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Periódico Judío Independiente
Los anhelos de figuración
Tatuajes : ¿Por qué escribir en el cuerpo?

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Muchos suponen que los tatuajes son un hecho reciente cuando, en realidad, empezó hace miles de años y en culturas bastante disímiles.
El origen de la palabra “tatuaje” es incierto aunque se supone deriva de la palabra “Ta” del Polinesio "golpear". También alude al proceso de crear un tatuaje por medio del golpeteo de un hueso contra otro sobre la piel con el consiguiente sonido "tau-tau".
La palabra latina para tatuaje es estigma, "marca hecha con un instrumento afilado", "marca para reconocimiento hecha en la piel de un esclavo o criminal" y "marca de culpabilidad". Conocemos bien el término, sobre todo porque lo usamos para referirnos a un sujeto con una cualidad borrosa, oculta de su personalidad.
Los tatuajes más antiguos son las momias tatuadas. En 1991 se encontró en un glaciar a un cazador de la era neolítica, tenía la espalda y rodilla tatuadas. Antes de que fuera descubierta la momia del cazador, la persona tatuada más antigua fue la sacerdotisa egipcia Amunet, adoradora de Hathor, diosa del amor y la fertilidad. Vivió en Tebas alrededor del 2000 a.C. y sus tatuajes eran del estilo de los del cazador: lineales y simples, con diseños de puntos y rayas.
El tatuaje fue reintroducido en la sociedad occidental por los expedicionarios ingleses dirigidos por el Capitán Cook en su vuelta de Tahiti en 1771. Esto explica la natural asociación que ha prevalecido hasta nuestros días entre los tatuajes y los marineros. La asociación entre tatuajes y delincuencia provino también de Gran Bretaña. Los marineros, que a menudo se embarcaban durante largos períodos de tiempo para evitar a la justicia, fueron fomentando esta costumbre.
La práctica del tatuaje resurge con el movimiento hippie, durante en los años 60 y 70. Los hippies adoptan el tatuaje, lo elevan a la categoría de arte y abandonan los diseños utilizados por los marineros sustituyéndolos por otros muy coloridos. Fue ese el motivo por el cual el tatuaje sale de los puertos y se populariza en otros medios.
La sociedad del espectáculo
Vivimos en un mundo donde la imagen prima por sobre todas las cosas y la televisión es el medio donde más lo podemos comprobar. La imagen del conductor de un conocido programa de TV, con los brazos íntegramente tatuados, persiste incluso en los ojos que se resisten a mirarlo.
En la Argentina, como en muchos países, un número importante de televidentes enciende su ojo hacia aquellos programas que proponen el exhibicionismo de unos pocos y el voyeurismo de la mayoría, sin poder ver nada que los mejore como personas, menos aún que los enriquezca culturalmente. Es que se trata de rechazar toda cultura, palabra que proviene de culto, tomada del latín “cultivar, cuidar, practicar, honrar”.
Mientras que la imagen, por su poder cautivante, produce una cierta parálisis como la que sufre un hipnotizado, simultáneamente, le permite al espectador intervenir espiando con la ventaja de que la televisión es eterna, continua, siempre está. Quiero recordarles que años atrás los niños podían ver los dibujitos animados en las horas apropiadas para hacerlo. Hoy es más difícil (aunque no imposible), poner límites, dado que los dibujitos son “eternos”. Los tatuajes, también.
Como la imagen tiene el poder de fascinar, el cuerpo tatuado de ese o cualquier otro conductor/a, atrapa la mirada. Cautivos de la imagen, no pueden apartarse de lo que ofrece.

Lo imaginario
El tatuaje, específicamente, da cuenta de la primacía de lo imaginario en desmedro de lo simbólico. ¿Por qué digo esto? Porque es por la no puesta en juego de la función paterna, que un joven o un adulto, en lugar de poner en palabras, de poder simbolizar, de tener un rasgo que lo caracterice y diferencie de otros, intenta hacerlo por la vía del cuerpo mortificándolo, traza ese rasgo en la propia piel en lugar de que una obra de su creación o de su invención, lo distinga.
La piel, asiento básico de caricias, también puede serlo de maltratos y diversas torturas. Sádicamente ejercidas por otro, pueden ser pedidas desde algún goce masoquista
Es importante considerar que el tatuaje, también el piercing, desde el valor imaginario, aparecen, para algunas personas, como un elemento importante en la vida erótica, como una forma distinta de atraer, de seducir. Lo interesante es que no se trata del cuerpo desnudo, al que de alguna manera, los que se imprimen tatuajes, rechazan. Sostengo esto, porque el tatuaje viste el cuerpo, motivo por el cual va al lugar que ocupa la ropa: lo cubre, lo oculta. En el mundo de las apariencias, lo que parecen ser mangas de una camisa, en verdad, es el mismo cuerpo mortificado, vistoso y rechazado al mismo tiempo.
Insisto: no se trata de la desnudez sino todo lo contrario, porque el mismo tatuaje funciona como una ropa, además de ser una extraña manera de rechazar la propia piel mortificándola hasta el horror.
La particularidad de esta práctica en la sociedad contemporánea, a diferencia de otras épocas y culturas, es que se presenta cada vez más disociada de todo ritual simbólico.
A mí parecer, tanto el tatuaje como el piercing, así como la moda de los pantalones que simulan estar rotos, son la expresión de una estética emergida después de la primera bomba atómica. Revelan, la extraña relación que el sujeto tiene, en nuestro tiempo, con su cuerpo: tiene un cuerpo, no lo es. Y recurre a estos artificios, para poder hacerse de un cuerpo.
Si bien, en la época del empuje a la no diferencia, el tatuaje aparece como un intento de diferenciación, en realidad, opaca la posibilidad de destacarse por motivos que no hieran, que no atenten contra el propio cuerpo.
Pese a que en los grupos de adolescentes parece favorecer la identificación entre sí, a través de una piel ilustrada, además de sentirse unidos por la dimensión del dolor, el tatuaje obstaculiza una diferencia real, liga a los tatuados por haber agredido el propio cuerpo.
Cabe aclarar, que el goce del dolor está presente tanto en aquel que se hace tatuar como en el tatuador.
En su función de mascarada, el maquillaje, ha estado presente a lo largo de la historia. Pero el tatuaje se distingue de la mascarada por constituir una marca no evanescente; es una marca inalterable.
En estos tiempos donde prima lo líquido y nada parece perdurar, el tatuaje estaría del lado de instaurar algo inalterable, estable, aunque llame al rechazo y afecte a la salud.
Quiero concluir con este cuento judío europeo:
Un joven se presento al rabino y le pidió que lo hiciera rabino a él, jactándose de su pureza y de las mortificaciones que imponía a su cuerpo.
_ Me visto de blanco puro, jamás bebo más que agua, llevo clavos en los zapatos, atormento mi carne yaciendo desnudo sobre la nieve.
En ese momento entró un caballo blanco, bebió del abrevadero, e revolcó en la nieve.
_ Mira – dijo el rabino -. Ese animal está vestido de blanco, sólo toma agua, usa clavos en los zapatos, el dueño lo azota todos los días, se acuesta desnudo sobre la nieve. ¿Qué crees que es? ¿Un santo o un caballo?
(Cuento judío europeo)


Número 533
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