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Periódico Judío Independiente
“Si hago una buena obra, me siento bien; y si obro mal, me encuentro mal. Esta es mi religión” ( Abraham Lincoln )
El egoísmo y la indiferencia urbana

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Quiero empezar mi nota, con la pregunta formulada por S. Freud: ¿Cómo es el proceso por el cual un individuo humano alcanza un nivel superior de eticidad? La respuesta, está esbozada en el pensamiento de Lincoln que mencioné en el acápite.
Para mucha gente el hombre es bueno desde su nacimiento, y la sociedad es la responsable de corromperlo. Sin embargo, Freud considera que “las malas inclinaciones” son inherentes al hombre y, que sólo por la educación y el medio cultural, pueden serle desarraigadas y sustituidas por inclinaciones a hacer el bien.
Hoy en día, sorprende que se pueda añorar y provocar el mal, con tanta violencia. Es que no hay «desarraigo» alguno de la maldad. La esencia más profunda del hombre consiste en pulsiones (pulsión: correlato mental del instinto) que no son ni buenas ni malas en sí mismas, pero que la sociedad proscribe por ser malos a los impulsos egoístas y a los crueles, impulsos muy primitivos, que tienen que andar un largo camino para ser inhibidos, es decir, conducidos hacia otras metas, de modo tal que el egoísmo pueda transmutarse en altruismo, y la crueldad, en compasión.
La sociedad no sólo no es un ente abstracto sino una creación del hombre, siendo el mismo hombre el que debería mejorar los lazos entre él y los demás, que nunca están de más aunque para algunos lo sean. De suma importancia es poder con-vivir con el otro, es decir, darle al otro su lugar.
Es por la vía de la educación y del ambiente que rodea al niño, que una transformación del egoísmo en altruismo pueden ser posibles. Todos sabemos que la educación tiene premios de amor para ofrecer (recompensas) pero también castigos, posibilitando la transposición de inclinaciones egoístas a inclinaciones sociales.
Amor y odio, bien pueden ser caras de una misma moneda, incluso fácilmente los vínculos amorosos pueden pasar del odio al amor más absoluto, pero, lo más doloroso es la indiferencia, tanto en los vínculos amorosos como en lo social. La indiferencia da cuenta de que el otro no despierta interés ni afecto alguno, por eso “matar con la indiferencia” conlleva el deseo de exterminio del otro.
La peor situación con la que cualquiera se puede topar no es el odio, ni la rabia contenida, ni la ira, es la Indiferencia, mirar a unos ojos que no digan nada, hablar con alguien sin ser escuchado, sentir soledad aún teniendo a alguien al lado. A la gente le gusta sentirse querida, escuchada, entendida y se ve afectada por la indiferencia.
“El niño se ama primero a sí mismo y sólo después aprende a amar a otros, a sacrificar a otro algo de su yo”, dice Freud. Aún a las personas a quienes parece amar desde el principio, las ama ante todo porque le hacen falta, por motivos egoístas. Sólo más tarde la necesidad de amor o, en otros términos, la moción de amor, se hace independiente del egoísmo. Como dije en mi nota sobre la cultura del egoísmo, el niño ha aprendido a amar desde este sentimiento.
El mito de Narciso revela el peligro que para el hombre como para la sociedad, conlleva el egoísmo. La leyenda cuenta que el joven, incapacitado para amar a alguien que no fuera él mismo, al inclinarse sobre un manantial para refrescarse y ver su propia imagen en el agua, se enamora en el acto de sí. Insensible al resto del mundo, muere al intentar abrazar a su propia imagen. En verdad, al sentirse cautivado por la imagen que está viendo, cree que es un cuerpo lo que es en realidad agua. Y eso es lo que puede suceder cuando no hay valores o los afectos son como el agua.
Tomo este mito como paradigma del egoísmo porque la sociedad actual, marcada por el individualismo corre el peligro de confundirse y terminar exterminándose a sí misma.
Indiferencia urbana, uno de los modos de la violencia.
Es muy riesgoso que una sociedad como la actual, movida solo por el más egoísta y desmedido afán de lucro, y en medio de una globalización que escapa a todo control, se acepta como un hecho, la existente desigualdad de derechos y oportunidades.
La vida cotidiana, independientemente de la condición social, se ve salpicada por conductas egoístas de la cuales, en primer lugar, está la de no ceder el lugar ya sea en el colectivo, subte, tren, paseo de compras, a mujeres embarazadas, mujeres con bebés en los brazos, menos aún a personas mayores. La gente queda como atornillada a la silla o al asiento que alcanzó a apoderarse. Muchas veces, está el que simula estar durmiendo o el indiferente, que gira la cabeza hacia el lado opuesto de la persona que necesita un lugar para sentarse. La falta de cortesía es la regla que impera, sobre todo en la capital y en otras grandes ciudades. La gente, alejada de gestos amables, se priva del placer de poder complacer a otro, de recibir la sonrisa de agradecimiento que ilumina al que da una mano.
Podemos observar que cuando los bienes o servicios son escasos, se pierde el respeto por el ser humano en esas condiciones. La gente es ciega y egoísta cuando los bienes y servicios son escasos. Es más, cuando hay muy pocos bienes o servicios para una gran cantidad de personas la violencia es inevitable.
El hacinamiento y las necesidades insatisfechas de la población son uno de los grandes problemas sociales a resolver, dado que el exceso de gente en un pequeño espacio atenta contra la necesidad vital del espacio propio mínimo de desarrollo para cada ser humano.
“Si alguien te pide ayuda, no lo despedirás diciendo “Ten fe, y cuenta tus penas a Dios. Actúa como si no hubiera Dios, como si hubiera sólo una persona que puede ayudar a ese hombre: tú mismo”. (cuento jasídico)
La cultura del egoísmo es propia de una sociedad que rechaza las diferencias, corrompe los lazos sociales, despoja de valores y nos arrebata el porvenir.
Quiero concluir con esta anécdota del Rabí Iosi:
“Durante mucho tiempo no pude entender el sentido del versículo: “palparás al medio día, como palpa un ciego en las tinieblas” (Deuteronomio 28,29) no comprendía cuál era la importancia para un ciego si había luz u oscuridad. Pero sucedió que en una noche oscura, iba caminando cuando vi a un ciego yendo con una antorcha en la mano, entonces le pregunté: “Hijo mío, ¿para qué te sirve la antorcha?” “_ Mientras sostengo la antorcha con mis manos, me ven las otras personas y me cuidan para que no caiga en un pozo o me roce alguna rama con espinas.” Talmud


Número 553
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