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Comenzó la fiesta de la Luminarias
Januca; elevándonos por encima de la Post-Modernidad

Por Rabino Richard Kaufmann , desde Jerusalem (x)
La palabra “Janucá” significa en hebreo “inauguración”. Luego de varios años de interrupción en las sagradas labores espirituales que se realizaban a diario en el Templo de Jerusalem, en mérito a la victoria de los macabeos sobre los griegos, el sagrado Templo pudo ser purificado de la idolatría con la cual fue profanado por los griegos, restituyéndose en él sus sagradas tareas de servicio al Creador.
La palabra “jinuj” -educación- y la palabra “janucá” -inauguración/iniciación-, poseen en hebreo la misma raíz. No casualmente esto es así. El hebreo es denominado “lashón hakódesh”, es decir, el lenguaje sagrado. La conexión existente entre las diferentes palabras nos insinúa acerca de la relación intrínseca que existe entre ellas.
Educarse es iniciarse en un trabajo espiritual y continuarlo a lo largo de toda la vida. A diferencia de la educación curricular común, la educación judía no está dirigida a la culminación de un determinado número de años de estudio para recibir posteriormente el diploma de egresado. La educación judía se continúa cotidianamente y a lo largo de toda la vida.
Desde el día 25 de Kislev en que comienzó Janucá, cada día agregamos una nueva vela a nuestra janukiá (candelabro de nueve brazos), hasta que luego de ocho días, todas sus velas quedarán encendidas.
El número “ocho”, que en hebreo se dice “shmoné”, posee las mismas letras que la palabra “neshamá” que significa “alma”, y las mismas letras que la palabra “hashémen” que significa “el aceite”. De acuerdo a esto, el ocho insinúa acerca de la trascendencia de aquello que es espiritual (pues el alma trasciende a la existencia física), siendo insinuado esto en la naturaleza del aceite, el cual flota “por encima” de los otros líquidos.
El “agregar” cotidianamente a nuestra espiritualidad es el principio básico de la educación judía. Un educación exitosa debe conducirnos a no conformarnos con nuestros logros espirituales o intelectuáles, exigiéndonos constantemente más y más.
Quién verdaderamente es educado a la luz del judaísmo, fácilmente comprende que si no agrega luz en su vida para “mantener a su llama –su alma- encendida”, no solo que no se mantendrá donde está poniendo en riesgo a su propio presente, sino que automáticamente descenderá y se debilitará, arriesgando consecuentemente también a su futuro.
En Janucá, además de recordar y celebrar el milagro del cántaro de aceite, recordamos y celebramos la victoria de los osados macabeos contra sus enemigos, los griegos. Grecia representa a la dimensión de lo estético, al mundo de las apariencias y de la “cosmética”. Al mundo donde lo exterior prima sobre lo interior, y donde las “elevadas filosofias” no exigen coherencia en la conducta de quienes las sostienen. Los griegos no quisieron exterminarnos físicamente. Ellos intentaron seducirnos con la belleza exterior de su cultura, alejándonos del verdadero trabajo de corrección espiritual que debe realizar el pueblo judío mediante el estudio de la Torá y el cumplimiento de los preceptos.
El milagro de Janucá no fue únicamente el milagro del cántaro de aceite. El milagro de Janucá fue que un grupo muy reducido de judíos decidieron salir a la guerra en contra del fuerte y poderoso imperio griego, estando dispuestos a dar sus vidas con tal de no renunciar al mantenimiento de su judaísmo. Si bien hubiera sido mucho más fácil y cómodo dejarse absorber por la cultura griega y mezclarse con los pueblos circundantes, Matitiahu el sacerdote junto a sus hijos, decidieron ir en contra de dicha tan atractiva y cómoda "corriente", haciendo que finalmente "los pocos venzan a los muchos", para que la llama eterna del judaísmo continúe por siempre iluminando. Y es menester mencionar, que a diferencia de la cultura griega (u occidental) que celebra y glorifica a lo externo, la verdad del judaísmo posee la profundidad y belleza de aquello que es sublime e interno, la verdad de aquello que se descubre día a día mediante nuestro esfuerzo personal y nuestra dedicación.
Por consiguiente, es menester que "El pueblo del Libro" comprenda, que solo retornando al estudio de nuestra eterna sabiduría, lograremos vencer a los desafíos que el mundo post moderno presenta para la continuidad judía, iluminando y beneficiando también al mundo entero, a través de iluminarnos más intensamente también a nosotros mismos.
En la medida en que agreguemos más luz espiritual en nuestra vida, atraeremos la luz y bendición del Creador sobre todos nosotros, hasta que finalmente lleguemos al ansiado día en que nuestro Templo Sagrado sea reinaugurado en la amada ciudad de Yerushalaim, reuniéndonos todas las diásporas en nuestra añorada Eretz Israel. Janucá Sameaj

(x) Director del movimiento juvenil argentino Cool Am

Número 576
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