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Periódico Judío Independiente
EL HUMANISMO MÉDICO de MAIMÓNIDES( última parte)
Por Rabino Dr. Mordejai Maarabi, Montevideo
El hombre, el médico, el sabio humanista.-

Con este bagaje se dedicó Maimónides a los enfermos. Estudiaba y registraba cada caso con minuciosidad hipocrática, en tiempos donde el cuerpo humano había dejado de ser materia de estudio. Amplió de este modo su saber, lo respaldó con una gran experiencia personal y se interiorizó de las enfermedades que prevalecían en la zona.

La medicina era para él una profesión sagrada, y su evaluación de la persona que ejercía la tarea, no se ajustaba únicamente al punto de vista estrictamente profesional. Sostenía que el médico no debe poseer tan sólo conocimientos sólidos en su campo de trabajo, sino que debe ser ante todo un hombre de provecho y poseer elevados principios morales y éticos. Maimónides aprecia al médico que es ante todo un “hombre- médico”...

“El médico debe tomar su profesión muy en serio; no debe negar nunca su ayuda; el médico que se niega a prestar ayuda cuando es solicitado para ello, o el que ejerce la Medicina sin estudiar a fondo los padecimientos de sus enfermos, es comparable a un asesino...” sentenciaba.

“Conservar el cuerpo sano e íntegro es un mandamiento de D’s...Por eso debe el hombre apartarse de las cosas que dañan el cuerpo, usando aquellas que pueden sanarlo y fortificarlo” , se transforma en el postulado esencial del autor en el Código Legal definido como una ‘enciclopedia del derecho’ –el célebre ‘Mishné Torá’[1] -, al referirse al ser humano y sus conductas.

Así es como Maimónides entiende que la salud del cuerpo es la condición primera e indispensable para la integridad moral e intelectual del individuo, y lo eleva a la categoría de un precepto religioso característico del judaísmo. Y no es entonces de extrañar, que –como decíamos -, su obra de codificación legal esté inundada de leyes destinadas a la conservación de la salud y la higiene física y mental. En el Primer Libro denominado “Sefer ha-Madá” –el libro del conocimiento -, en las Leyes relativas a las Conductas Humanas y Pensamientos (Hiljot De’ot) dedica capítulos enteros a este tema, digno de ser estudiado y conocido. Y aclaremos que lo hace con el mismo detenimiento y precisión –por qué no detalles- como en lo relacionado a los temas sagrados de Plegarias, el Shabat o los Oficios religiosos.

Aunque el genial autor nos deja entrever una realidad en su escrito, que mencionamos. Debemos también asomarnos a la ventana del alma, pues de lo contrario estaremos sólo preocupándonos del ser parcial, postergando al ser total:

“Quien se atiene a las reglas de la medicina, pero sólo cuida de la salud de su cuerpo, no procede bien. Al mismo tiempo debe preocuparse de que su cuerpo esté fuerte para que su alma pueda conocer a D’s y él mismo pueda perfeccionarse intelectualmente...”.

Allí podremos encontrar al hombre íntegro, que al decir de Maimónides, es el que realiza todos sus actos con el único propósito de servir a D’s con el cuerpo y el alma. Tal es el reflejo de su ‘fe con ciencia’, si se me permite el juego entre las palabras, hoy cuando las palabras se revisten de una gala peculiar. Porque allí donde habita el sabio, anida el hombre de fe...Simple, contundente, elocuente. Servir a D’s con cuerpo y alma desde la salud, es abrazar el canto judío de cada amanecer y de cada anochecer, cuando entre ojos que se cierran para ver el corazón desde adentro, proclama el judío: “Shemá Israel...”, ‘¡Escucha, Oh Israel...’! “Amarás a tu D’s con todo tu corazón, con todo tu alma y con todo tu ser...”.

Siguiendo la tradición bíblico-talmúdica, insistió en los principios higienistas de la medicina. Maimónides instala un concepto nuevo, revolucionario para su época cuando afirma en su “Tratado sobre el Régimen de la Salud” que: “La salud de la persona sana es anterior al tratamiento de la enferma” [2] , para añadir más tarde: “...por eso tan sólo los necios creen que el médico es necesario únicamente en caso de enfermedad declarada”.

Estamos hablando nada más y nada menos que de Prevención de la Salud. Y para que podamos comprender el alcance polifacético de su –valga la redundancia – poligrafía, también en su obra filosófica –piedra angular del judaísmo medieval descarriado – su “Guía de los Perplejos”, nos deja estos pensamientos: “Has de saber que la medicina es una ciencia sumamente necesaria al hombre en todo lugar y en toda época; no solamente en caso de enfermedad sino también en estado de salud”[3].

Es por ello que en Maimónides el lugar de preferencia lo ocupa el médico higienista, es decir, el especialista en medicina preventiva, mientras que los especialistas en la cura de distintas enfermedades los sitúa en el segundo lugar.

Pero esta idea de la salud no consiste sólo en la ausencia de debilidad y enfermedades, sino en una serie de factores anexos como ser: el ambiente y las condiciones sociales adecuadas, la alimentación conveniente, el bienestar espiritual, etc. Esta idea de salud, se conecta con el concepto moderno de dicho estado, y que a la vez, se considera como una innovación en el ámbito de lo que denominamos medicina social.

Maimónides dedujo lo mismo, pero hace casi ochocientos años, sosteniendo que todo lo que perjudica la felicidad del individuo, es nocivo también para su salud. ¿Cómo define Maimónides la ‘enfermedad’ y la ‘salud’? “Todo enfermo tiene el corazón agobiado y todo sano rebosa de felicidad”.

Aunque algo más, sorprendente tal vez, se animó a afirmar nuestro sabio: “Muchas enfermedades han desaparecido por el sólo efecto de la alegría...” . Una suerte de Pacht Adams medievalista, si me permiten asociarme en la sorpresa...


La Plegaria de Maimónides: sus ideales para con los pacientes.-

Si bien la ‘Plegaria de Maimónides’ representa un aspecto conflictivo en cuanto a la discusión puntual acerca de su autoría y composición, permítasenos en esta noche hablar sobre ella, o mejor dicho, sobre lo que de ella nos importa realmente. Lo que importa es su espíritu, el latido vivencial que nos transmite, y éste no es ni más ni menos que la exigencia de una clara postura orientada hacia el recto ejercicio profesional.

Incluso –me atrevería a decir- poco puede importarnos el hecho de que la Plegaria no siquiera hubiera sido redactada por Maimónides, porque, conociendo su vida y su obra, vemos que de ellas se desprende una esencial dimensión ética que, aun sin estar quintaesenciada en un escrito, habríamos de admirar y aceptar.

“Ahora me dispongo a cumplir la tarea de mi profesión.

Asísteme Todopoderoso para que tenga éxito en la gran empresa.

Que me inspire el amor a la ciencia y a Tus criaturas. Que en mi afán no

se mezcle la ansiedad del dinero, y el anhelo de gloria o fama, pues éstos

son enemigos de la verdad y del amor al hombre, y me podrían también

llevar a errar en mi tarea de hacer el bien a Tus criaturas. Conserva las

fuerzas de mi cuerpo y de mi alma para que siempre y sin desmayo esté

dispuesto a auxiliar y a asistir al rico y al pobre, al bueno y al malo, al

enemigo y al amigo. En el que sufre, hazme ver solamente al hombre.

Alumbra mi inteligencia para que perciba lo existente

y palpe lo escondido e invisible. Que yo no descienda y entienda mal lo visible

y que tampoco me envanezca, porque entonces podría ver lo que en verdad no existe.

Haz que mi espíritu esté siempre alerta; que junto a la cama del

enfermo ninguna cosa extraña turbe su atención, que nada lo altere

durante sus trabajos silenciosos. Que mis pacientes confíen en mí y en mi arte;

que obedezcan mis prescripciones e indicaciones. Arroja de su lecho a todos

los curanderos y la multitud de parientes ‘aconsejadores’ y ‘sabios’ enfermeros,

porque se trata de personas crueles que con su palabrerío anulan los mejores

propósitos de la ciencia y a menudo traen la muerte a Tus criaturas.

Cuando médicos más inteligentes quieran aconsejarme, perfeccionarme y

enseñarme, Haz que mi espíritu les agradezca y obedezca. Pero cuando

tontos pretenciosos me acusen, Haz que el amor fortifique plenamente mi

espíritu para que con obstinación sirva a la verdad sin atender a los años, a la gloria

y a la fama, porque el hacer concesiones traería perjuicio a Tus criaturas.


Que mi espíritu sea benigno y suave cuando camaradas más viejos,

haciendo mérito a su mayor edad, me desplacen y bufen y, ofendiéndome,

me hagan mejor. Haz que también esto se convierta en mi beneficio, para

que conozca algo que no sé, pero que no me hiera su engreimiento: son

viejos, y la vejez no es un freno para las pasiones.


Hazme humilde en todo, pero no en el gran arte. No dejes despertar en

mí el pensamiento de que ya sé lo suficiente, sino Dame fuerzas, tiempo y

voluntad para ensanchar siempre mis conocimientos y adquirir otros nuevos.

La ciencia es grande y la inteligencia del hombre cada vez más honda.



Quisiera rescatar algunas ideas de esta Plegaria en el sentido total que la plegaria significa para el hombre de fe y para todo necesitado...

a) Maimónides no distingue a la hora de atender al enfermo, al pobre del rico, al bueno del malvado, al amigo del enemigo...“...para que vea en el enfermo sólo al hombre” exalta su palabra en la decisión.

Fecundo pensamiento que define al hombre como persona y que determinará su singular postura ante el enfermo, afanándose en la curación, tanto de los males del cuerpo como los del alma. Cuando dice en su fenomenal ‘Mishné Torá’: “Todo el que salva un alma en el mundo –y no en Israel como lo dice la versión talmúdica- es como si salvara a todo un mundo...”, se está refiriendo a salvar a la persona en sí, su cuerpo y su alma, a asegurar la subsistencia de la persona en su conjunto.

b) Maimónides pide en su Plegaria que su enfermos tengan confianza en él y en su práctica profesional. El médico ha de atenerse a recomendar lo que es bueno para el enfermo, y éste, si confía en aquel, seguirá sus dictados.

Resulta significativa su postura ante el Sultán al- Afdal hijo de Saladino, cuando le recomienda para su tratamiento la ingesta de vino, bebida prohibida por el Corán:

“Que nuestro señor se digne no censurar a su humilde servidor porque he osado mencionar en este tratado el uso del vino y del canto que la ley religiosa prohíbe...El médico está obligado por su cualidad profesional a aconsejar un régimen útil, esté prohibido o permitido. El enfermo es libre, por lo demás, de ponerlo en ejercicio o no. La medicina indica lo que es útil y pone en guardia contra lo perjudicial, pero no fuerza a aplicar lo uno ni castiga la omisión de lo otro...”.

Sin quererlo, Maimónides plantaba un principio vital para la modernidad. La autonomía del paciente frente a su médico y su tratamiento...

Por eso es que entendemos que la Plegaria en cuestión trasciende de su esquemático contenido para representar una postura ética en la que se imbrican dos valores sustanciales: la atención al enfermo en cuanto a hombre que es, en cuanto a persona armónicamente configurada a la par, cósmica y espiritual, y el sentimiento de dignidad médica que esta postura confiere a profesional que la adopta.

Apreciar la dignidad de un hombre, valorar la ética de un sabio, intentar acercarnos a la dimensión infinita de la humildad de un genio, es tal vez compartir con ustedes, parte de un agitado relato, fracciones de vida, sensaciones de eternidad. Concluyamos nuestra humilde participación, citando a memorias escritas, acercando la “salvación al mundo” al decir de los maestros del Talmud, cuando tan sólo mencionando la fuente lo logramos. Nos sensibiliza A.J.Heschell con su relato, en “Los últimos días de Maimónides”:

“En una carta de septiembre de 1199, Maimónides describe en qué ocupó su tiempo durante los últimos años de su vida. El erudito provenzal Samuel Ibn Tibon, que estaba ocupado en la preparación dela traducción al hebreo de la ‘Guía de los Descarriados’, le envió al autor una carta en la cual lo consultaba acerca de ciertas dificultades y en la que también le expresaba el deseo de visitarlo. He aquí la respuesta de Maimónides:

‘Respecto de su deseo de venir aquí, no me queda sino decir cuánto me alegraría su visita, porque anhelo realmente conversar con usted y nuestro encuentro significaría para mí un placer aun mayor que para usted. Sin embargo debo advertirle que no se exponga a los riesgos del viaje, porque aparte de verme, y todo lo que yo pudiera hacer para honrarlo, no sacaría ningún provecho de su visita. No espere poder tratar conmigo ningún tema científico, aunque sólo sea por una hora, ni de día ni de noche, pues mi actividad cotidiana es la siguiente:

‘Vivo en Fostat y el sultán reside en Kahira; estos dos lugares distan dos jornadas sabáticas de viaje el uno del otro. Mis compromisos con el sultán son muy agobiantes. Estoy obligado a visitarlo todos los días a primera hora de la mañana, y cuando él, o uno de sus hijos, o alguna de las integrantes de su harén están indispuestos, no me atrevo a abandonar Kahira, sino que debo quedarme la mayor parte del día en el palacio…De modo que por regla general, voy a Kahira muy temprano en el día, y aunque no suceda nada inusitado, no regreso a Mizr (Fostat) hasta la tarde. Para entonces casi desfallezco de hambre…Encuentro las antecámaras llenas de gente, tanto judíos como gentiles, nobles como plebeyos, jueces como alguaciles, amigos como adversarios…una multitud heterogénea que aguarda el momento de mi regreso.

‘Me apeo del caballo, me lavo las manos, voy al encuentro de mis pacientes y les ruego que me esperen mientras tomo un ligero refrigerio, mi única comida durante las 24 horas. Luego voy a atender a mis pacientes, y escribo recetas e instrucciones para sus diversas dolencias. Los pacientes entran y salen hasta el anochecer, y a veces, se lo aseguro solemnemente, hasta uno o dos horas de iniciada la noche. Converso con ellos y los medico estando acostado de puro cansancio; y cuando cae la noche estoy tan agotado que apenas puedo hablar…”.


En la crónica medieval leemos que durante la noche del 20 de Tevet del año 4965 (13 de Diciembre de 1204) “una magnífica columna de nubes ascendió al cielo. Moisés ben Maimón, el siervo de D’s en Fostat”. Judíos y árabes lo lloraron durante 3 días. Reinó gran pesar cuando la noticia llegó a Alejandría; se decretó un ayuno, el oficiante leyó desde Levítico 26:26 hasta el final de las amenazas de castigo, y la última persona llamada a la Torá leyó hasta las palabras: “Porque ha sido tomada el Arca de D’s…”

Se afirma que a pedido del propio Maimónides, fue sepultado en Tiberíades[4], en el lugar donde Rabí Iehuda haNasí[5] había residido tantas veces. Algún desconocido colocó la siguiente inscripción en su lápida:

‘Aquí yace un hombre, que sin embargo no fue hombre;

Si fuiste hombre, entonces te gestaron seres celestiales’.



Más tarde esta inscripción fue borrada y en su lugar apareció:

‘Aquí yace Maimoni, el hereje excomulgado’



El pueblo levantó un monumento a su maestro con las palabras:


‘De Moisés a Moisés, no hubo otro como Moisés…’




Su recuerdo sea para la bendición. Gracias


[4] De su artículo “El alma y el cuerpo”.

[4] “Tratado sobre el Régimen de la Salud”, segunda parte.

[4] “Moré Nebujím” - ‘Guía de los Perplejos’, Parte III, cap.37.

[4] “Tratado sobre la Salud”, parte XIII.


[4] Ciudad norteña de Israel, recostada sobre el ‘Iam Kineret’ o Mar de la Galilea. Fue asiento del Tribunal Supremo –Sanhedrín- en los días que siguieron al exilio del mismo de su asiento en el Templo de Jerusalém.

[5] ‘Rabí Iehudá el Príncipe’, séptima generación de sabios de la Casa de Hilel. Supo conducir los destinos del pueblo judío en la difícil transición que llevó la Destrucción de Templo de Jerusalém y el exilio hacia Babilonia. Fue el compilador de una obra monumental, que condensa toda la Tradición Oral del Judaísmo, llamada: ‘Mishná’ (Año 220 de la Era Común).

25 de Agosto de 2004 - 8 de Elul de 5764
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