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Periódico Judío Independiente
La violencia diaria que nos acompaña
Reflexiones sobre la ira

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Si hay algo que me preocupa es cómo, mucha gente reacciona con violencia ante cualquier intento del otro, su prójimo, incluso su pareja, de hacer valer un interés que le sea propio.

Días atrás, una paciente, docente, llegó desconsolada a su sesión: el ex marido, aprendiz de hacker, le había encriptado todos los documentos. Le pregunté qué significaba ese término y dijo, entre lágrimas, que les había puesto una clave desconocida por ella, para que no pudiera ingresar. No sólo eran sus trabajos de todo el año sino de gran parte de su vida y él, posiblemente en un ataque de ira y de envidia, la había dejado sin nada. Pausadamente fui preguntándole si tendría arreglo y, cuando me dijo que suponía que sí pero que lo que no tenía arreglo era que el padre de sus hijos, era un delincuente, un ladrón, porque le había robado la ilusión de publicar un libro en el que, al dar a conocer su experiencia docente, podría ayudar a muchos maestros.



Cuando se retiró, busqué la palabra ira en el diccionario etimológico de Joan Corominas: ira deriva del latín: cólera, enojo. O sea, en la etimología aparecen sinónimos.

En otro orden de cosas, quiero recordarles el violento film “Un día de furia” que muestra lo que la ira provoca en una persona sobrepasada por los problemas propios de una gran ciudad. Un piquete, una obra en construcción, un desvío en el tránsito, los pasajeros varados por un vuelo cancelado, pueden producir reacciones de ira, gritos, forcejeos, trompadas.

El 4 de noviembre de 2014, fue claramente un día de furia. Un vecino, tras recibir la negativa de la grúa municipal de retirar el auto, un Honda Civic, mal estacionado en la puerta del garage de su casa, optó por hacer justicia por mano propia. Sorprende cuando mucha gente se manifestó en contra del proceder de este señor, pero no lo hizo respecto del dueño del auto que le cerró el paso durante veinticuatro horas, ni contra la municipalidad que poco había hecho para aliviar la situación. Según el derecho, hacer justicia por mano propia, es un delito, mientras que vedar el paso del otro hasta dejarlo preso en su propia casa, es una contravención. El primero, puede ir preso mientras que el segundo, sólo debe pagar una multa.

La ira es una emoción como tantas otras, con la diferencia de que es esencial poder controlarla. Es una respuesta natural y hasta sana a posibles amenazas, y aporta respuestas necesarias para la supervivencia humana (por ejemplo, en caso de ataque). La ira estimula al sistema nervioso incrementando el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, el flujo de sangre a los músculos, los niveles de azúcar en la misma y la transpiración. Junto con los cambios físicos, también puede afectar el pensamiento.

En la sociedad moderna, estas emociones y reacciones son contenidas en pos de la convivencia. Las personas aprenden a expresar el enojo por la vía de la palabra, explicando qué y por qué nos molesta una u otra actitud.

Lo que convierte a la ira en acciones violentas es justamente la falta de control. Una pérdida de control típica es la del bebedor que, con sus sentidos alterados, empieza a insultar o golpear a otras personas.

Mitología griega

La religión griega era politeísta: se adoraba a muchos dioses, que representaban, generalmente, las diferentes formas de la naturaleza. Zeus, el más poderoso de los dioses griegos, era representado por los rayos que arrojaba desde la cima del Monte Olimpo.

La religión griega no tenía ningún texto sagrado o código de conducta, pero poseía numerosas historias y leyendas relacionadas con dioses, diosas, semidioses, criaturas míticas y seres humanos extraordinarios que, salvando las distancias, son muy similares a la vida cotidiana. Por ejemplo Eris, o la Discordia, una de las cuatro hijas de Zeus y Hera, conocida como la diosa de la disputa. Asociada con la rivalidad, los celos y la ira, era tan impopular entre sus compañeros de dioses y diosas, que terminaba siendo la más rechazada por las deidades griegas.

Las furias, también llamadas las Erinias (erínein, ‘perseguir’) eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes. En Atenas, también se utilizaba eufemísticamente la perífrasis: “venerables diosas”. Se aludía a ellas como “ejecutoras de las leyes”, lejos de la ira que no era bien vista, como todo lo próximo a la desmesura.



Textos bíblicos.

En la Biblia, la ira de Dios es la respuesta al incumplimiento de los preceptos. La idolatría, causa de la ira divina, fue la que llevó a Moisés a romper las tablas de la ley. Miguel Ángel, en el Moisés, expresó con firmeza esa ira. Confieso que cuando pude detenerme frente al Moisés, quedé totalmente subyugada por la fuerza, los sentimientos que despertaba. Freud mismo, dijo: “intenté sostener la mirada despreciativa y colérica del héroe; muchas veces me deslicé a hurtadillas para salir de la semipenumbra de su interior como si yo mismo fuera uno de esos a quienes él dirige su mirada, esa canalla (el pueblo) que no puede mantener ninguna convicción, no tiene fe ni paciencia y se alegra si le devuelven la ilusión de los ídolos”.

No quiero dejar de lado a Caín y al crimen que, causado por su ira, le marcó el destino. Dice Lacan en “La ética...” que la cólera es esa pasión que precisa de una reacción del sujeto al fracasar la correspondencia esperada entre un orden simbó­lico y la respuesta de lo real.

Dios no se volvió, no miró el presente, le dio vuelta la cara. Caín se abatió y cayó. Enfurecido por el rechazo, Caín pierde su Edén pero, paradojalmente, marca su entrada en la existencia, con la marca de no haber sido responsable de su hermano, cuando cada uno de todos es responsable por la vida de todos.



Cuando la ira produce más violencia

“La ira en el hogar, es como un gusano en una planta”, leemos en el Talmud. Y es así: corroe, destruye, socava los cimientos de la casa que con amor y no sin esfuerzo, se construyó.

Como la ira ciega y ensordece, es difícil aplacar al que es empujado por ese sentimiento. El sujeto irascible se niega a aceptar que otro piense o actúe de una manera distinta y se corre el riesgo de bordear situaciones de extrema violencia. Es más, la ira, unida a la envidia, puede conducir a robar no sólo objetos sino ideas, escritos, ilusiones, a golpear hasta invalidar al otro, incluso matarlo.

Siempre sostuve que cuando se recurre a la violencia es porque se ha perdido la razón y, la pérdida de la razón conduce a naturalizar la violencia cotidiana.

El pedagogo, filósofo y escritor Jaime Barilko, sostuvo que lo que identifica al hombre es la Ley sostenida por la razón.”La razón, por su propio movimiento podría llevar al conocimiento de la verdad ética”.

Maimónides habla de alcanzar el justo medio, el áureo camino que se aparta de los extremos.

El pensamiento judío insiste que hay que controlar las pasiones y emociones, sin anularlas.

Quiero concluir con esta anécdota del Talmud:

“Rabí Pinjas dijo a uno de sus discípulos:

_ Si el hombre desea llevar por buen camino a la gente de su casa, no debe encolerizarse con ellos, porque la ira no sólo vuelve impura su alma, sino que transfiere esa impureza a los que le causaron el enojo.

Y dijo también:

_ Desde que logré controlar mi cólera, la guardo en el bolsillo. La saco sólo cuando la necesito.”


Número 579
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