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Periódico Judío Independiente
Algo que únicamente pueden hacer los judios
Evitar un próximo Holocausto

Por Michael Laitman, (x)
La historia judía puede ser estudiada desde muchas perspectivas, dependiendo del contexto y el mensaje que deseemos resaltar en el análisis. Pero si uno analiza la historia del odio a los judíos desde la perspectiva de los que odian –y no desde la de los judíos–surge un nuevo aspecto: desde esa perspectiva, el antisemitismo no solo es el resultado de una conducta judía, sino que su atenuación e incluso su total erradicación, está totalmente en manos de los judíos. Pero ¿cómo es esto posible? Para entenderlo, es necesario remontarse en el tiempo a los orígenes de lo que hoy conocemos como judaísmo.
Tras la destrucción del Templo, comenzó el exilio y dispersión de los judíos por todo el mundo. Se repetía una situación muy similar en cada país que los acogía: primero eran bien recibidos, después odiados y finalmente eran expulsados o asesinados. El historiador Flavio Josefo escribió que “la nación judía se dispersó ampliamente sobre toda la tierra habitable donde los reyes, después de Antíoco, les permitieron asentarse con una apacible tranquilidad”.
Más adelante, serían expulsados de allí y tendrían que huir a Europa. Especialmente en España, los judíos fueron tratados con tanto afecto, que apareció un término específico para describir sus relaciones con los cristianos:convivencia. Y sin embargo, a pesar de todos esos siglos de simpatía mutua, en 1492 se promulgó un edicto que dictaba la expulsión de los judíos o su ejecución en caso de quedarse y no convertirse al cristianismo.
En toda Europa se produjeron situaciones similares. Pero la evidencia más cruda de este proceso se da, sin duda, en Alemania: el colapso de la convivencia entre alemanes y judíos alemanes conduciría al exterminio de la gran mayoría de los hebreos en Europa.
Los judíos han regresado a Europa de nuevo, pero es evidente que los europeos, en el mejor de los casos, simplemente los toleran. No hay convivencia. Si prestamos atención a lo que está sucediendo actualmente en Europa occidental, es obvio que el antisemitismo está apareciendo de nuevo. Y no hay ninguna razón lógica para confiar en que todo termine de forma diferente a las precedentes oleadas de odio a los judíos.
Los dos “paraísos” a los que los judíos europeos pueden aspirar son los EE.UU. e Israel. . En EE.UU. son tan evidentes las similitudes entre la situación de los judíos alemanes antes de la Segunda Guerra y la situación actual de la comunidad judía norteamericana, que hay que hacer grandes esfuerzos para hacer la vista gorda y mantener la calma como si no pasara nada
En cuanto a Israel, si la asamblea general de la ONU tuviera que votar hoy sobre el establecimiento del estado de Israel, no hay duda de que el resultado sería muy diferente al de 1947, y no precisamente a favor de Israel. Cuando se creó el estado era el más débil y el mundo celebró la victoria de Israel. Pero todo empezó a cambiar a partir de 1967 y, hoy en día, la gran mayoría de los estados miembros de la ONU preferirían que el estado de Israel no existiera.
Sin embargo, que haya similitud entre los judíos alemanes de antes de la guerra y la comunidad judía estadounidense de hoy no implica necesariamente un mismo destino. Del mismo modo, la curva que mide la simpatía o antipatía que Israel despierta a nivel internacional tampoco denota que el destino del estado de Israel sea el mismo que el de los judíos alemanes. El factor decisivo no es el aumento del propio fenómeno del antisemitismo, sino la razón fundamental que lo suscita y lo nutre.
Necesitamos entender por qué el antisemitismo sigue existiendo. A pesar de las numerosas explicaciones, aún no hemos descubierto el motivo de que haya perdurado durante tantos siglos, disfrazándose una y otra vez con distintos atuendos. Y lo más importante: necesitamos ver qué podemos hacer para arrancarlo de raíz de una vez por todas.
En primer lugar, aun a riesgo de ser etiquetado de exclusivista, creo que debemos reconocer un hecho: los judíos no son como otras naciones. La asombrosa desproporción entre el pequeño porcentaje de la población mundial que es judía y su inmensa contribución a las artes, la cultura, la ciencia, la economía, y –cómo no– la ética y la religión, es prueba de ello. La otra prueba es la atención que las naciones del mundo conceden a los judíos e Israel. A lo largo de la historia, ninguna otra fe ha acaparado tanto la atención de personajes célebres, altos mandos militares o de la misma ONU. Y la mayoría de las veces en sentido negativo. Ninguna otra fe ha sido acusada de tantas faltas por tantas personas y naciones, y durante tantos siglos.
Por lo tanto, propongo que, por un momento, dejemos de justificarnos y reflexionemos sobre la situación desde una perspectiva diferente: la de los acusadores. Es evidente que todas nuestros aportes no impresionan al mundo. No escuchamos ningún reconocimiento por nuestra contribución a la economía, por ejemplo. Sin embargo, escuchamos numerosas acusaciones de que los judíos están valiéndose de sus habilidades financieras para manipular y explotar a otras naciones. Tampoco recibimos elogios por nuestras aportes a la tecnología, sino que constantemente se nos recrimina que las usamos para mejorar las capacidades militares de Israel.
Todo el mundo parece estar de acuerdo en que amar a los demás es una gran idea, pero ninguna nación o religión es capaz de implementarlo. El judaismo le ha dado al mundo un gran obsequio que puede traer felicidad para todos, pero no pueden utilizarlo. Si usted tuviera una enfermedad terminal y alguien le diera una caja cerrada que contiene la cura que podría salvarle pero no le entrega la llave, ¿qué sentiría hacia esa persona? Eso es precisamente lo que las naciones sienten hacia nosotros. Inconscientemente, sienten que tenemos la llave para resolver los problemas del mundo, y por eso en un primer momento se alegran cuando nos instalamos en su país. Pero dado que –sin ser conscientes de ello– se lo estamos impidiendo, siempre terminan por rechazarnos y todo da un giro de 180 grados.
La nación judía fue fundada sobre un principio: el de un profundo amor fraternal. Pudimos constituirnos como nación únicamente cuando nos comprometimos a estar unidos “como un solo hombre con un solo corazón”. Tras ese compromiso, logramos desarrollar una próspera sociedad que atravesó todo tipo de padecimientos y tribulaciones gracias a que se mantuvo adherida al principio de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Mientras cultivábamos el amor fraternal, el resto del mundo aprendía a ensalzar y glorificar el “yo”. Al final, también nosotros sucumbimos a esa idea y caímos en el odio infundado, algo a lo que ahora llamamos egoísmo. Dado que perdimos nuestra unidad, también perdimos la capacidad de mantener nuestra soberanía, y fuimos exiliados dispersándonos por todo el mundo.
Desde entonces el mundo ha ido desarrollándose de una forma cada vez más egocéntrica. Y ahora, en nuestro tiempo, el egocentrismo se ha intensificado tanto, que se ha transformado en narcisismo, fascismo y fundamentalismo religioso. En la actualidad vemos cómo incluso la estructura más básica de la sociedad humana –la familia– se está descomponiendo. Asimismo, la escalada del extremismo y el incremento del desempleo hacen que cada vez sea más difícil mantener la paz social; por lo tanto, cada vez es más urgente hallar una manera de afianzar la sociedad. Y cuanto más crezca la frustración de naciones y gobiernos, mayor será su ira contra los judíos.
Pero no para que los judíos sirvan como chivos expiatorios, sino porque los judíos, aunque no sean conscientes de ello, realmente tienen la clave. En algún momento, la curva que mide la simpatía/antipatía que Israel despierta, alcanzará un punto de no retorno y se volverá contra los judíos. Y será entonces cuando probablemente llegue otra devastación.
Por lo tanto, si queremos evitar un nuevo padecimiento, nuestra única esperanza es restablecer la unidad que una vez tuvimos y que todos hoy anhelan. Mostrar al mundo con nuestro ejemplo que es posible alcanzarla. El abismo que hay entre nosotros, los propios judíos, no debe desalentarnos: es solo una brecha a la espera de ser cerrada. No es preciso ocultar nuestras disputas; más bien se trata de que todos puedan ver cómo las superamos por medio del amor fraterno.
Tenemos esa inclinación natural hacia la unidad: se encuentra latente, grabada en los “genes” de nuestra nación. Estamos llamados a reactivar esos genes y liderar el camino hacia la unidad por el bien de toda la humanidad.

(X) Profesor de ontología, Doctor en Filosofía y Cabalá y Licenciado en biocibernética médica. Fundador y presidente del instituto ARI. Al día de hoy se han publicado más de 40 libros, traducidos a 35 idiomas..
Fuente : Unidos por Israel



Número 585
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