Los seres humanos tienen mucho en común con los animales.
Así como ellos comen, respiran y duermen, nosotros también comemos,
respiramos y dormimos. El perro se despierta por la mañana y decide qué va a
ingerir primero, su agua o su comida para perro. La persona también se despierta
por la mañana y decide qué va a comer: un plato de cereal o unos huevos fritos.
Ambos, seres humanos y animales, parecerían tomar decisiones. ¿Somos acaso
distintos? ¿Es el ser humano nada más que un gorila que sabe caminar erguido y
hablar?
¿Acaso se preocupan los perros por comenzar una dieta? “¡Madre mía!”, exclama
Fido. “¡Tengo que controlar mi apetito!”. ¿Acaso cuestionan los perros si es
correcto lamer hasta la última gota de leche y no dejarle nada a sus compañeros
de jaula? ¿Acaso un perro se despierta por la mañana agobiado por dudas
existenciales como: cuál es mi finalidad en la vida? ¿Acaso se preocupa por la
forma en que su vida llega a ser trascendente o si está concretando su
potencial?
Sí tenemos muchas cosas en común con los animales, pero el libre albedrío no es
una de ellas. Elegir tu helado favorito o qué comer para el desayuno es asunto
de gustos o preferencias, no libre albedrío. El libre albedrío consiste en
elegir entre el bien y el mal. Para ejercer tu libre albedrío, la elección debe
incluir una dimensión moral y precipitar una lucha entre lo que es correcto e
incorrecto.
Sólo el género humano posee la capacidad para discernir el bien del mal y
efectuar apreciaciones morales. Ahí radica esta capacidad que hace a las
personas responsables de sus actos.
Cuándo escuchamos que unos bañistas fueron atacados por un tiburón, no culpamos
al tiburón. Sabemos que tan sólo hace lo que por naturaleza le corresponde. Ni
siquiera sospechamos que el tiburón eligió atacar por maldad y que se podría
quizás haber apelado a sus instintos más nobles para que tuviera piedad de sus
víctimas. Pero cuando una persona arremete, sí se le hace asumir responsabilidad
por sus actos. Eligió y por ello es responsable.
El libre albedrío es la singular distinción que coloca a la humanidad en un
plano superior. La Torá dice que sólo los seres humanos fueron creados “a imagen
de Dios”. Sin embargo, Dios no tiene imagen. Esto significa que sólo las
personas gozan de la verdadera libertad e independencia que el poder de elegir
trae consigo. Así es como nos asemejamos a Dios, que también es absolutamente
libre e independiente.
La próxima vez que te enfrentes con un dilema moral, ejerce tu libre albedrío.
Podrás así elevarte por encima de tus bajos instintos y ennoblecer tu vida al
elegir el bien. Tenemos la opción de esforzarnos para ser humanos, no animales.
Ésta es nuestra singular responsabilidad.
Los animales poseen instinto; los seres humanos, libre albedrío. El hombre fue
creado a imagen de Dios. Así como Dios es un poder libre e independiente,
también lo es el hombre.
El libre albedrío no significa optar entre helados de distinto sabor, sino que
la capacidad de elegir entre el bien y el mal.
El libre albedrío genera responsabilidad. Las personas, no los perros, son
responsables de sus actos, dado que sólo las personas pueden discernir entre lo
que es correcto e incorrecto.
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