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Periódico Judío Independiente
Albert Einstein a 50 años de su muerte
LAS DIMENSIONES DE UN GENIO

Por Ing.Sami Sverdlik, Especial para Comunidades
samisverdlik@aol.com
“Considero el ser judío un regalo del destino”Albert Einstein


El hombre balbuceó unas palabras en alemán, exhaló un suspiro y cerró sus ojos para siempre. Había fallecido –según la contundente aseveración de Stephen Hawking- “el mayor físico teórico que jamás haya existido”. En Princeton, Estados Unidos, corría el 18 de abril de 1955… Hace de esto cincuenta años.
Si el científico desbordó a su tiempo por sus teorías, al evocarlo es pertinente también analizarlo desde el punto de vista filosófico, humanista y judío.
El 14 de marzo de 1879, nace en Ulm, Alemania, Albert Einstein
De niño tenía dificultades para hablar; igual que Leonardo Da Vinci era disléxico. A los tres años sus padres lo llevan al médico. El galeno pontifica para los tiempos: “Cuando sea grande será un minorado mental”. También su profesor de física se convierte en vidente. Tras ponerle un uno le advierte: “en física nunca llegarás a nada”…
El niño Einstein, cuyos padres eran judíos no observantes, pronto descubriría su a-mor a Dios. Le escribía poemas, acataba el ayuno de Iom Kippur y la comida “ca-sher”, les reprochaba a sus progenitores su falta de obediencia. A los doce años tras-toca sus pensamientos. Él mismo así lo reconoce varias décadas más tarde.Con el tiempo cambiaría de forma de pensar.
Contrariamente a la leyenda de que tenía bajas notas en su paso por las aulas, el boletín de calificaciones adjunto, correspondiente a sus 17 años, muestra la verdad. En una escala cuyo máximo es el seis (6), equivalente al diez (10) de uso actual, el cita-do boletín echa por tierra la fábula corriente. Como se desprende el seis aparece en matemáticas y física.
A los 18 años fijaría su derrotero en la vida al expresar: “Una tarea extenuante y la contemplación de la naturaleza de Dios son los ángeles que me reconciliarán, for-tificarán y todavía en forma despiadadamente severa me guiarán a través del tumulto de la vida”.
En 1905, a los 26 años, –su annus mirabilis- con cuatro escritos va a cambiar la física y el mundo… En seis meses sacude a la ciencia con los átomos, los cuantos, la Relatividad y la ecuación gloriosa.
Explica el efecto fotoeléctrico y nace entonces su primer legado: la teoría corpuscular de la luz. La luz, que hasta entonces era considerada sólo ondas, es desde entonces también mínimas partículas que son los fotones. Como ejemplo, cada segundo llegan desde el Sol a la cabeza de un alfiler mil billones de fotones einstenianos que nos permiten ver la misma. De una estrella sólo arriban, en el mismo tiempo, unos pocos cientos.
Con el movimiento browniano se introduce en el mundo de los átomos…
En otros trabajos revela la Teoría Especial de la Relatividad y su mítica fórmula: E=mc2. Entonces temblequea el edificio de la mecánica clásica de Galileo y de Newton.
A partir de su postulado sabemos que una pequeña cantidad de materia almacena una enorme cantidad de energía. Expresado en forma sencilla, la masa de un hombre, convertida en energía, alcanzaría para suministrar luz a una ciudad de 5000 habitan-tes durante una semana. ¡Con 56 kg. de uranio se hizo la bomba de Hiroshima!
La Teoría cambia algunos conceptos monolíticos arraigados por Newton:
Éste dice: la velocidad de la luz es relativa. Einstein remarca que la velocidad de la luz es absoluta. ¡Y vaya si lo es! 300.000 km/seg. en el vacío. Esta constancia lumínica es la que fija el orden del Universo. ¡De lo contrario éste sería un caos!
Newton manifiesta: el espacio y el tiempo son absolutos. Einstein demuestra en forma indubitable la relatividad del espacio y del tiempo.
Por último el inglés aísla ambos elementos como entes separados. Para Einstein el es-pacio-tiempo es una unidad indivisible. Surge entonces la cuarta dimensión. Cuando este espacio-tiempo se curva en presencia de un planeta, aparece la gravedad. Este concepto revolucionario, producto de un cerebro privilegiado, mana de su mayor le-gado científico: La Teoría de la Relatividad General de 1915.
En 1919, luego de la verificación experimental de ésta, por parte de Arthur Edding-ton, Sir Joseph J. Thomson, Premio Nobel de Física, decía en la Sociedad Real de Londres refiriéndose a la Teoría: “Es una de las más grandes proezas, tal vez la ma-yor de todas, en la historia del pensamiento humano”.
Charles Chaplin lo cuenta en sus memorias pues la esposa del sabio se lo narró. Einstein un día le dijo a ella: Tengo una idea, he de encerrarme en mi estudio y no deseo ser molestado. Durante quince días Elsa le dejaba la comida en la puerta del escritorio pero no le hablaba. Einstein iba todas las noches a caminar. Una tarde bajó a merendar. Entonces arrojó a la mesa un par de hojas. Toma, dijo, había parido la Teoría de la Relatividad General. Tenía 36 años. ¡Necesitó siete años previos para llegar a estos quince días!
Y hablando de Chaplín, otra anécdota los une. Llegaban ambos a un cine al estreno de Luces de la Ciudad. Einstein le preguntó cuál era el motivo de tantos aplausos que recibían. La respuesta del irrepetible Charlot fue: “La gente me aplaude a mi porque todos me entienden y a ti porque no te entiende nadie”.
Newton calculó con admirable precisión la fuerza de atracción universal, pero no explicó por qué hay gravedad. El mismo Newton lo diría: “Personas más hábiles, si pueden hallarán la causa.” El más hábil, Einstein, lo revelará por agencia de la cur-vatura del espacio-tiempo.
Albert tenía devoción por Newton pero en sus borradores de trabajo se encontraron comentarios escritos: ¡Newton, verzeih’ mir’! ¡Newton, perdóname!
La Relatividad general también alude al BIG BANG. En la concepción einsteniana el espacio, el tiempo, la energía y la materia están confinados juntos en un íntimo y único abrazo. Es todo uno. ¡El BIG BANG es la explosión simultánea de los cuatro!

Al contrario de lo que cree el ideario popular de que la ecuación famosa es la de la bomba atómica, es de estricta verdad manifestar que la fisión nuclear, proceso físico de bombardeo de átomos de uranio o de plutonio con neutrones, es la causa del mortí-fero artefacto. Si hasta Picasso lo inculpó al decir: ¡La genialidad de Einstein nos con-dujo a Hiroshima! Es preferible tenerlo al brillante artista pintando el lienzo de Guer-nica que opinando sobre física nuclear. Einstein tiene tanta culpa de la bomba ató-mica como aquella que le cabría a Newton cuando alguien muere al caerse de un bal-cón. La ley de la gravedad -responsable de esa muerte- la dictó otro parlamento que es la naturaleza. ¡No, el genio inglés!
Luego de ocho nominaciones para el Nobel, éste le es conferido en 1921 por su expli-cación del efecto fotoeléctrico. La Academia Sueca ignora la Relatividad –tiene pre-juicios- a pesar de la demostración experimental que efectuara Eddington. Einstein bien pudo haber dicho una de sus máximas: ¡Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio!
1927 es un año singular en la Física: Un conjunto de jóvenes geniales liderados por el no menos genial Niels Bohr, introducen la Mecánica Cuántica. Ahora aparece en es-cena Werner Heisenberg y su Principio de Incertidumbre. Según el mismo el Uni-verso no revela ninguna cantidad con absoluta precisión. Einstein reacciona con vehe-mencia ante este increíble postulado y su aleatoriedad. A partir de allí bifurca su camino y seguirá hasta el fin de sus días fiel al determinismo de Spinoza y de Laplace, que es parte del fundamento de su ideario. Entonces lanza al mundo su pensamiento secular: ¡Gott würfelt nicht! ¡Dios no juega a los dados con el mundo!
El mismo Einstein se encargará de explicar este pensamiento: “Es concebible que Dios haya podido crear un mundo distinto. Pero pensar que en cada instante está Dios jugando a los dados con todos los electrones del universo, esto, francamente es dema-siado ateísmo.” Referido a este mismo pensamiento consular referente a Dios, aclaró que “no se refería ni a Yahvé ni a Júpiter sino al Dios inmanente de Spinoza”
Su pensamiento será respondido por otra figura cumbre de la física, Niels Bohr, que le contesta: ¡Einstein, deja de decirle a Dios qué tiene que hacer!
Heisenberg se convierte en su enfant terrible. Sin embargo Einstein va a dar una prue-ba más de quién es. Propone tres veces, hasta conseguirlo, que a su joven “enemigo” -22 años menor que él- se le otorgue el Nobel de Física en 1932. En 1937 los nazis lo atacan a Heisenberg: lo tratan de “judío blanco” por enseñar la Teoría de la Relativi-dad y la Mecánica Cuántica argumentando que “no eran teorías germanas sino ju-días”. Hasta lo acusaron de ser “un representante del espíritu einsteniano en la nueva Alemania”. Ese mismo año el demagogo de cervecería, frustrado pintor de brocha gorda, prohibía a cualquier alemán recibir el Premio Nobel. La causa: dos años antes se le había conferido el de la PAZ a un periodista alemán antinazi, prisionero de la Gestapo, Carl Von Ossietzky. El pobre Ossietzky terminó masacrado por los huma-nitarios hombres de Himmler. Entre quienes lo apoyaron para el Nobel estaba Eins-tein.

En esa década del veinte los diarios alemanes se referían a Einstein como ¡la genial figura de la ciencia que había reemplazado a Kant en el corazón de los alemanes! En la década del treinta dirían que un judío no podía haber hecho algo tan importante como la Teoría de la Relatividad.
¡Parece que sí, que puede!
En 1954, un año antes de morir Einstein, Heisenberg lo fue a buscar a Princeton. Einstein insistió: “Todos tus experimentos son muy lindos, pero no me gusta tu Física”. Hoy, en el 2005, intuimos dónde puede estar la verdad…
¡Dios sí juega a los dados con el mundo, pero los arroja en un agujero negro de donde nunca saldrán para que nadie pueda verlos!
Alguna vez, Robert Oppenheimer, el jefe del proyecto que generaría la bomba ató-mica, supo llamarlo “el viejo tonto”. Y otro profesor de Princeton supo llamarlo “el viejo fósil”. En otra oportunidad, en una manifestación piquetera, un trasnochado in-citó a la turba: ¡Hay que matar a Einstein! Fue multado con… seis dólares.
En estos casos el sabio bien pudo contestar con uno de sus geniales aforismos: “Hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana. Y sólo tengo dudas de lo primero.”
En la década del 60 los rusos publicaron sus obras completas en cuatro volúmenes. Unos años antes un académico soviético atacó a la Relatividad por considerarla con-traria al materialismo dialéctico, sustento filosófico del marxismo y criticó a físicos ru-sos que habían defendido la Teoría. En forma simultánea el “cazador de brujas”, el fascista senador americano Mc Carthy lo acusaba de comunista. En ambos casos bien pudo aplicar Einstein otro de sus dichos famosos: “La supremacía de los tontos es in-superable y está garantizada para todas las épocas. El terror de esta tiranía se mitiga por su ineficacia y sus consecuencias.”
¡Cómo no mencionar algunos de sus gustos! En la música –no se puede olvidar que Einstein desde niño tocó el violín- sus autores preferidos eran Mozart, Bach, Vivaldi, Schubert, Corelli y Scarlati. ¡Denme Bach, no Beethoven!, solía clamar. Decía que Beethoven creaba su música pero que la de Mozart era tan pura que parecía estar desde siempre en el Universo esperando que alguien la descubriera. De Wagner expre-só que su personalidad musical le parecía ofensiva, por lo que su música le producía disgusto. ¡Ni que se lo hubiera dedicado al genial Barenboim! Tampoco le atraía Brahms.
En literatura sus autores preferidos eran Dostoievsky y Cervantes. Llegó a decir que el mejor libro jamás escrito era los Hermanos Karamazof. El Quijote era su obra de cabecera. Otros autores que apreciaba eran, Anatole France, Gandhi y el judío anti-semita Heine
De los pintores… Rembrandt.
¿Qué no se puede señalar de su desapego por los bienes materiales? El dinero reci-bido por el Premio Nobel, 32.500 dólares, se lo entrega íntegro a su primera y divorciada esposa –Mileva Marik- para manutención de sus dos hijos.
Cuando al huir de la bestia rubia teutónica en 1933, lo contratan para ir a enseñar a Princeton, pregunta hasta con candor si era mucho pedir 3000 dólares anuales. Su segunda esposa Elsa, mejor negociante que él, consigue llevar la cifra a 16.000 dólares.
Corría 1944 y se subastan copias de los escritos originales de su Teoría. Se recaudan 6.500.000 de dólares. Hoy serían 65 o 100 millones, ¿quién sabe cuánto?, los traslada a fondos de guerra para el gobierno americano. ¡Y pensar que por entonces Einstein cobraba como asesor de la marina norteamericana… 25 dólares por día!
Humanista hasta el delirio, enemigo acérrimo de la guerra, no le tembló el pulso, ni la mano, ni el codo, cuando un mes antes del ataque a Polonia, y ante el conocimiento de que Alemania conocía la fisión nuclear y estaba en poder del uranio checoslovaco, le envió a Roosevelt su célebre carta instándolo a poner en marcha la energía atómica. Como hecho paradójico, la fisión fue descubierta para Alemania por Otto Hahn, Fritz Strassman y Lise Meitner... La doctora Lise Meitner – a quién Einstein llamaba la Madame Curie alemana- escapada de Berlín en 1938, a los 60 años, con un anillo de diamantes que le diera el mismo Otto Hahn para su subsistencia, era judía. Pasó a la posteridad como “la madre de la bomba atómica”. Hay indicios probados que fue ella la verdadera descubridora de la fisión y que Hahn le escamoteó su participación con lo que se levantó con el Nobel de química en 1944… en plena guerra, mientras la Meit-ner estaba escabullida en Suecia, gracias a Niels Bohr… Ni siquiera haberse conver-tido 30 años antes al protestantismo le quitó su etiqueta de fábrica. Los nazis le pasa-ron lo mismo la factura por sus antecedentes hebreos…
Einstein nunca quiso la bomba. Cuando explotó en Hiroshima aquel nefasto 6 de agosto del 45, exclamó dos palabras que los judíos conocemos muy bien: ¡Oy Vey! Poco después agregaría: ¡Si hubiera sabido que Alemania no iba a tener éxito en lograr la bomba no hubiese abierto la Caja de Pandora! ¡Mejor me hubiera dedicado a fabricar zapatos!
Su lucha permanente por el desarme lo llevó a buscar todos los consensos posibles. Son conocidas las cartas que intercambió con Sigmund Freud en aras de este objetivo. Cuando al genio del psicoanálisis le preguntaron por qué se llevaba tan bien con Einstein contestó: “¡Debido a que él sabe tanto de Psicología como yo de Física!”.
¿Cómo dejar de lado su apego a sus orígenes? Einstein advierte que la juventud judeoeuropea tiene graves dificultades para acceder a las universidades del conti-nente. El sempiterno siemprevivo antisemitismo –más vivo que nunca en la década del veinte en Alemania pues se les echaba la culpa a los hebreos por haber iniciado la gue-rra y por haberla perdido- muestra sus fauces. Con Weitzman recorre Estados Unidos juntando dólares. Resultado: generan una de las grandes casas de estudio del planeta: La Universidad Hebrea de Jerusalén. En ella y en el Instituto de Ciencias Avanzadas de Princeton, dónde siguió investigando los últimos veintidós años de su vida la abor-tada Teoría del Campo Unificado, está resguardado su monumental legado científico y personal. La Universidad conserva sus derechos hereditarios.
Cuando visita Palestina dice: Es el día más hermoso de mi vida. Es un gran momento, el de la liberación del alma judía.

En Nueva York, firmó autógrafos por tres dólares “para los pobres de Berlín”.
Cuando Ben Gurión, le ofrece la Presidencia de Israel se excusa con dolor. Tenía 73 años y su salud estaba deteriorada. No podía asumir esa responsabilidad y a su secre-taria, Helene Dukas, le expresa: “lo lamento porque esta gente está muy cerca de mi corazón”. Al final de la carta de no aceptación a Ben Gurión graba al encausto: “Des-de que fui completamente consciente de nuestra precaria situación entre las naciones del mundo, mi relación con el pueblo judío se ha convertido en mi vínculo más fuer-te”. De alguna manera ponía en funcionamiento su amor a la ciencia: “la política es para el momento, las ecuaciones para la eternidad”.
También sella su pacto con sus ancestros cuando dice: “Sufro la injusticia que se co-mete contra cada judío como una injusticia hecha a mi propio cuerpo”.
Cuando las chimeneas del oprobio y de la desverguenza humana aún venteaban hu-manos, entre ellas sus primas Lina Einstein y Berta Dreyfus, la primera sobre Ausch-witz y la segunda aireando los nimbos de Theresienstadt, Einstein pontificaba al mun-do desde Nueva York en 1944, esculpiendo estas palabras para los tiempos:
“Los alemanes, el pueblo alemán en su conjunto, son responsables como pueblo en su totalidad de esos asesinatos en masa y deben ser castigados como pueblo si hay justicia en el mundo y si la conciencia de responsabilidad colectiva de las naciones no está por desaparecer de la faz de la tierra. Detrás del partido nazi se hallaba el pueblo alemán que eligió a Hitler, después de que éste mostró con claridad en su libro y en sus dis-cursos, sus intenciones vergonzosas, sin ninguna posibilidad de mal-entendido. Cuan-do estén derrotados y se lamenten de su destino no deberemos dejarnos engañar y he-mos de ser conscientes de que emplearon, deliberadamente, el sentimiento humanita-rio de los demás para ejecutar su último y más monstruoso crimen contra la huma-nidad”.
Después de la guerra era invitado a retornar a la Germania. He aquí sus respuestas:
¡A Otto Hahn, el mismo Premio Nobel que le diera el anillo a Lise Meitner– que lo in-vita a pertenecer a la Academia Bávara- le rechaza el ofrecimiento con un argumento que estremece: ¡“Los alemanes mataron a mis hermanos judíos”!
Al Presidente de Alemania, Theodore Heuss, le dice: “A causa del genocidio que los alemanes inflingieron al pueblo judío, es evidente que un hebreo que tenga algo de autoestima no debería estar relacionado con ninguna institución alemana”. ¡Nada quiero saber de Alemania! ¡Einstein jamás volvió a pisar suelo nazi!
Un mes antes de morir, le escribía a su íntimo amigo Kurt Blumenfeld: “Deseo agra-decerte, aunque en forma tardía, el que tú me hayas hecho tomar conciencia de mi al-ma judía”.
En 1930 la Filarmónica de Berlín, conducida por uno de sus últimos directores ju-deoalemanes, Bruno Walter Schlesinger, interpretaba en un día tres conciertos para violín (Beethoven, Brahms y Bach). El solista que maravillaría ese día al auditorio tenía catorce años. Desde la primera fila otro violinista disfrutaba al joven artista. Al terminar la interpretación el violinista se dirigió entusiasmado al niño y le acarició la cabeza. Entonces le susurró:“Ahora sé que Dios está en el cielo”. ¡El niño que deleitó al auditorio con sus arpegios se llamaba Yehudi Menuhin, el violinista de la platea era Albert Einstein!
Cuatro años más tarde- en Nueva York- Einstein dio un concierto para violín en be-neficio de los científicos que fueron obligados a dejar Alemania.
Su legado científico es inmenso. Su Teoría General de la Relatividad explica con prodigiosidad el desarrollo del Universo. Son hijos o nietos de él la tomografía com-putada, el rayo láser, los rayos X, el horno microondas, las pantallas de televisión y de las computadoras.
Publicó casi 350 trabajos científicos.
No terminan así nomás sus contribuciones al bienestar humano. Fue un precursor. Basta con dar este simple ejemplo: Cuando cae cualquier objeto, busca el centro de la Tierra, Newton mediante. Es la gravedad atractiva. Él previó la gravedad repulsiva. Bien, hace pocos años con el moderno telescopio Hubble se detectó la explosión de una estrella gigante -una supernova- ocurrida hace once mil millones de años. El doctor Michael Turner, astrofísico de la Universidad de Chicago supo decir: “si Einstein estuviera vivo, obtendría otro Premio Nobel por su predicción”. Esa gravedad re-pulsiva es la manifestación de su famosa y vilipendiada “constante cosmológica”, la que el mismo Einstein calificó por error “como la mayor metida de pata de mi vida”. La citada “metida de pata” fue toda una premonición. La ciencia la interpreta, hoy, como la energía obscura del Universo, es decir el 73 porciento del mismo. ¡Si la cons-tante einsteniana es una realidad el Universo continuará expandiéndose para siempre, con lo que abortaría la teoría que al Big Bang, que fue la explosión, le sucedería el Big Crunch, que es la implosión!
En una conferencia sobre Ciencia y Religión dice: “La doctrina de un Dios personal interfiriendo con eventos naturales nunca podría ser refutada en el sentido real por la ciencia, por lo que esa doctrina puede hallar siempre refugio en aquellos dominios en los cuales el conocimiento científico no ha podido todavía hacer pie. Pero estoy con-vencido que tal comportamiento por parte de los hombres religiosos no sólo sería des-preciable sino fatal. Una doctrina que mantenga no la luz sino la oscuridad, necesitará perder sus efectos sobre la raza humana, para evitar un daño incalculable para el progreso de la misma. En su lucha por la bondad ética, los maestros de la religión deben tener la estatura de abandonar la doctrina de un Dios personal, lo que implica abandonar el origen del temor y la esperanza, los cuales en el pasado tuvieron tan vas-to poder en las manos de los religiosos. En su tarea deberían aprovechar esas fuerzas para cultivar la Bondad, la Belleza y la Verdad…”
Cómo no iba a apreciar la belleza si uno de sus postulados era. ¡No importa que una teoría física sea más o menos exacta. Lo importante es que sea hermosa!
Es conocida su ecuación: ¡La Ciencia sin la Religión es renga, la Religión sin la Cien-cia es ciega!
Completa su ideario esta reflexión: Hay conflicto entre la Ciencia y la Religión si una comunidad religiosa insiste en la verdad absoluta de las afirmaciones contenidas en la Biblia, lo que implicaría la intromisión de la religión en la ciencia. Es lo que hizo la Iglesia con Galileo y con Darwin. ¡De paso digamos para mostrar el obscurantismo de la época que al pobre Galileo el Santo Oficio lo condenó -como una forma de perdón- a recitar cada semana durante tres años los Salmos!
La filosofía einsteniana está concatenada y es coherente con este pensamiento suyo: “El abismo entre la teología judía y el spinozismo nunca podrá ser salvado y siento que la contemplación de Spinoza del mundo está completamente imbuida de los principios y y sentimientos que caracterizan a tantos intelectuales judíos.En una carta a su amigo Michel Besso se atrevió a sentenciar: Para mi significa más Spinoza que los Profetas.También supo señalar: “fue la experiencia del misterio, mezclado con el temor, lo que engendró la religión”.
Hasta se lo podría vincular con lo poético y lo idílico. Con su Teoría es muy fácil calcular que a la velocidad de la luz el tiempo se detiene. Los relojes paralizan sus agujas. El tiempo ¡siempre el tiempo! deja de existir... Es el mismo efecto que produce hacer el amor... Por algo Einstein supo decir: ¡La palabra tiempo es un invento del hombre!
Si alguna vez en un Congreso intergaláctico imaginario se le requirieran explicacio-nes a los terráqueos sobre sus contribuciones al progreso y a la belleza del Universo, éstos podrían argumentar que aportaron al Panteón de la Humanidad, entre otros: a Moisés y a Jeshúa , es decir Jesús. A Sócrates, Platón y Aristóteles, a Leo-nardo da Vinci y Miguel Ángel, a Shakespeare y Cervantes, a Galileo y a Newton, a Spinoza y a Kant, a Freud y a Darwin, a Mozart y Beethoven y... sin ninguna duda a... Albert Einstein. Todos ellos en una generosa procesión de genios en el empíreo de la civilización humana.
¡Todos CONDENADOS A LA ETERNIDAD!
Más de una vez le acusaron a Einstein de ser ateo. Lo hicieron desde el lado judío y desde el lado cristiano. Esto le molestaba sobremanera pues él se consideraba un hom-bre con una especial concepción religiosa. Cuando Martín Buber- ¡nada menos que Buber!- lo aguijonea sobre Dios le contesta: “Los físicos nos esforzamos… en seguir sus líneas detrás de Él”. “Der Alte”, como le gustaba llamarlo.
Es conocida su permanente pregunta: ¿Tuvo alguna elección Dios al elegir las leyes del Universo? O su afirmación: ¡Quisiera saber cómo Dios hizo el mundo, qué pien-sa... el resto son detalles! O, completando el tríptico, su hermosa parábola: “El Señor es sutil pero no malicioso”, concepto así aclarado por el propio Einstein: “La natura-leza nos oculta sus secretos mediante la grandiosidad de su sabiduría”. También supo deslizar: “Las ideas vienen de Dios”.
Cierto es que su Dios no es el Dios de las religiones abrahamíticas, no es el Lord del Génesis, no es el Dios premiador, indulgente y castigador que efectúa milagros, ni es el Dios antropomórfico y antropopático que tiene forma y emociones humanas.
¡Es, sí, el Señor ético inspirador de los Mandamientos, es, sí, el Dios del deísmo, es, sí, el Señor de su futura prevista religión cósmica, la que se basará en la experiencia y no en el dogma..., es, sí, “la potencia razonante superior”, “la grandeza de la razón encar-nada en la existencia”, es, sí, el Dios que se parece bastante al Dios del genial filósofo racionalista holandés!, al que definió como “el orden matemático del universo”.
¡Y cómo no iba tener un acendrado sentimiento religioso si uno de los parámetros que signaron su existencia, la onda luminosa, era por él así evocada:
¡LA LUZ…, LA LUZ ES LA SOMBRA DE DIOS!
Es admisible concluir esta evocación con un pensamiento. Emociona y enorgullece. Albert Einstein ha dejado, al margen de su inigualado legado científico, muchas bellas parábolas, aforismos y frases célebres. Desde el afecto y raíces comunes elegí ésta, que puede conmover a sus catorce millones de hermanos, como a él le gustaba llamarlos.
Dice así: “Considero el ser judío un regalo del destino”.
¡Le pertenece al mayor cerebro que haya generado la especie humana!


Abril de 2005
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