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Periódico Judío Independiente
Alejandro Dujovne, autor de “Una Historia del Libro Judío
"La cultura judía no parece encontrar eco en la dirigencia institucional"

El escritor Alejandro Dujovne, Dr. en Ciencias Sociales , investigador del CONICET, miembro del Núcleo de Estudios Judíos del IDES, dialogó con Comunidades luego de la publicación de “Una historia del libro judío”. Nos contó sobre los vínculos del judío con la palabra escrita, su relación con la inmigración a nuestro país, y analizó lo que sucede en la actualidad donde se percibe una apatía dirigencial hacia lo cultural.

Por Luciano Stilman, especial para Comunidades

- ¿Cómo surge la idea de publicar "Una historia del libro judío"?

La pregunta por los significados y el rol que los judíos, y en especial los judíos argentinos, le asignaron a los libros a lo largo de su historia nace del interés por indagar los avatares y las disputas que dieron vida a la cultura judía argentina. A medida que avanzaba en distintas lecturas, exploraba archivos y conversaba con activistas e intelectuales que actuaron en diferentes instituciones y empresas culturales.La primera intuición era que, pese a que nadie se había detenido a estudiar el amplio e intenso mundo de editores, traductores, imprenteros, linotipistas, libreros, bibliotecarios, estos habían cumplido un papel decisivo en la transmisión, recreación y supervivencia de la cultura judía en el país. Un papel tan importante como el que desempeñaron los líderes políticos, figuras más trabajadas por la investigación histórica. El libro, objeto considerado emblema y portador último de los valores e ideales del judaísmo, fue una pieza insustituible en el vínculo que estableció la joven y distante comunidad judía argentina con los principales centros europeos, norteamericanos y luego israelíes. A través de sus páginas, los lectores argentinos pudieron seguir pensándose y sintiéndose como parte de un pueblo. El libro fue, en palabras de Heine, la “patria portátil”. Pero así como promovieron un sentimiento de unidad en la dispersión, también fueron el escenario privilegiado de la diferencia: los libros fueron una de las armas predilectas de los combates ideológicos que modelaron y dieron vitalidad a la experiencia judía. En tal sentido, en mi obra los libros resultan una puerta de entrada para acercarse a una historia cultural rica, intensa, que hoy pareciera olvidada o recordada por fragmentos inconexos.

- ¿Existe un vínculo especial entre los judíos y los libros?

Se podría decir que existe en al menos dos sentidos. Por un lado está la imagen recurrente acerca de los judíos como “pueblo del libro”, una representación que acuñó Mahoma para describir a los judíos y cristianos, pero que solo acompañó a los primeros a lo largo de su historia. En su origen esta imagen apuntaba a un fenómeno que se extendió durante varios siglos: el judaísmo se organizó y definió su percepción del mundo alrededor de la Torá y el Talmud. Carentes de una tierra propia y por lo tanto de soberanía política, los judíos hicieron del libro su hogar. Las prácticas y significados no fueron inmutables y las distintas circunstancias históricas, desde los pequeños y casi imperceptibles cambios culturales hasta las grandes rupturas, como el ingreso de los judíos a la modernidad europea, o la creación del Estado de Israel, alteraron los modos de valorar y leer los libros.

- ¿Cuáles son, a tu entender, los libros que marcaron la historia del judaísmo y por qué?

Si algo caracterizó al judaísmo desde temprano, fue la polémica, el choque, por momentos vehemente, entre distintas vertientes religiosas, ideológicas, culturales. Cada expresión tuvo sus pensadores y sus obras. Sin dudas, la Torá primero y el Talmud a continuación, fueron por su duración y por los modos en que moldearon el carácter judío, los primeros que hay que mencionar. Así como, por ejemplo, la La Ilustración Judía tiene en “Jerusalén” de Moises Mendelsohn su raíz, y el sionismo político encuentra en “El Estado Judío” de Herzl su punto de partida. Estas corrientes o las distintas manifestaciones ortodoxas, tienen otros libros que continuaron, ampliaron, o discutieron los postulados fundacionales para dar nuevos sentidos a la experiencia judía. Luego están las tradiciones literarias que, si bien nunca despojadas de un sentido político, hallan su valor en la propuesta estética: esto es, “Los Gauchos Judíos” de Alberto Gerchunoff, hasta las obras Sholem Aleijem, Isaac Bashevis Singer, Philip Roth o Amos Oz, por citar solo algunos nombres conocidos.

- ¿Cómo fue la relación entre la palabra escrita y los inmigrantes del siglo XIX en nuestro país?

Junto a sus maletas y esperanzas, los inmigrantes judíos trajeron consigo un alto valor por la palabra escrita, que se expresó de muchas maneras: crearon bibliotecas en todas las colonias agrícolas y ciudades que habitaron; importaron periódicos y libros de literatura, política o religión de Varsovia y Nueva York; fundaron sus propios diarios y revistas, que retrataban su devenir como comunidad, y, progresivamente, se destacaron en el rubro de la imprenta, la librería y la edición, a veces con libros de temática judía, a veces no. Esta relación, si bien intensa y muy visible, no fue homogénea ni constante a lo largo del tiempo: arribados a fines del siglo XIX o en la década de 1920, ashkenazíes o sefaradíes, rusos o polacos, religiosos o activistas políticos, hombres o mujeres, intelectuales o comerciantes, por mencionar algunas distinciones que nos remiten a formas de valorar y relacionarse de modo distinto con los libros. En la década de 1930 la biblioteca de la Sociedad Hebraica Argentina, una de las más importantes de la comunidad judía porteña, era impulsada y dirigida por hombres, pero 2/3 de las los lectores eran mujeres.

- ¿Cuál es la relación hoy, en el siglo XXI, del judío argentino con el libro?

Una simple mirada por la vida judía nos muestra un panorama muy distinto al que retraté en mi trabajo. No hay una relación esencial de los judíos con los libros, sino que se trata de una relación histórica, es decir, mudable, sujeta a transformaciones, donde la decisión y acción de hombres e instituciones es clave. El contraste con el pasado, decía, se manifiesta de muchos modos. Así, por ejemplo, pese a los cambios que se sucedieron a lo largo de la historia judía en el país en el Siglo XX, por primera vez la ortodoxia aparece como un actor público relevante, de peso. Esto se observa, además de en hechos tan evidentes como su crecimiento institucional o el triunfo electoral en AMIA, en el tipo y volumen de libros que se publican e importan, y en la aparición de nuevas librerías especializadas. La ortodoxia, además, valora y tiene prácticas de lectura y estudio distintas a los no ortodoxos. Se trata de un fenómeno nuevo pues durante más de 100 años la presencia judía en el país estuvo esencialmente marcada por el secularismo y, sobre todo luego de la década de 1960, por las vertientes liberales de la religión. Otro cambio, nada menor, que el contraste con el pasado permite ver, es el manifiesto declive de la inversión y promoción del libro por parte de las principales instituciones judías. Con notables excepciones, las bibliotecas y en muchos casos los departamentos de cultura, han devenido más una carga para las direcciones institucionales que una inversión, que una apuesta por el largo plazo. La importante tarea que los encargados de cultura y bibliotecarios llevan adelante no suele encontrar eco o reconocimiento en el liderazgo, lo cual habla del cambio en el tipo de liderazgo que guía los destinos institucionales. Esto, claro está, no quiere decir que los individuos judíos, afiliados o no afiliados, no sigan valorando al libro y no lean, por el contrario, las librerías, talleres literarios, presentaciones de libros, que se multiplican en Bs As, siguen encontrando en los lectores de origen judío, un público ávido.




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