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Periódico Judío Independiente
Ludopatía o adicción al juego por dinero
Una carrera sin limites

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
El que ama el dinero, no se satisface con el dinero. ( Eclesiastés)

Cuando era pequeña, vivía justo enfrente de mi casa, una familia con la que nos unía un intenso cariño. Al padre de esa familia con cuatro hijos y una bella esposa, yo lo llamaba tío. Era el tío Isaac. Interiormente, yo me sentía parte de esa familia. Judío, originario de Rusia, nunca pudo hablar correctamente el castellano. Pese a ello, se hacía entender muy bien, con esa mezcla de idish y español que llevaba alegría adonde fuera, menos a los suyos que padecían su pasión por la lotería y el juego de cartas. Digo padecían, porque aunque ganó dos veces o más la lotería, supo perder lo que ganaba con una rapidez increíble. Lo mismo sucedía con las apuestas por dinero en el juego de las cartas. Como resultado: la familia siempre estaba al borde del abismo. Pese a tener conocimiento de la situación, me alegraba tanto verlo, hablar con él, que nunca tuve en cuenta la dimensión de su locura por jugar. Lo visité cuando cumplió sus siempre jóvenes 101 años. No se acordaba de mí. Me senté a su lado, intentando que se diera cuenta de quién era yo, pero no hubo caso. Sin embargo, cuando vino a buscarme el familiar que me había acercado a la casa del tío Isaac, algo cambió. Al decir el nombre del padre de esta persona, la cara del tío Isaac se llenó con una hermosa sonrisa, como la del adolescente que reconoce, en lo que se le dijo, al compañero de tantos juegos, de tantos momentos de placer.
Y de eso se trata en la ludopatía: del placer de jugar los juegos de azar.
Busqué, como suelo hacerlo, en el Diccionario Etimológico de Joan Corominas y leí que la palabra azar, antiguamente, quería decir: cara desfavorable del dado. También que, en 1495, empezó a significar ”lance desfavorable en el juego de dados”. Como se habrán dado cuenta, lo desfavorable se encuentra en la misma etimología del término.
La pasión por los juegos de azar
Jugar es una actividad de gran importancia en el desarrollo infantil, tanto que cuando se encuentra inhibida señala algún escollo en el crecimiento. Por ese motivo, se dice que todo niño que no juega es un niño triste. El ser humano, que nunca abandona del todo aquellos lugares donde posó su libido, prolonga la actividad lúdica infantil en la fantasía.
Cuando hablamos de juegos de azar, sabemos que se trata de prolongar la fantasía infantil de poder ir más allá de los límites que la vida social impone, de jugarse incluso la vida, en pos del desafío de ganarle al azar. Sin embargo, no estamos hablando de un niño sino de un adulto que goza al poner en juego el dinero, no sólo el suyo sino el de aquél que, en un acto irresponsable, puso a su alcance.
Todos sabemos que si se juega al o con el azar, no hay forma de controlar los resultados del juego. Es por eso que las habilidades de la persona para adivinar cuándo la ruleta o el dado se detendrán en tal o cual número, son poco creíbles. Lo mismo podemos decir respecto de todos los adictos al juego por dinero, se trate de las cartas, la lotería, el Bingo, el Loto, la Quiniela y, en estos tiempos, las máquinas tragamonedas. Acabo de escuchar un comentario sobre una persona que estuvo, literalmente 24 horas, sin poder ponerle un freno a su accionar. El peligro es que, en la mayoría de los casos, el jugador arrastra tras de sí, a la pareja, a los hijos, a toda la familia.
Hay que considerar que el ludópata suele excusarse alegando que jugar les libera de tensiones, lo distrae del malestar cotidiano además de permitirle albergar la esperanza de un futuro libre de problemas económicos, planteo que casi nunca coincide con la realidad de los hechos.
En verdad, la ludopatía, da cuenta de que trata de una adicción y, como cualquier otra adicción, difícilmente puede ser controlada. Lamentablemente, los que padecen de ludopatía y, muchas veces, sus familiares y entorno social, no lo ven así. Se niegan a aceptar que exista un problema compulsivo tan grave que resulta muy difícil tenerlo bajo control. La cuestión se torna más seria aún, si nos damos cuenta de que el ludópata no juega para ganar sino para perder. Es más, el juego no termina nunca para él, o ella, incluso cuando ha perdido.
La ludopatía viene a ser un trastorno de la personalidad que se caracteriza por no poder controlar los impulsos, y que se manifiesta en practicar, de manera compulsiva, uno o más juegos de azar.
Afecta, violentamente, la vida diaria de la persona que ha sido capturada por esta adicción, de un modo tal que todo pasa a ser secundario: la propia familia, la alimentación o incluso la vida sexual. Es tan grande el goce que sienten al jugar por azar, que ni una pareja, ni ninguna otra fuerte emoción, podría llegar a sustituir.
La edad no es determinante para un ludópata. Puede ser tanto un joven como una persona mayor, afectado por problemas de ansiedad, además de ser un sujeto caprichoso, con dificultades de adaptación social. Sin embargo, como el jugador compulsivo suele ser un gran simulador, se presenta como muy simpático y entrador. Es más, muchas veces son muy generosos, generosidad lista para hacerse de aliados en lo que parece ser es un simple juego. Es que el jugador suele iniciarse en el juego en una situación social favorable; quiero decir: con amigos o con familiares, jugando o apostando de manera puntual al celebrar un evento festivo. Sin embargo, tan sólo basta con varios meses jugando de forma ocasional para que un jugador pase a ser habitual.
La importancia de poder decir “no”.
Cuando se identifica la ludopatía, el poder decir No, a los requerimientos del ludópata, es fundamental. El apoyo familiar para poner un límite a tanto exceso, se convierte en uno de los pilares fundamentales para que la persona ludópata pueda reaccionar. También, el que puede proporcionarle algún amigo. Pero, lo más importante es que pueda acceder a un tratamiento psicológico o, más específicamente psicoanalítico al que, generalmente, el ludópata se niega a concurrir. El tratamiento psicoanalítico, apunta a que la recuperación del jugador tiene que ligarse, en transferencia, a la construcción del límite, de las diferencias, y de un Otro, el analista, dispuesto a sostenerlo, a conducir la cura como para poder hacerle frente a un goce autoerótico y devastador.


Definitivamente, hay que considerar que, aunque pueda parecer solamente un vicio, lo cual es cierto, en verdad es una enfermedad. Si bien, el juego en general, es algo normal y hasta deseable, cuando se constituye en adicción, se convierte en una enfermedad, una enfermedad por demás contagiosa. Así como el alcohólico o el adicto a las drogas, el adicto a juego por plata, intenta arrastrar al otro hacia su enfermedad.
Muchas personas, independientemente de su condición sexual, han llegado a perderlo todo, familia, amigos, trabajo, relaciones, además del dinero por culpa de la dependencia del juego. “Una amistad rota no se arregla con remedios”, dice un dicho idish.
Es que, para estos enfermos, el juego es una obsesión, un descontrol de los impulsos, como sucede con el impulso de robar (cleptomanía). La exclamación ¡No va más!, frase popular y conocida por los que visitan una sala de juego, para el ludópata significa “Más”, un Más que nunca es suficiente. Allí es donde se revela, de un modo dramático, que hay un "Siempre ir por más y no parar hasta perderlo todo".
Tengo que subrayar que el adicto al juego, siempre minimiza su problema, este ir por más, manifestando (como lo hacen otros adictos, por ejemplo al alcohol) "esto lo dejo cuando yo quiera". Sin embargo, no hay que dar crédito a esta afirmación porque, además de ser una mentira, por tratarse de una adicción, el sujeto queda entrampado en la misma.
Para reflexionar, quiero concluir con este dicho idish: “Con mentiras se puede llegar lejos, pero no se puede volver”.


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