La Voz Judía


La Voz Judía
CONOCER EL JARDÍN PROPIO
Por el Rabino Daniel Oppenheimer


Hay dos actitudes básicas hacia los problemas de la vida. O se resigna a como son las cosas, o se hace algo al respecto. ¿No es cierto?

Esto no se refiere únicamente a algún problema puntual que se pueda llegar a tener, como ser, D”s libre, una enfermedad, sino a la vida en general.
Hagamos un ejercicio simple. ¿Ud. se planteó alguna vez, qué hubiese sido de su vida de haber nacido en otro siglo, digamos en la Edad Media…? ¿Se imaginó por un momento si Ud. hubiese sido el mismo que es, p. ej. en su forma de ser, de pensar, etc. si hubiese nacido hoy día en otro lugar del mundo, p. ej. en algún pueblo perdido allí por África o en el sudeste asiático…?

Le doy un rato para que lo piense, y después dígame sinceramente: ¿Ud. es como es porque cree que debe ser de ese modo, o es del modo que es porque las circunstancias se dieron para que creciera dentro de cierto entorno que lo formó de esa manera? En pocas palabras: ¿Quién definió y define su vida, Ud. O las circunstancias?

¡Pero para qué tanta filosofía! Tiene razón. No debía haberlo molestado justo ahora con preguntas raras e inconducentes… porque la realidad es que nací aquí y así, y por lo tanto no es esa mi realidad… ¿o no?

Bueno, dicha sea la verdad, es la pregunta que nos formulamos desde un principio. ¿Nos resignamos a la vida que nos tocó o hacemos algo al respecto? ¿Es el viento que corre el que decide qué rumbo llevaremos, como las hojas de otoño, o somos artífices de nuestra existencia?

El primero que se formuló esta cuestión fue Avraham. No solo que no estuvo conforme con lo que sucedía a su alrededor, sino que pensó, eligió y forjó su futuro. No es fácil pensar por cuenta propia y con verdadera libertad (que no esté limitada solamente a no llegar a conclusiones incómodas). Más difícil aun, es ser consecuente con las conclusiones y arriesgarse por ellas. Estas fueron las primeras dos pruebas que atravesó Avraham. Luego, una vez decidido sobre el curso que tomaría su vida y puesto en práctica (Avraham desafió a su generación, estuvo dispuesto a dar su vida por sus convicciones y se mudó a la tierra de Cnaan), recién comenzaron los problemas. La tierra de C’naan que fue la prometida, padecía de hambruna, de guerras, etc.

¿No es ésta una vida injusta? Precisamente en el momento que obedecía a D”s y se arriesgaba por su creencia en él, ¡empieza a irle “todo al revés”!
Los israelitas que salieron de Egipto pasaron por una situación análoga.

Reconocieron a D”s, se arriesgaron por Él (cuando trajeron la ofrenda de Pesaj delante a los egipcios), llegaron al Monte Sinaí y declararon que aceptaban la Torá íntegra. D”s, a su vez los favoreció con una protección especial. No fue todo bien. Justo allí comenzaron los problemas. Es que aceptar la Torá es una decisión lógica (si bien no es del todo fácil), para aquel que llegó a la determinación que el mundo no ofrece una válida razón de ser las cosas, y que la sociedad egipcia en particular, carecía de valores eternos y se caracterizaba por su extremo materialismo. Pero una vez que estaban adentro, había que mantenerse.

La novedad ya había pasado. Las Mitzvot las cumplían. ¿Y ahora qué?
Se veían distintos y apartados del resto del mundo (“no participaban del mundial”).

La comida (el Man) era la misma para todos. No había lugar para la envidia. No carecían de nada. No sentían más el desafío. ¡¿Adónde iba a llevar todo esto?! Comenzaron a extrañar su pasado. Es verdad, la vida en Egipto no era nada fácil, pensaban, pero al menos el pan se lo ganaban. No era gratis. Había que “matarse” para ganárselo. De repente, eso de ser “santos” y recibir todo de D”aba incómodo – un poco grande…

Querían volver a los problemas de la gente común.

Ser santo es aburrido, sentían.

Querían el deseo, la pasión misma.


Más tarde, quisieron enviar espías. El informe de varios de ellos fue negativo. La tierra era inconquistable.

¿D”s? – “Sí, pero no queremos confiar en Él y meternos en peligro – aunque Él nos ayude”.

Eso es cosa de santos. Queremos ser “personas comunes”.
Dada esta desconfianza, D”s les respondió que morirán en el desierto. Algunos decidieron de todos modos ir y conquistar la tierra con medios guerreros tradicionales. Querían demostrar que se puede resolver los problemas por las armas (otra vez, como gente “normal”).

En muchas instancias, no le va muy distinto al Ba’al Teshuvá de hoy. El planteo inicial que lo mueve a buscar en sus fuentes, es habitualmente correcto. Así también es el comenzar a observar las leyes. El problema comienza después. ¿Sigo siendo “normal” o me convertí en un “bicho raro”?

Cuando la Teshuvá se lleva a cabo con la desaprobación de la familia que terminó por alejarse de él, la pregunta es si “valió la pena” el esfuerzo.
Cuando hubo falsas expectativas, en el sentido de que la Teshuvá resolvería todos los problemas personales y familiares habidos y por Haber, cosa que raramente se cumple, uno se pregunta si fue la opción correcta.

Melanie (éste y el resto de los nombres fueron modificados) tenía sus amigas de siempre. Hacían todas las cosas juntas. Primero eran cosas de niñas, luego fueron cosas de adolescentes. Los sábados a la noche iban a bailar “hasta cualquier hora” (obviamente a los lugares adonde frecuentan los chicos de la cole) y la pasaban re – bien. Un día, estando de vacaciones, Melanie se encontró con algunos chicos que la invitaron a pasar Shabat. Lo que vio Melanie en aquella mesa de Shabat, fue orden, alegría, buena educación, respeto, Bircat Hamazón, tranquilidad. Nunca había experimentado esa sensación de pureza en su vida. Melanie ya había escuchado sobre el Shabat porque iba a una escuela que también “era de la cole”, pero nunca había sospechado que el Shabat tendría tantas leyes. ¿Qué es eso de no viajar en Shabat? – se preguntaba, pero vio que los chicos parecían más santos, tranquilos y serios que otros chicos que ella conocía, y, si bien no es de lo más importante, estos chicos eran “normales” y no lo que ella había creído encontrar con personas “religiosas”. Decidió participar del Shabat y de otros preceptos, tal como hacían estos nuevos conocidos. Las antiguas amigas no dejaron de percibir los cambios de Melanie. La invitaban a bailar los viernes y los sábados, pero infructuosamente. ¿Qué te pasa? – le reclamaron. ¿En qué te metiste? Le advirtieron. “Ya no sos la misma. ¡Vos sos la que eras antes y no la que sos ahora!” – decretaron.

Fueron en búsqueda de apoyo intelectual. La terapeuta de una de ellas, obviamente muy versada, como ya verán, en el judaísmo y en pedagogía, apoyó incondicionalmente la queja de las niñas. Los prejuicios fueron los habituales: ¡¿Dónde estuvo D”s (que Uds. “religiosos” adoran), durante el holocausto?!... Yo conozco personalmente casos de personas muy religiosas que hicieron negocios con estafas… (no conoce la cita de la Torá o del Talmud que permite esa estafa). Por qué no se puede subir el ascensor en Shabat, si cansa mucho más ir por escalera (no es que la terapeuta sí haga el Kidush o la Havdalá…).

¡¿Cómo puede ser que los religiosos DIGAN que el mundo tiene solo algunos miles de años si se encontraron restos fósiles “que demuestran lo contrario”?! ¿Cómo es eso que los ortodoxos no reconocen el Estado de Israel?

Melanie estaba mareada. La presión era incesante. El grupo no le permitía hacer vida propia. Las palabras de las chicas le retumbaban en su cabeza: “Vos no sos lo que eras antes…”. Fue a consultar con un rabino. El rabino le devolvió la pregunta acerca de sus amigas. ¿Ellas son lo que son porque eligieron serlo, o simplemente porque así se dio en su vida…?

Lo cual nos lleva a seguir con el cuestionamiento inicial: Si tuviéramos la posibilidad de elegir, por ejemplo, nacer judíos o no nacer judíos… ¿optaríamos por ser judíos?

Johana no fue a una escuela judía pero siempre “se sintió muy judía”, porque era madrijá en una Tnu’á y porque sus padres también así lo afirmaban. El templo al cual acudían se leía todo en hebreo, idioma que Johana desconocía. Por lo tanto, estuvo muy contenta cuando decidieron cambiar por otro en el que se rezaba en castellano, y allí, “la cosa le llegaba”. Cuando le planteó a los padres, porqué no hacían Kabalat Shabat en la casa con comida correspondiente, la respuesta fue: Bueno si querés, hacelo! (cosa que nunca se concretó, porque sola no tiene sabor…). La vida siguió, siendo los hitos importantes de su calendario judío, las marchas por los caídos y la falta de justicia en el caso Amia y temas afines. A Johana se le presentó un muchacho que no era “de la cole” y comenzó a salir con él. Ella no estaba preparada a renunciar ninguna de sus convicciones, aunque mínimas, pero no sabía cómo iba a hacer para compatibilizar ambas situaciones… ¿Cómo saldría de su dilema?

Tim y Patrik eran “boinos muchachos judíos” de la USA. Sus experiencias judíos no distaban mucho de las de Melanie y Johana. Como el judaísmo de la comida judía (bagles and lachs y matzo balls), y de los tapados de piel en fiestas “no les llamaba” en su búsqueda sincera por espiritualidad, decidieron emprender un largo viaje al Himalaya para ver si la encontrarían en el Tibet.

Si Ud. Cree que estas historias están fuera de nuestro contexto comunitario, sepa que está equivocado. Son la norma, lo habitual. Los rabinos que estamos en esto de acercar a la gente, no podemos con el abandono espiritual que sufren tantos de nuestros jóvenes.

Algunos pocos, tuvieron la suerte de, aunque sea, conocer lo que es una hermosa mesa de Shabat (y no necesariamente por la comida).

Cuentan que en una oportunidad, una persona soñó con frecuencia que en un lugar distante había, bajo determinado puente, un tesoro. Después de repetirse el sueño varias veces, decidió investigar. Semanas demoró el viaje. Cuando llegó a u destino, encontró verdaderamente aquel puente soñado y comenzó a excavar. Una persona lo vio y le preguntó. Cuando el buen hombre explicó lo de sus sueños, el otro le respondió, que él había soñado que en el jardín de fulano de tal ciudad (la descripción exacta jardín de quien que estaba allí excavando) se encontraba el tesoro anhelado. ¡Qué coincidencia! El primer hombre dejó de excavar allí y volvió a su casa. El tesoro estaba efectivamente en su propio jardín.

¿Es posible que nuestros jóvenes no conozcan lo que poseen en su jardín?

 

La Voz Judía nro. 437

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