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Periódico Judío Independiente
OBESIDAD Y VACIO EXISTENCIAL
Hambre de amor

Por LIC ADRIANA SEREBRENIK
La primavera está por florecer y Liliana está angustiada. La razón parece trivial: el calor está por llegar y le resulta difícil disimular los kilos de más. A la noche, cuando su marido enciende el televisor, su hijo cierra la puerta de la pieza y su hija habla por teléfono, se dirige a la cocina y revuelve la despensa. Busca “algo que la llene”. A Liliana le cuesta darse cuenta de que la insatisfacción con su vida se irradia y condensa en los kilos de más: come porque le cuesta hablar, tapa el enojo con comida. Muchos de nosotros, como Liliana, masticamos para callar lo que no nos gusta, porque nos da miedo reclamar lo que necesitamos. Tememos el rechazo y terminamos por auto-rechazarnos. Entonces, no sólo necesitamos aprender a comer de otra forma, sino también a vivir de otra manera.

COMIENDO ANGUSTIA
Para estar bien con nosotros mismos es importante poner palabras a nuestro dolor, verbalizar la angustia corporizada , manejar adecuadamente la ansiedad y construir el coraje para modificar lo que nos produce malestar. A veces comemos de más ante la implosión de emociones que aún no logramos discriminar. Estamos enojados y comemos, nos sentimos rechazados y masticamos, nos percibimos inseguros y deglutimos. Comemos en lugar de expresar con palabras lo que nos preocupa y duele. No sabemos cómo afinar nuestra propia desarmonía y la tapizamos devorando lo que encontramos.

Esta compulsión a comer es una conducta adictiva. Surge ante sensaciones displacenteras, como la ansiedad, el enojo, la depresión o cuando nos sentimos desatendidos. La comida es un sustituto inconsciente de sosiego y consuelo, pero es sólo un placebo. El vacío ronronea y nos impide descansar en paz. Nuestro niño interior - aquella partecita de nuestra personalidad desesperada de amor, reconocimiento y cuidado - después de la ingesta, sigue insatisfecha. Este agujero íntimo, que ilógicamente llenamos con alimentos, precisa ser descifrado: confundimos glotonería con hambre de amor.

CARNE Y ESPIRITU
Nuestra espiritualidad nos recuerda que tenemos un cuerpo y agradecemos a Dios que somos carne y principio vital. Hay un ser espiritual que habita nuestra piel y susurra a través de ella. El envoltorio físico es un santuario, un templo para el alma, por eso merece ser cuidado. Nuestra Kehila , a través del Kashrut, tiene una particular mirada acerca de lo que ingiere, porque sostiene que somos lo que comemos. Para asegurar la salud y el bienestar de nuestro espíritu, el Todopoderoso ha sugerido una dieta especial, peculiar y singular. Los animales kasher (aptos) deben tener pezuñas partidas, rumiar y masticar muy bien sus alimentos. El Antiguo Testamento enseña que, al igual que los animales permitidos para su consumo, podemos aprender de ellos a masticar y re-pensar cada acción que ejecutamos, midiendo sus consecuencias, a rumiarlas verificando con cuidado nuestras metas antes de iniciarlas. Si bien los preceptos del Kashrut son primariamente espirituales, son muchos sus beneficios en la salud física.

FAMILIA Y OBESIDAD
Cuando hay un niño, adolescente o joven adulto obeso, la enfermedad no está sólo en él. La familia contribuye sin darse cuenta a construir este síntoma de malestar. El niño es un emergente del conflicto que está aconteciendo en el grupo afectivo más íntimo. A veces, el hijo obeso es “elegido” para compensar frustraciones y desacuerdos entre los padres. Los progenitores que permanentemente pelean entre sí, sólo logran unirse para ocuparse “del problema”. Una causa frecuente de aumento de peso en los adolescentes es la actitud de los padres, que sobreprotegen y ahogan con comida la necesidad de autonomía de los jóvenes. Hay oportunidades en que los padres de un “adulto-joven gordito” suministran lo que suponen que él necesita y la realidad es que no siempre esto coincide con lo que el chico-grande precisa.

Generalmente, la gordura es la consecuencia del sometimiento, del temor a mostrar que pensamos distinto. Los afectos pueden contribuir consciente o inconscientemente a perpetuar el sobrepeso o a favorecer el adelgazamiento. Comprender el porqué y el cómo de la influencia familiar en los kilos de más, ayuda a solucionar esta dificultad.

CIRCULO VICIOSO
Cuando abrimos la heladera indiscriminadamente, o buscamos en la despensa “algo que nos llene” estamos “enchalecando” la angustia que nos asfixia: encapsulamos el malestar. No solucionamos problemas, los acallamos. Al dormir nuestro sufrimiento, éste despierta más vivaz y la necesidad de esconderlo resulta imperiosa, por eso comemos de más. Es un círculo vicioso. Cuando nos alimentamos excesivamente o ingerimos alimentos tóxicos, mostramos que estamos mal con nosotros mismos. Atentamos contra nuestra salud, porque estar en el peso adecuado no es una cuestión meramente estética. Al engordar, perjudicamos el funcionamiento de nuestro organismo.

MIL INTENTOS Y UN INVENTO
Cuando el sol calienta (y no precisamente en la playa), las dietas de moda se multiplican y todos nos ilusionamos pensando que el régimen de la luna, la disociada o la de la manzana nos garantizará la figura ideal de las modelos publicitarios. Al adoptarlas, mágicamente algunos kilos desaparecen para reaparecer al poco tiempo, duplicados. La solución no consiste en privarse de comer. El verdadero cambio, el duradero, no está en el afuera. Lo perdurable se encuentra en la transformación del estilo de vida: modificando nuestra conducta frente al conflicto, cambiando la actitud cuando los desafíos se presentan y transformando hábitos para dosificar la calidad y cantidad de la ingesta.

La metamorfosis siempre es de adentro hacia afuera.

Así lo recita Jack Riemer: “No podemos meramente rezarte a ti, oh Dios, para que pongas fin a la enfermedad, porque tú ya nos diste la inteligencia con la cual buscar curas y remedios, si sólo los usáramos constructivamente. En cambio, te rezamos a tí, para que nos des fuerza, determinación y voluntad para hacer en lugar de orar, para ser en vez de sólo desear...”.

Agosto de 2005
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