La Voz Judía


La Voz Judía
La Fuerza de la Reconstrucción
Por el Rabino Daniel Oppenheimer

La Ieshivá de Telsche, llamada así por el nombre de la ciudad de Lituania en la cual estaba situada, era una de las más prestigiosas Ieshivot de la época de la pre-guerra. A ella acudían alumnos de diversos países de Europa para crecer espiritualmente y dedicarse de lleno al estudio de la Torá.
Telsche era un pueblo de apenas 10.000 habitantes de los cuales la mitad eran judíos. En el año 1881 el Rav Eliezer Gordon, alumno de Rav Israel Salanter, fue elegido rabino de la ciudad, e inmediatamente se hizo cargo de la manutención y dirigencia de la Ieshivá que había sido creada en 1875 dándole su gran prestigio. La Ieshivá fue guiada sucesivamente por grandes luminarias, hasta que llego a su fin con la invasión de los nazis
En aquel momento, dos de sus dirigentes, Rav Eliahu Meir Bloch sz”l y su cuñado Rav Motl Katz sz”l estaban en los EEUU. Dado que se había desatado la guerrra, no pudieron regresar y permanecer con su Ieshivá en lo que resultaron ser sus últimas horas, ni estar con sus familias, de los cuales no quedaron sobrevivientes
Es difícil concebir la impotencia que sentirían ambos líderes en aquel nefasto escenario. Sin embargo, lejos de permitir que los nazis destruyeran el espíritu de su obra, se dispusieron a reconstruir en los EEUU - de la nada - su Ieshivá que ya no existía, precisamente en la ciudad de Cleveland, Ohio (hoy ya cuenta con varias sucursales en EEUU e Israel)
Había que reunir los fondos, conseguir maestros y alumnos para su proyecto. Pero había una cosa más que era imprescindible: creer que sería posible edificar lo caído. Ambos rabinos viajaron a procurar todo lo necesario.
En uno de sus viajes, fueron a una negocio de venta de libros judaicos en el este de Manhattan, en Nueva York a procurar los Sefarim (libros de estudio talmúdico) para la nueva Ieshivá.
Uno de los libros que solicitaron fue el Ketzot HaJoshen, un famoso Sefer estudiado asiduamente en las Ieshivot, que trata temas de jurisprudencia, y escrito en forma de comentario sobre la sección del Shulján Aruj (código de ley) que se dedica a esos temas. Los dos rabinos explicaron cuál era el propósito de los libros que estaban adquiriendo al encargado del comercio
El librero, un judío de edad, fue hasta el fondo del local, y buscó el volumen que los rabinos le pedían. Estaba guardado debajo de una pila de libros antiguos de los que se notaba que no habían sido tocados durante mucho tiempo. Sacó el libro de allí, sopló sobre él para quitarle el polvo.
Volvió con los rabinos, mientras sostenía el libro y les miró a los ojos. Les dijo:
“Les vendo este libro, pero quiero decir dos cosas:
“En primer lugar, admiro vuestra voluntad de querer seguir enseñando Talmud como lo hicieron en Lituania, pero les debo advertir, que acá la situación es distinta. Aquí no habrán Ieshivot. La gente no está interesada. Les digo esto, pues no quiero que sufran más de lo que ya han sufrido. Por favor, no intenten hacer algo que seguro terminará fracasando y les causará aun más dolor del que ya acaban de padecer.
“En segundo lugar, les pido que cuiden mucho este Sefer, pues creo yo, que será el último Ketzot HaJoshen que se venderá en los EEUU. Ya no hay gente a quien le interese esta clase de estudio profundo”.
R. Eli Meir tomó el Ketzot HaJoshen en sus manos y devolvió la mirada al vendedor: “La respuesta a ambas cuestiones es una sola. Yo puedo ver que en este país van a crecer muchos muchachos ávidos de estudiar Torá. ¡Y en este lugar se van a vender más Ketzot haJoshen de los que se han vendido en todos estos años en Europa!”
El “sueño” de estos Rabanim se plasmó en realidad. No solo se reestableció la Casa de Estudios de Telsche, sino que en muchos sitios de EEUU. (tal como en otros lugares del mundo) florecieron Ieshivot en donde se creía que sería un desierto espiritual ad eternum.
La Torah nos relata uno de los episodios más dolorosos y de mayor trascendencia de toda la historia del judaísmo.
Apenas cuarenta días después de haber escuchado la Voz Di-vina que hablaba al Am Israel y les decía los 10 Mandamientos, el pueblo judío cayó desde la cima espiritual de ser profetas al abismo de la falta hacia D”s, que representa la creación de un becerro de oro, para que los guíe en el desierto
Moshé bajaba esperanzado de la montaña, después de haber estudiado la Torá para enseñarla a sus hermanos. La escena con la que se encontró, era exactamente opuesta a la que vivió algunas semanas antes con el pueblo que exclamó, aceptando obedecer toda la Torá, sin condiciones y al unísono “Naasé VeNishmá”.
A fin de salvar al pueblo de un castigo mayor, Moshé destruyó las Tablas de la Ley, escritas por D”s mismo, para que de ese modo no existiera la evidencia concreta de lo que D”s había ordenado recientemente a los judíos (D”s más tarde agradeció este gesto a Moshé) y estos traicionaron.
La frustración de Moshé ante un yerro de tal magnitud debiera ser muy notable. Sin embargo, rezó por el pueblo, y subió nuevamente a la montaña… para comenzar todo otra vez.
Nuestra vida está llena de éxitos y desengaños. Cuando vivimos momentos de triunfo, nos sentimos bien y a gusto con nosotros mismos. Hasta nos puede parecer “obvio” que hayamos conseguido lo logrado y prosperado. Pero, hay que saber vivir también con el fracaso. La creencia en la omnipotencia humana torna más difícil aceptar las decepciones. En cambio, el reconocimiento de que todo está en Manos de D”s, nos permite vivir en la realidad en la que podemos percibirnos como quienes intentamos hacer lo que creemos correcto, pero que no necesariamente coincide con Sus planes, que son los que en definitiva han de prevalecer.
El Sabio Rabí Akivá, que es uno de los maestros más importantes y citados de la Mishná, tenía una gran cantidad de alumnos. El Talmud nos cuenta que estos perecieron en un lapso muy corto (entre Pesaj y Shavuot), debido a que su conducta de uno para con el prójimo no era la apropiada para personas de su estatura espiritual. Con su fallecimiento, el mundo quedó vacío de estudio, pues ellos representaban el grueso de la sabiduría del momento (y esta es la razón por la que conmemoramos y practicamos un duelo anual en esa época del año).
Para Rabí Akivá, esta pérdida significaba la destrucción de la obra humana a la que había dedicado la mayor parte de su vida.
Uno podría imaginar por un momento que Rabí Akiva, quedaría paralizado ante semejante situación devastadora (más aun sabiendo que la razón de la pérdida se debía a que habían sido defectuosos a nivel moral).
Sin embargo, no sucedió eso. El Talmud cuenta que después de este episodio, Rabí Akiva fue al sur y Al igual que Moshé, Rabí Akivá y quienes lo emulan hasta hoy nos enseñan una de las lecciones de vida más difíciles de llevar a cabo: sobreponerse al infortunio y confiar en n futuro venturoso trabajando para ello.

 

Nro 342 - Adar del 5764 / Marzo de 2004

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