Comunidades


Periódico Judío Independiente
Las elecciones presidenciales en los EE.UU.
La Vieja Gloria de las Barras y las Estrellas

Por Alejandro Wenger, especial para Comunidades
Este año, las elecciones presidenciales norteamericanas presentan un panorama tan inusual como inquietante. La polarización del electorado es tan grande como no se ve desde los tumultuosos años '60 , al punto que se ha generado una grieta entre los seguidores de los candidatos, que se agrupan en dos grandes campamentos: los "Nunca Trump" y "Nunca Hillary". La batalla electoral se libra en todos los campos, y en especial en las redes sociales; y también, porque los seguidores se definen a sí mismos más por el odio que por el amor.
Los analistas políticos que mantienen una visión desapasionada de la contienda, coinciden en que ninguno de los candidatos se puede considerar brillante. Es más bien una competencia entre mediocres.

El contexto.
EE.UU. llegan a los comicios de mala manera. La administración de Obama deja una herencia de debilidad internacional, divisiones internas exacerbadas, futuro económico incierto, odio racial sin precedentes en décadas, y una brecha entre ricos y pobres que el gobierno demócrata no redujo, sino que por el contrario, ayudó a profundizar.
Son muchos los pensadores que creen -como por ejemplo el británico Paul Kennedy-, que los EE.UU. son una potencia declinante, cuyo cuarto de hora de hegemonía mundial ya concluyó. Fueron la Gran Nación del Siglo XX, pero ya no en el Siglo XXI. Se basan en diferentes criterios, pero especialmente en el económico.China ya habría superado a los EE.UU. como primera economía del mundo, algo que no ocurre de 1872, cuando Norteamérica superó a su vez a Gran Bretaña. El poderío político y militar siempre fue un reflejo del económico, y toda vez que un estado nacional perdió su hegemonía económica, terminó perdiendo irremediablemente el poder político. Esto estaría ocurriendo actualmente con el agravante que, según estimaciones, para el 2030, China será a su vez desplazada por la India como primera economía del mundo, relegando a los EE.UU. a un mero tercer puesto.
Hay otro núcleo de pensadores, como el caso de George Friedman,que creen que los EE.UU.todavía no han llegado a la cima de su poderío, y que su declive es sólo relativo y pasajero. Argumentan que las ventajas comparativas norteamericanas, en especial en el orden geográfico, son enormes e inigualables por cualquiera de las naciones candidatas a la hegemonía mundial.

#NeverTrump.
Los intelectuales que siguen a Obama adhieren a la teoría de la decadencia irremediable como una verdad revelada, y parecen tener una suerte de resignación entusiasta sobre ella. Su preocupación pasa por otro lado: el medio ambiente, la segregación racial, los derechos de los homosexuales, la igualdad de género, la integración de las minorías y el revisionismo histórico del rol norteamericano a lo largo de la historia. Hillary Clinton y sus seguidores mantienen esa misma cosmovisión. Es, en definitiva, una agenda cultural. Es la clase de tópicos que fascina a la clientela progresista del Partido Demócrata. Los últimos atentados islámicos son únicamente consecuencia de la falta de control en la venta de armas de fuego. El aborto debe estar garantizado por la ley, y sus gastos solventados por el Estado. Los homosexuales deben casarse igual que los heterosexuales en todos los estados de la Unión, la marihuana recreativa debe ser de venta libre y los ricos y las corporaciones deben pagar más impuestos para sufragar los enormes gastos del Estado Benefactor. En cambio, los gastos de seguridad y defensa nacional deben ser reducidos a un mínimo. De más está decir que el entorno de la señora Clinton es profunda y visceralmente antiisraelí (ver "Comunidades", Nro. 605: "El Partido Demócrata se aleja de Israel").
La también ex Primera Dama acredita títulos universitarios, experiencia y méritos que la hubieran convertido en la candidata indiscutida a la presidencia... en otra época. Pero en un momento de desencanto masivo con el establishment de Washington, estas credenciales causan indiferencia, o incluso, fastidio.

#NeverHillary.
Durante meses, el diario The Washington Post dedicó largos y concienzudos editoriales a explicar las razones por las que Donald Trump "jamás" llegaría a ser candidato presidencial. Se equivocaron. Del mismo modo, los demócratas se mofaban de la sola presencia de Trump como precandidato republicano, y la consideraban incluso "muy positiva" su presencia en la campaña, ya que la creían tan repulsiva que sólo traería beneficios a la señora Clinton. Porque hasta principios del corriente año, se consideraba que Hillary era la obvia sucesora de Obama, fuera de toda duda.
La candidatura de Trump es un terremoto político en especial para el Partido Demócrata. Es el candidato incotestable: nada que puedan decir de él va a mover un pelo de sus seguidores. Las críticas que le han lanzado -tan exacerbadas como los exabruptos del propio Trump- no han hecho más que acercarle simpatizantes. Es que Trump ha logrado conmover a un sector del electorado norteamericano, tan numeroso como postergado: el de la clase obrera blanca. Este sector, empobrecido por la migración a China de la otrora orgullosa industria norteamericana, fue un tradicional votante demócrata, pero que ahora se encolumna tras el candidato republicano. Trump ha prometido repatriar a las empresas norteamericanas al territorio norteamericano. En este sentido, Trump es el menos conservador de los republicanos. Su plataforma económica es muy consistente, pero proteccionista, keynesiana, y recelosa de los financistas de Wall Street. Y no difiere demasiado de los militantes antiglobalización que causan disturbios en las cumbres del G-8. Hillary también propone el proteccionismo con respecto a China, sólo que nadie le cree. Después de todo, Obama tampoco lo hizo.
Trump es también el candidato anti-stablishment (en el que los norteamericanos claramente han perdido la fe). Financia la campaña con su propio dinero, y asume para sí el rol del cowboy del Lejano Oeste, muy presente en el imaginario colectivo americano. Como en la película "A la hora señalada", en la que el heroico sheriff es abandonado a su suerte hasta por sus propios amigos, Trump arremete en solitario contra los villanos que llegan al pueblo para cometer sus maldades.

El regreso del aislacionismo.
Tras el atentado terrorista en Orlando, Obama y sus seguidores demócratas hicieron un denodado esfuerzo por evitar que el mismo se definiera como tal. Lo llamaron "masacre de Orlando", "tragedia de Orlando", "matanza de Orlando", entre otros eufemismos; todo, con tal de no reconocer que se trató de un salvaje atentado islámico en línea con el del 11-9-2001. En los últimos años, hubo al menos otros dos: el de la Maratón de Boston (2012) y el del Sur de California (2015). En todos los casos, fueron protagonizados por musulmanes radicados en el país, o bien ciudadanos norteamericanos nativos, pero hijos de inmigrantes islámicos. A pesar de los intentos de Obama de tapar el sol con la mano, el fracaso de su política exterior (y migratoria) se manifestó con toda crudeza.
Trump, en alguna medida, encarna el retorno al viejo aislacionismo que caracterizó al Partido Republicano hasta la Segunda Guerra Mundial. El aislacionismo norteamericano se remonta a George Washington y los Padres Fundadores, que recomendaron vivamente no inmiscuirse en los conflictos externos (concretamente, en los europeos). Fue la réplica de la doctrina del "Espléndido Aislamiento" que dominó la política exterior británica durante gran parte de su historia, en particular el el Siglo XIX, época en la cual también los EE.UU. se mantuvieron mayormente ajenos a los conflictos de su tiempo. El aislacionismo terminó abruptamente el día en que los japoneses atacaron Pearl Harbour . Tras el fin de la Guerra Fría, nuevas voces pregonaron el aislacionismo en el seno de los think tanks de Washington. Pero nunca como ahora habían encontrado eco en un candidato presidencial.

Conclusiones.
"La convención del Partido Republicano ha comenzado en Detroit, una ciudad angustiada por la crisis de la industria del automóvil y muy proclive a favorecer una solución de derechas...
"No hay que creer a pies juntillas en las encuestas... además hay una gran versatilidad en la opinión pública, que se deja llevar de los últimos acontecimientos que del fondo de la cuestión...
"En las elecciones de noviembre se juega no solamente la presidencia... En cualquier caso, el porvenir es inquietante, para los EE.UU., para los países de su zona de influencia, como para la estabilidad del mundo..."
Estas frases podrían perfectamente haber sido dichas en la actual campaña electoral, pero no: aparecen en el diario "El País", de España, en su edición del 15-07-1980, y el candidato republicano "de derechas" del que hablan, no es Donald Trump, sino Ronald Reagan. Como puede verse, los candidatos de la derecha conservadora de los EE.UU. nunca han gozado del beneplácito de la prensa, al menos de la extranjera.
Si Hillary Clinton resulta electa, se tendría una administración consolidando el legado de decadencia del presidente Obama. Si gana Trump y se afirma en la presidencia, se produciría un cambio tan radical que sus alcances serán, a estas alturas, muy difíciles de predecir.


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