Comunidades


Periódico Judío Independiente
Cuando la piedad es maliterpretada
El pacifismo no es paz

Por Lina Szwarc ( sociologa)
"Quien es benevolente con el cruel, terminara siendo cruel con el benevolente " (del Talmud)

Cuando ocurre un atentado terrorista en Occidente, las reacciones son múltiples y diversas, son reacciones simbólicas que preceden y hasta explican a las acciones políticas que los Estados hacen o dejan de hacer. Estas reacciones primeras van desde la condena inequívoca al responsable hasta la justificación explícita, y entre esos dos extremos encontramos a los siguientes: quienes acusan a la víctima por haber provocado al terrorista, quienes condenan pero lo relativizan culturalmente, quienes condenan todo tipo de violencia para evitarse mencionar al terrorismo islámico, quienes acusan a un tercero que hace de chivo expiatorio desde una mirada conspiracionista, quienes justifican la violencia por ser consecuencia de la pobreza y quienes condenan el atentado pero también condenan la posible reacción defensiva de manera sospechosamente ecuánime.

Este abanico de reacciones interpretativas y valorativas no son meras palabras, sino que explican culturalmente el terrorismo islámico.

Aun sin compartir las conclusiones morales de Nietzsche, vale su análisis sobre las formas de confrontar, en Genealogía de la moral: “¡Cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble!. Ese respeto es ya un puente hacia el amor... ¡El hombre noble reclama para sí su enemigo… no soporta ningún otro enemigo que aquel en el que hay muchísimo que honrar! En cambio, el hombre resentido concibe “el enemigo malvado”, y se imagina que el “bueno” es él mismo”.

El terrorismo islámico parte de una posición de resentimiento que exige ser reparada imponiendo al enemigo infiel la propia fe o su muerte. En cambio, Occidente insiste en tolerar la violencia recibida, en no propagar una escalada, en esforzarse por distinguir moderados de extremistas, por reconocerse en el otro y ejercer la virtud piadosa aún con el cuchillo al cuello. Occidente ama a su enemigo; ama a quien desea y busca su destrucción.

El resentimiento y la nobleza han derivado en dos fenómenos ideológico-políticos: el terrorismo y el pacifismo. Suele pensarse que esas dos actitudes ante el conflicto se contraponen. Pero se dan la mano, uno se alimenta del otro. Conciben a la figura del enemigo de manera diferente pero es precisamente esa diferencia la que los hace caminar hacia una misma dirección.

Comencemos por aquellos que confluyen en el pacifismo de buena fe. Quizás su error parta de la idea que sostiene que la violencia engendra más violencia. La falacia inmanente surge de llamar con la misma denominación a quien ataca y a quien se defiende. ¿Es correcto llamar del mismo modo a la agresión del golpeador que a la mano que lo detiene? ¿Es correcto llamar del mismo modo a las agresiones de la patota que a la reacción del acosado que un día dice basta? ¿Y si no es correcto, es acaso justo?

Una denominación que no logra distinguir con las palabras lo uno de lo otro promueve más injusticia, dado que mientras el agresor continúa agrediendo, el agredido se sentirá inhabilitado moralmente a generar mecanismos de defensa.

El segundo error de quienes adhieren al pacifismo desde la honestidad surge de malinterpretar a la piedad. ¿Hasta dónde la piedad por la vida del otro sigue siendo tal si llevada al extremo niega incluso a la piedad por la propia vida? La piedad malentendida se verbaliza en la exigencia de tolerancia ante el terror, en ofrecer la otra mejilla a los golpes, sin embargo ¿es piedad aquello que contradice a la justicia?

La piedad supone equilibrar la rigurosidad de la ley con la empatía, pero no anularla. Al contrario de lo que podría pensarse, la piedad occidental tal como hoy es entendida y el terrorismo islámico se vuelven socios involuntarios, puesto que mientras éste hace culto de la muerte, aquella desprecia a su propia vida.

Además, no todos los que se embanderan en el pacifismo son realmente pacifistas. Muchos de ellos forman parte de la legión de los apologistas del conflicto y la violencia como partera de la historia, de las revoluciones violentas y de la idealización del conflicto como herramienta exclusiva de cambio social. En este grupo político heterodoxo están los que creen en las revoluciones iluminadas porque descreen de las evoluciones cotidianas consensuadas. Suelen concebir al terrorismo como herramienta legítima de cambio político, y cuando, presionados ante la indignación general que provoca un atentado, se ven compelidos a condenarlo, sólo lo hacen de tal manera que la condena aluda a “todo tipo de violencia, venga de donde venga” y nunca a la violencia terrorista que es una violencia específica, provocada generalmente por grupos con los cuales simpatizan.

Por ello, estos falsos pacifistas prefieren hablar de “movimientos de liberación” y de “terrorismo de Estado”, para eludir la identificación del terrorista.

Salta a la vista que el pacifismo hoy es un concepto bastardo y tramposo del que el terrorismo aprovecha. Es necesario desmitificarlo para vivir en paz. Es hora de distinguir que pacifismo y paz no son sinónimos, y la distancia entre ellos ha llegado a convertirse en peligrosa contradicción.

Promover la paz hoy no puede consistir en tolerar el horror, porque ello significa habilitar más terrorismo; ni puede consistir en confundir a la piedad con el desprecio sacrificial de la propia vida. Promover la paz, en un mundo acosado por el terrorismo, no será otra cosa que el derecho a la legítima defensa -ni más, ni menos.


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(socióloga)


Cuando ocurre un atentado terrorista en Occidente, las reacciones son múltiples y diversas, son reacciones simbólicas que preceden y hasta explican a las acciones políticas que los Estados hacen o dejan de hacer. Estas reacciones primeras van desde la condena inequívoca al responsable hasta la justificación explícita, y entre esos dos extremos encontramos a los siguientes: quienes acusan a la víctima por haber provocado al terrorista, quienes condenan pero lo relativizan culturalmente, quienes condenan todo tipo de violencia para evitarse mencionar al terrorismo islámico, quienes acusan a un tercero que hace de chivo expiatorio desde una mirada conspiracionista, quienes justifican la violencia por ser consecuencia de la pobreza y quienes condenan el atentado pero también condenan la posible reacción defensiva de manera sospechosamente ecuánime.

Este abanico de reacciones interpretativas y valorativas no son meras palabras, sino que explican culturalmente el terrorismo islámico.

Aun sin compartir las conclusiones morales de Nietzsche, vale su análisis sobre las formas de confrontar, en Genealogía de la moral: “¡Cuánto respeto por sus enemigos tiene un hombre noble!. Ese respeto es ya un puente hacia el amor... ¡El hombre noble reclama para sí su enemigo… no soporta ningún otro enemigo que aquel en el que hay muchísimo que honrar! En cambio, el hombre resentido concibe “el enemigo malvado”, y se imagina que el “bueno” es él mismo”.

El terrorismo islámico parte de una posición de resentimiento que exige ser reparada imponiendo al enemigo infiel la propia fe o su muerte. En cambio, Occidente insiste en tolerar la violencia recibida, en no propagar una escalada, en esforzarse por distinguir moderados de extremistas, por reconocerse en el otro y ejercer la virtud piadosa aún con el cuchillo al cuello. Occidente ama a su enemigo; ama a quien desea y busca su destrucción.

El resentimiento y la nobleza han derivado en dos fenómenos ideológico-políticos: el terrorismo y el pacifismo. Suele pensarse que esas dos actitudes ante el conflicto se contraponen. Pero se dan la mano, uno se alimenta del otro. Conciben a la figura del enemigo de manera diferente pero es precisamente esa diferencia la que los hace caminar hacia una misma dirección.

Comencemos por aquellos que confluyen en el pacifismo de buena fe. Quizás su error parta de la idea que sostiene que la violencia engendra más violencia. La falacia inmanente surge de llamar con la misma denominación a quien ataca y a quien se defiende. ¿Es correcto llamar del mismo modo a la agresión del golpeador que a la mano que lo detiene? ¿Es correcto llamar del mismo modo a las agresiones de la patota que a la reacción del acosado que un día dice basta? ¿Y si no es correcto, es acaso justo?

Una denominación que no logra distinguir con las palabras lo uno de lo otro promueve más injusticia, dado que mientras el agresor continúa agrediendo, el agredido se sentirá inhabilitado moralmente a generar mecanismos de defensa.

El segundo error de quienes adhieren al pacifismo desde la honestidad surge de malinterpretar a la piedad. ¿Hasta dónde la piedad por la vida del otro sigue siendo tal si llevada al extremo niega incluso a la piedad por la propia vida? La piedad malentendida se verbaliza en la exigencia de tolerancia ante el terror, en ofrecer la otra mejilla a los golpes, sin embargo ¿es piedad aquello que contradice a la justicia?

La piedad supone equilibrar la rigurosidad de la ley con la empatía, pero no anularla. Al contrario de lo que podría pensarse, la piedad occidental tal como hoy es entendida y el terrorismo islámico se vuelven socios involuntarios, puesto que mientras éste hace culto de la muerte, aquella desprecia a su propia vida.

Además, no todos los que se embanderan en el pacifismo son realmente pacifistas. Muchos de ellos forman parte de la legión de los apologistas del conflicto y la violencia como partera de la historia, de las revoluciones violentas y de la idealización del conflicto como herramienta exclusiva de cambio social. En este grupo político heterodoxo están los que creen en las revoluciones iluminadas porque descreen de las evoluciones cotidianas consensuadas. Suelen concebir al terrorismo como herramienta legítima de cambio político, y cuando, presionados ante la indignación general que provoca un atentado, se ven compelidos a condenarlo, sólo lo hacen de tal manera que la condena aluda a “todo tipo de violencia, venga de donde venga” y nunca a la violencia terrorista que es una violencia específica, provocada generalmente por grupos con los cuales simpatizan.

Por ello, estos falsos pacifistas prefieren hablar de “movimientos de liberación” y de “terrorismo de Estado”, para eludir la identificación del terrorista.

Salta a la vista que el pacifismo hoy es un concepto bastardo y tramposo del que el terrorismo aprovecha. Es necesario desmitificarlo para vivir en paz. Es hora de distinguir que pacifismo y paz no son sinónimos, y la distancia entre ellos ha llegado a convertirse en peligrosa contradicción.

Promover la paz hoy no puede consistir en tolerar el horror, porque ello significa habilitar más terrorismo; ni puede consistir en confundir a la piedad con el desprecio sacrificial de la propia vida. Promover la paz, en un mundo acosado por el terrorismo, no será otra cosa que el derecho a la legítima defensa -ni más, ni menos.

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