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Periódico Judío Independiente
La captura de Saddam Hussein
El fin del sátrapa de Bagdad

Por Alejandro Wenger
Introducción.
Finalmente, no fue hallado en un palacio, ni en un búnker, ni en un refugio lujoso. Lo encontraron en un agujero hediondo, cavado a modo de sótano junto a una choza miserable, a donde había llegado huyendo de la implacable cacería norteamericana. Tampoco “luchó hasta la muerte”, ni se quitó la vida: Saddam Hussein, el otrora todopoderoso líder iraquí, que supo tener lujos e ínfulas imperiales, se entregó mansamente a los soldados de los Estados Unidos, a los que recibió no como captores, sino como salvadores. Irónicamente, desde la vivienda, ubicada cerca del río Tigris, podía observarse, a lo lejos, uno de sus fastuosos palacios.


Antes de la captura.
Durante los últimos meses, ha sido frecuente escuchar comparaciones de la situación en Irak con la Guerra de Vietnam, incluso dentro de los EE. UU.. Sin embargo, la comparación no es realista. Vietnam era un escenario selvático y montañoso, en donde la efectividad del poder aéreo era mínima y los medios mecanizados no podían desplazarse con facilidad, además de permitir el ocultamiento a la escurridiza guerrilla comunista; de este modo, el poder efectivo de los americanos se limitaba a los grandes centros urbanos y a los caminos principales. Las zonas rurales se encontraban de facto bajo el control del Vietcong.

En Irak, las condiciones son exactamente a la inversa: una gran llanura desértica, con buen tiempo casi todo el año, ideal para los operaciones aéreas y mecanizadas, y en donde la localización de blancos es comparativamente fácil. También, a diferencia de Vietnam (en donde el factor nacionalista e ideológico era muy fuerte), la población iraquí no está mayormente comprometida con las ideas del corrupto y autoritario Partido Baath, que rigió los destinos del país por décadas.

A propósito de la población iraquí, conviene destacar que la misma se divide en 4 grupos étnicos y religiosos: los chiítas, al sur del país, perseguidos implacablemente por Saddam Hussein; los kurdos, al norte, masacrados por el régimen, actuaron como aliados firmes de la Coalición; los turcomanos, en el noroeste, vinculados a Turquía y sin demasiadas simpatías por Saddam; y los sunnitas, minoría aristocrática adherente al partido de gobierno y principal soporte del mismo; fue precisamente en el llamado “Triángulo Sunnita” (Bagdad-Tikrit-Fallujah y poblados vecinos) en donde se produjeron la mayor cantidad de ataques terroristas. Pero incluso entre los iraquíes sunnitas, tampoco el apoyo es unánime: hay familiares y amigos de los miles de asesinados, torturados y desaparecidos durante el gobierno de Saddam que no perdonarán fácilmente su sufrimiento. Eso explica que sólo una pequeña cantidad de iraquíes esté involucrada en los atentados. Paradójicamente, hay pocos iraquíes en la “resistencia iraquí”. La mayoría son sirios, libaneses, sauditas, jordanos, pakistaníes y otros miembros de la “internacional islámica”, infiltrados desde Siria y reclutados presumiblemente por Al Qaeda.

Estos grupos operan como guerrilla urbana para poder entremezclarse con la población civil y así pasar desapercibidos (una guerrilla rural es inviable por los motivos que se explicaron antes). Debido a ello, los norteamericanos han estado tratando de reducir su presencia en las grandes ciudades, trasladando a sus fuerzas hacia zonas descampadas, más difíciles de atacar; esto recién fue posible de hacer en los últimas semanas, ya que al principio la mayoría de las tropas estaba afectada a tareas de reconstrucción civil, que debía a hacerse en las ciudades. Entonces, los comandos terroristas desviaron sus ataques hacia los propios iraquíes, para mostrar que el verdadero poder lo tenían ellos y no los estadounidenses.


“Ladies & Gentlemen: we got him”
Un hecho que contribuyó a sembrar el caos fue que Saddam Hussein liberó a varios miles de presos comunes antes de su caída. Incluso, varios ataques contra las fuerzas norteamericanas fueron efectuados por estos delincuentes, a sueldo de la “resistencia”. De todos modos, la selección de los blancos, así como la provisión de datos de inteligencia, fue muy cuidadosa y efectiva; de hecho, las fuerzas norteamericanas no cuentan ni por asomo con fuentes de inteligencia tan precisas.

Al parecer, Saddam Hussein y sus seguidores tuvieron un rol importante en la coordinación de los ataques hasta unos dos meses antes de su captura. Hay versiones según las cuales Saddam dividió a su país en “regiones” cada una al mando de un “gobernador” en las sombras. Pero finalmente, su poder se evaporó.

Mediante la simple técnica de ofrecer dinero a cambio de información, los americanos fueron estrechando el cerco. Incluso, fuentes israelíes han llegado a afirmar que Saddam no estaba en realidad oculto, sino secuestrado por una banda delictiva, o tal vez por algunos de sus guardaespaldas, sin más propósito que cobrar los 25 millones de dólares que Washington ofrecía por su cabeza. Esta hipótesis se ve reforzada por las imágenes televisivas del grueso bloque de hormigón que tapaba la entrada al pozo en el que estaba Saddam, imposible de levantar desde adentro por una sola persona, y por la actitud extrañamente agradecida que habría tenido hacia los soldados estadounidenses.

“Damas y caballeros: lo tenemos”. Con esta suscinta pero contundente frase (la que aparece en inglés en el encabezado), el jefe de la misión norteamericana, Paul Bremmer, anunciaba la captura de Saddam Hussein; la noticia equivalía, en versión del Medio Oriente, a lo que hubiera significado para Europa el apresamiento de Adolfo Hitler en 1945.


Conclusión.
Es improbable que la captura, juzgamiento y eventual ejecución de Saddam signifiquen por sí solos el fin de la violencia de Irak; de hecho, las células terroristas están tan descentralizadas que pueden seguir operando. Pero es indudable que ya nada será igual que antes.

Los iraquíes que aún consideraban la posibilidad que el dictador y sus secuaces retornaran al poder (tras una eventual retirada de la Coalición, desgastada por los atentados), ya pueden olvidarse de ello. Y los líderes mundiales –árabes y no árabes- que apostaban al fracaso americano, deberán empezar a replantear sus posiciones.

3 de Enero  de 2004 - 8 de Tevet de 5764
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