Mientras se redactaba este comentario, la "famosa e infalible" Asamblea General de las Naciones no tenía otro problema que dedicarse al tema de las intensiones israelíes de expulsar al "Presidente" Palestino Yasser Arafat. Como era de esperar, se resolvió con gran mayoría condenar a Israel por ese propósito y exigir que se garantice la seguridad del "líder del pueblo palestino".
A esa pesada tarea de un gremio internacional, tan costoso como inútil en un mundo sumido en más del cincuenta por ciento en la pobreza y plagado por cualquier cantidad de sangrientos conflictos, precedió similar evento en el no menos "famoso e inútil" Consejo de Seguridad de la ONU, que terminó -como se esperaba- en una resolución condenatoria de Israel por el caso Arafat, que -tras varios días de discusiones- quedó nula a raíz del veto interpuesto por los EE UU.
Así están las cosas en nuestro mundo del siglo XXI, del que no podemos bajar y, por lo tanto, con el que debemos convivir. Esto también significa que Israel y sus responsables deben mantener -como se suele decir- "los pies abrigados y la cabeza fría", evitando ofrecerles flancos fácilmente atacables no sólo al mundo árabe, sino también a los no pocos "amigos dudosos" a lo largo y ancho del mundo.
Es cierto: el arte de gobernar está sujeto al tacto y el tino, y no a lo que muchas veces dicta la justicia. Echarlo del país sería, sin duda alguna, justo, pero no es adecuado a la vista en el contorno político internacional. Y esto no sólo es así porque, además de su parcial aislamiento en Ramallah, el "líder palestino" tendría mucho más espacio para su agitación y obtendría resonancia en los medios de prensa y electrónicos internacionales.
Era previsible que para nada mejoraría la reacción internacional cuando a la resolución de expulsar a Arafat se agregó una velada amenaza de eliminarlo físicamente. Y en este punto vale la pena ejemplificar cuan de mala fe se suele manejar la información internacional respecto de lo que dice y hace Israel:
Incluso, se difundió que Israel planea asesinar a Arafat, pero en realidad nadie formuló tal amenaza exprofesamente. El vice-premier israelí, Olmert, dijo tan sólo, como cualquier televidente del mundo pudo constatar, que el país judío se reserva el derecho de defenderse, aun a costo de que caigan víctimas entre sus enemigos, y que de esto Arafat "no está excluido". Evidentemente, los dicho no significan una amenaza de muerte directa contra el líder palestino, sino tan sólo una posibilidad si las circunstancias lo exijen por acción de aquél.
Pero el tema y las reacciones dan para mucha más tela que cortar: EE.UU., que al fin y al cabo sigue siendo a nivel internacional el único amigo más o menos fiable de Israel, también falló en esta oportunidad y pese al veto que interpusieron contra la infame resolución del Consejo de Seguridad. Es que su embajador, el Sr. Negroponte, relativizó el veto al expresar que en principio Washington coincide con el rechazo de las intenciones israelíes -vetando la resolución sólo por considerarla no-equilibrada- ya que no contenía la condena simultánea de las organizaciones terroristas palestinas como Hamas, Jihad Islámica y otros. Leyendo entre líneas aquella precisión se descubre fácilmente que Washington iguala a esos grupos terroristas con actitudes del gobierno democrático israelí, lo que implica un grave antecedente diplomático y un no menos grave insulto contra al menos el liderazgo del Estado Judío.
Pero así son las cosas, Israel ya está acostumbrada a tales desplantes que supo y sabe superar. Aunque esta no es la cuestión de fondo de este incidente. En el fondo de la controversia planteada se encuentra el asunto de que tal como ocurrieron los hechos, todo este lío era evitable por lo previsible que fue desde su lanzamiento. Al respecto, inquieta que el gobierno de Israel al parecer no asume la táctica árabe hasta ahora al menos exitosa en sus aspectos publicitarios. Es que a los árabes no les importan las pérdidas que sufren en vidas humanas, incluso de bienes, las que en cambio les sirven para sus leyendas de víctimas y mártires, así como para poder presentarse ante el mundo como objetos constantes de injusticias. Es así cuando envía a niños para que ataquen con piedras a unidades judías, siendo repelidos y cayendo víctimas entre ellos.
Para el caso Arafat planteado por el gobierno de Ariel Sharón era evidente desde el vamos que, por un lado, sería difícil realizar su deportación y, por el otro, les ofrecería una inmejorable oportunidad de presentar a ese terrorista por nacimiento y convicción como a un mártir. Ese mismo Arafat les sirve a los palestinos más en esta posición que vivo y en pleno funcionamiento. No haber tenido en cuenta y/o asumido esa realidad es inquietante desde el mismo punto de vista judío y hace pensar que a la conducción del Estado de Israel le están fallando los nervios. Ofrecerle a los enemigos semejante flanco abierto es extremadamente peligroso, debiéndose proveer las vallas adecuadas para que no se repitan semejantes desatinos. "El derecho formal y la justicia no son sinónimos", me dijo hace muchos
años un conspicuo abogado amigo. El caso de marras es un ejemplo para la verdad de ese dicho y, si bien aquí no vamos a dar consejos al liderazgo judío, es importante y muy deseable que se actúe en consonancia.
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