, en esencia, profundamente Ben-Gurionista, y será indudablemente añorada por un largo tiempo en Israel.

Al momento de escribir estas líneas, Sharon continúa internado. Ya es vox populi que no podrá retornar a la vida política, pero su legado –gestado en menos de cinco años de gobierno- ya es formidable. Él ha quebrado a la intifada palestina mediante una combinación de medidas tales como la construcción de la barrera de seguridad, la eliminación selectiva de terroristas, el reingreso a zonas conflictivas, y la marginación del entonces líder de los palestinos y acérrimo enemigo, Yasser Arafat, cuya muerte pudo Sharon presenciar. Ha demostrado la solvencia y la posibilidad del unilateralismo como modo de acción israelí, a partir de la carencia de un socio para la paz serio del lado palestino y frente a la realidad de un mundo poco comprensible de los dilemas de Israel. Y lo más importante de todo, a pesar de la vaguedad que lo rodeaba, ha legado a su nación una visión de futuro, una guía a seguir basada en lo que podríamos llamar un pacifismo realista, sustentado no en la fantasía de lo ideal, sino en la seguridad de lo verdadero.

El antaño considerado paria internacional por sus detractores, el general demonizado por sus adversarios, el político humillado otrora por sus propios hermanos, abandona el escenario político ahora vindicado ante enemigos y aliados por igual. Ariel Sharon deja tras de sí un estado judío más seguro, más unido, y con una Hoja de Ruta hacia el futuro diseñada a partir de la sabiduría, temple y trayectoria que merecidamente lo han ubicado en el panteón de los grandes próceres de Israel y héroes de la historia judía.

Enero de 2006
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