Una práctica usual en los medios de comunicación es requerirle a alguna personalidad, o personaje que haya adquirido cierta notoriedad pública, que opine sobre temas o realice actividades ajenos a su especialidad. Así, se le consulta a un deportista sobre cuestiones políticas, un candidato interpreta algún papel en un programa cómico, o un actor participa de un acontecimiento deportivo para recaudar fondos. Es probable que el resultado sea decoroso, tanto como que resulte lamentable. Lo cierto es que esas expresiones trascienden, pudiendo generar desde indiferencia hasta masivas adhesiones.
Hace pocos días el escritor portugués y Premio Nobel de Literatura, José Saramago, emitió algunos conceptos sobre el pueblo judío y el Estado de Israel. Dijo que "el pueblo judío ya no merece simpatía por los sufrimientos que pasó" pues "está aplicando a los palestinos los mismos delitos, los mismos abusos de los que fue víctima"; también dijo que "vivir a costa del Holocausto queriendo que se perdone todo lo que hacen en nombre de lo que sufrieron parece un poco abusivo. Parece que no aprendieron nada con el sufrimiento de sus padres y abuelos". Criticó el muro que Israel está construyendo para establecer una frontera o separación física con los palestinos diciendo que ello "le recuerda a los ghettos", agregando que "Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital", entre otras manifestaciones por el estilo.
Las palabras de Saramago muestran cómo una persona puede ser un excelente escritor de libros y, al mismo tiempo, un ignorante antisemita. Resulta paradójico cómo se puede poseer una veta intelectual tan desarrollada para la creación literaria, y una limitación tan pronunciada en su capacidad de análisis e interpretación de la realidad. Desgraciadamente su palabra no pasa inadvertida, porque sus reconocimientos internacionales lamentablemente le otorgan predicamento a los ojos del resto de los gentiles, aún cuando esté profiriendo disparates como los acá reproducidos.
¿Dónde radican estos disparates?
En primer lugar, la pretensión de comparar las medidas defensivas adoptadas por un país legalmente constituido, orientadas a proteger a sus ciudadanos de los continuos ataques perpetrados por terroristas irracionales que sólo buscan la destrucción y propagan el odio, con la situación de los judíos que estaban pacíficamente integrados en la sociedad gentil y resultaron víctimas de la mayor matanza programada de la historia, es una imperdonable y cabal demostración de prejuicio antirracial.
Decir que el pueblo judío merece simpatía por haber perdido a seis millones de sus miembros bajo el extermino nazi, o que pretende que se les perdone "lo que hacen" en nombre de lo que sufrieron, es una burla y un menosprecio intolerables; por ello, cuando dice además que los judíos no aprendieron nada con el sufrimiento de sus antepasados, la verdad es a la inversa: evidentemente muchos gentiles, como el propio Saramago, no sacaron ninguna lección de la historia. El asesinato no puede despertar simpatía, sino un llamado a la responsabilidad y la conciencia que hechos de esa naturaleza jamás pueden repetirse.
Finalmente, pensar que el pueblo judío tiene un capital de compasión, admiración y respeto sólo en mérito a los sufrimientos pasados, es una clara advertencia de hasta qué nivel el pensamiento gentil puede llegar en su desprecio. Ningún pueblo puede acreditar méritos a partir de tragedias colectivas. Más bien, los judíos tenemos una misión que no debemos olvidar: ser el pueblo elegido por D's.
¿Qué significa eso? ¿Es una expresión de soberbia? ¿Es que nos debemos considerar más fuertes o más ricos que los demás?
Claro que no. Ser elegidos por D's representa una obligación de servir a El en cada momento, vivir de acuerdo a la Torá respetando sus leyes, tener siempre una actitud positiva para con el prójimo, anticiparse en el saludoÉ en una palabra, los judíos debemos dar el ejemplo con nuestra conducta y valores morales ahí donde estemos. No debemos generar compasión, y la admiración y respeto que emane del resto de los pueblos debe apoyarse no en cadáveres, sino en el fiel ejercicio de nuestras convicciones.
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