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Periódico Judío Independiente
Educar para el odio y la destrucción
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
"Decir que los culpables son monstruos es una excusa. Los monstruos existen pero son demasiado pocos. Los más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios listos para creer y obedecer sin discutir" ( Primo Levi )

El 19 de abril de 1943, primera noche de Pesaj, fue el día elegido por los combatientes del gueto de Varsovia para la sublevación armada. Himmler había dado la orden de arrasar el gueto con los sesenta mil judíos sobrevivientes, esa misma noche.
Los combatientes, dirigidos por Mordejai Anielewicz (24 años), habían excavado túneles, conectándolos con la red cloacal. El joven logró reclutar a setecientos cincuenta combatientes además de juntar nueve rifles, cincuenta y nueve pistolas y algunas granadas. El 8 de mayo, Anielewicz cayó muerto, pero el resto resistió ocho días más.
Los soldados nazis, luego de una cruenta lucha, fueron incendiando las casas con la intención de hacer salir a los que aún se ocultaban en ellas y rematarlos al final. Si bien, documentaron prolijamente el triunfo, ignoraban que los cien combatientes que habían escapado por las alcantarillas le harían saber al mundo acerca de la masacre.
Transmisión oral, la de los que lograron huir, versus transmisión escrita, la que llevaban los nazis, los burócratas del crimen.
Daniel Jonah Goldhagen, en "Los verdugos voluntarios de Hitler", sostiene que para el funcionamiento de campos de concentración, era necesario que la población no militar prestara sus servicios. Muchos alemanes corrientes que no estaban afiliados a las instituciones nazis como el partido y las SS, aportaron personal para el sistema de campos, matando, torturando y sometiendo a atroces sufrimientos a los prisioneros.
La educación de los jóvenes en el Tercer Reich
"Educación para la muerte" (Editorial Claridad, Junio 1943), es el libro donde el pedagogo estadounidense Gregor Ziemmer, fundador y director de la escuela de la embajada de EE.UU en Alemania a fines de la década del treinta, traza una especie de trabajo de campo con datos recogidos sobre la vida y la educación de los jóvenes bajo la hegemonía del Partido Nacionalsocialista.
La dirigente socialista Alicia Moreau de Justo, en el prólogo, anticipó la posibilidad de que el Estado, al propiciar la educación gratuita, obligatoria y laica, paradojalmente, "se hace de un formidable instrumento para dominar y dirigir al pueblo".
El dictado de asignaturas referidas al conocimiento técnico o cultural fue paupérrimo. Las clases eran constantemente suspendidas para desfiles, "largas marchas" y actos que organizaba el Partido. Los nacionalsocialistas arrasaban con la moral privada, la intimidad familiar y la educación intelectual.
Desde las aulas, el discurso nazi promovió la supremacía de la raza aria, "ser-raza-superior". Sus pilares: la estructura militar, la propaganda (Goebbels, ministro de Propaganda, insistía en que una mentira repetida se transformaba en una verdad), la educación y las redes que les proporcionaba el avance de la ciencia, las comunicaciones y los ferrocarriles, sin los cuales los campos de concentración no hubieran sido posibles.
Gregor Ziemer, logró penetrar en las escuelas nazis, previa lectura del manual escrito por el ministro de Educación, Kerr Bernhard Sust, bajo la supervisión de Hitler.
El manual tenía su propio vocabulario nazi. Al maestro no se lo llamaba Lehrer sino Erriejer, palabra que sugiere que no se trataba de instruir sino esencialmente de “ordenar”, apelando a la fuerza en caso de necesidad. En el manual se establecía una fe única en la Nación y el Führer y decretaba que todas las inteligencias debían ser iguales para fundirse en la Gran Conciencia del Estado. "Dejad que los niños vengan a mí, pues ellos me pertenecen hasta la muerte", reclamaba Hitler.
Todos los niños terminaban la escuela primaria antes de los diez años; después, las escuelas eran campos de prueba para el Partido. Desde la edad preescolar, se los educaba en la supremacía del fuerte sobre el débil y en la supresión de toda forma de misericordia. Los maestros estaban imbuidos de una sola idea: hacer que el niño pensara, sintiera y actuara como un verdadero nazi. Las marchas diarias eran de apenas doce millas y media para los principiantes, cantidad que aumentaba para los mayores. En el manual resaltaba la consigna para toda la juventud alemana: ¡Aprieten los dientes! ¡Aguanten!
Se crearon clínicas prenatales para controlar la pureza de la raza aria; clínicas de esterilización donde se vaciaban los vientres de las consideradas retardadas, débiles, locas, además de las de espíritu rebelde. A las mujeres se las alentaba a aparearse con soldados arios, evitando los lazos afectivos con los mismos, pues los hijos iban a ser para el Estado personificado en el líder. Esto era posible despertando en ellas un sentimiento casi místico en relación a Hitler. Una de las mujeres entrevistadas por Ziemmer, manifestó desear sufrir terribles dolores de parto como una verdadera prueba por el Führer.
Otro de los efectos de tipo místico eran las bendiciones antes de las comidas: "Führer nuestro, te damos las gracias por tu magnificencia, te damos las gracias por este hogar, te damos las gracias por estos alimentos. A ti dedicamos todas nuestras fuerzas; a ti dedicamos nuestras vidas y las de nuestros hijos".
El misticismo era alentado tanto en las mujeres como en los hombres. Se consideraba un pensamiento "santo" la determinación y la esperanza de convertirse en un buen soldado para Adolfo Hitler y desear morir por él.
Al finalizar el libro, Gregor Ziemer se pregunta, no sin temor, a partir de la premisa de que los totalitarismos educan eficazmente para la muerte, si las democracias son capaces de educar para la vida.
La muerte como amo absoluto
"En lo que concierne a nosotros, hemos quemado los puentes a nuestro paso. Ya no podemos regresar, ni queremos regresar. Pasaremos a la historia como los más grandes hombres de estado, o como los mayores criminales". Joseph Goebbels, 1943.
George Steiner, en su libro "El milagro hueco", dice: "Todo lo qué ocurría era registrado, catalogado, archivado (...) Es nauseabundo y casi intolerable recordar lo que fue hecho y hablado, pero es necesario hacerlo. En las mazmorras de la Gestapo, los estenógrafos registraban cuidadosamente los ruidos del temor y la agonía arrancados a la voz humana, retorcida, incinerada o apaleada (...) Cuando los rabinos polacos eran obligados a limpiar las letrinas con las manos y la lengua, estaban presentes los oficiales alemanes que tomaban apuntes del hecho, los fotografiaban y ponían glosas al pie de las fotografías...".
El campo de concentración, lugar donde los números grabados en la carne de las víctimas reemplazaron a los nombres, fue sostén de una economía basada no sólo en la guerra sino en la industrialización de la muerte: el aprovechamiento de los cabellos, el oro de las piezas dentales extraídas a los prisioneros apenas llegados a los campos, la piel para fabricar lámparas, la grasa del cuerpo para hacer jabón, son ejemplos.
El libro "Crónica del Holocausto", de varios autores, menciona a dieciséis compañías entre las cuales estaban Mercedes Benz, Siemmens, Volkswagen, Hoechst, Krupp, BASF, Bayer, BMW, Degussa y los bancos Deustche y el Dresdner. La corporación de Degesch fue la que fabricaba el Zyklon B, gas que fue utilizado en las cámaras. En los noventa, crearon un fondo para compensar a trabajadores esclavos, judíos y no judíos
El rechazo a la alteridad
La ideología nazi, paradigma del imperio de lo mismo, del rechazo a la alteridad, de la eliminación de cualquier otro que marque una diferencia, obligaba a sus seguidores al sacrificio en pos del ideal que postulaba. Como expresé en mi artículo "El Siglo del Horror", hay un paso del goce de autosuprimirse en la masa, al goce de la eliminación del otro.
Hoy, resurgen los aspirantes a dictadores. Independientemente de la clase social a la cual pertenezcan, con ideologías que van de la extrema izquierda a la extrema derecha, conducen a sus pueblos, inmersos en democracias débiles, a aniquilarse a sí mismos. No olvidemos que Hitler fue nombrado canciller en enero de 1933, con el acuerdo del Parlamento donde su partido había logrado ser la primera minoría.
Alicia Moreau de Justo, en el prólogo del libro de Ziemmer, destaca que "la mística totalitaria hecha de nacionalismo vocinglero, arrogante y vanidoso, incita la ambición de mando o la voluptuosidad de la sumisión”. En contraposición, "la mística democrática necesita de paz y trabajo”, sencillamente" porque “la democracia es pacifista y civilizadora".
Para concluir, Jorge Luis Borges, mencionado por Ricardo Feiersten en su prólogo al libro de Jack Fuchs "Tiempo de recordar", puso en boca del protagonista Otto Dietrich zur Linde, condenado por torturador y asesino, la siguiente frase: "Mañana moriré, pero soy un símbolo de las generaciones por venir".


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