Probablemente no sea para usted común, distinguida señora, recibir misivas a su dirección. Sin embargo, es indispensable, ya que al no tener a mano respuesta a mis preocupaciones, decidí confiárselas a usted: Señora Historia, me han contado que entre sus oleajes, hace ya 18 años, ocurrió en mi país un hecho que no llego a comprender del todo. Entiendo de él que fue en Buenos Aires. En la sede de la AMIA. Sé también la fecha: 18 de julio. Incluso leí a qué hora sucedió. Pero lo importante, lo que me perturba, son los números. 85 muertos, señora Historia. 85 personas, todas idas, como máquinas que alguien decidió apagar sin preguntar. 85 personas que, como tantas veces tanta gente sabia ha dicho, son personas con familia, amigos, amores, todos ellos con sus almas lastimadas muy hondo. Pero los lamentos por esas víctimas, recordarlas, tenerlas en la memoria, es algo que conoce, Historia. Todos los años, cientos de miles de personas ponen su tiempo y su corazón para recordar, para llorar, para pensar. Señora Historia, desde mi humilde lugar de observador de los que sufren, puedo decirle que, sin lugar a dudas, cuando miran con ojos húmedos el vacío, cuando apenas mueven los labios en palabras que sólo ellos conocen, llegan en algún momento a una pregunta, a una cuestión, que es la que le planteo ahora mediante estas palabras: “¿Por qué?”.Eso mismo, “¿Por qué?”, querida Historia, es lo que dicen. Cuando lea esto usted, y no sienta conmoción alguna, no dude en echarme la culpa. Después de todo, el atentado a AMIA no fue sino otra de sus manchas rojas en su oleaje. Usted ha presenciado atentados, homicidios, regicidios, hambrunas, fusilamientos, ejecuciones, genocidios, suicidios, traiciones, sacrificios, y quién sabe qué otras más. Y ante eso, nosotras, las personas, hemos buscado pruebas, razones que justifican éstas tragedias; entre muchas: creencias, poder, envidia, temor, amor. De ésta manera, tratamos de buscar la respuesta al “¿Por qué?”. Sin embargo, yo creo que nos salteamos algo. ¿Acaso no es más lindo salir a pasear con tu perro, que el orgullo de ascender en el trabajo? ¿O abrazar a tu familia luego de tiempo sin verla, en vez de enojarse por lo bien que la pasa la familia de enfrente? ¿O la sonrisa de un niño pobre que consigue un hogar? ¿O la risa de un bebé? ¿O las lágrimas de felicidad? ¿O un álbum de fotos de recuerdos felices? ¿Es algo de eso el por qué al sufrimiento? Tal vez no, pero le digo, Señora Historia, que tal vez sea hora que nosotras, las personas que ríen y lloran por igual, sepamos apreciar que los que nos hace felices puede hacer feliz a otro por igual, o aún más. Como no encontraba manera de llevar éstas palabras a los demás, decidí usar de intermediaria a usted. Ya que si pudiésemos construir una nueva Historia todos, evitaríamos nuevas fechas de conmemoración, de recuerdo, de llanto. Como ésta. Por eso, estimadísima señora, ¿Me da una mano?
Federico Teitelbaum
Bariloche
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