Stalin fue uno de los tiranos más atroces de la historia humana. Vale la pena reiterarlo, porque increíblemente no faltan los intentos de resucitar su figura. El responsable directo de la muerte de millones de personas; el aliado de Hitler hasta que éste lo traicionara; quien hiciera asesinar escritores judíos; el de los Gulags y cárceles siquiátricas; el de los planes quinquenales y la hambruna de 1932; el mismo que destruyó la mayor parte de la vida cultural israelita en Rusia; el hacedor de exilios forzados y purgas de terror; quien invadiera países vecinos y ejecutara a mil personas por día; el mismo Stalin que se erigió en objeto del más burdo culto a la personalidad, parece no haber sido del todo desenmascarado en la conciencia contemporánea.
Los resucitadores no se reducen a minúsculos partidos trasnochados y delirantes, aunque de éstos también hay, como el Partido Comunista de Israel, cuyo Secretario General, por ejemplo, no tiene pelos en la lengua.
Mohamed Naffa, que hace dos décadas fue parlamentario israelí, acaba de salir en apoyo de la represión de Assad en Siria, que ya cobró tres mil vidas de civiles indefensos. Publicó al respecto un artículo en el portal de su partido (11-10-11), en el que asimismo reivindica al régimen de Saddam Hussein y a los ayatolás iraníes, y en el que menciona uno de los episodios más virulentos de la judeofobia estalinista: en sus palabras, el de un “grupo de médicos sionistas que intentaron envenenar a Stalin” (el texto fue publicado en hebreo por el diario Makor Rishón del 29-10-11).
Es cierto que personalmente Naffa es marginal, pero cabe mencionar que entre los miembros de su partido figura Ilán Pappe (el gurú de Mario Vargas Llosa), y el parlamentario Dov Janín, que fue el único miembro de la Knéset visitado por los alumnos del Majón de Madrijim de Jerusalem en octubre de 2009. Así, un instituto financiado por el movimiento sionista promovió una actividad antisionista sin que hubiera quejas al respecto.
Dov Janín nació en Tel Aviv en un hogar comunista, de judíos que apoyaron ciegamente a Stalin. En términos generales, recordemos que la izquierda se dejó engañar por el déspota, incluso la izquierda sionista. Esta última, empero, atinó a desvincularse cuando los crímenes estalinistas fueron más conocidos.
Hubo otros judíos, los menos, que no se desvincularon nunca: siguieron al siniestro Stalin hasta el final, aun cuando fusilaba a la intelectualidad judía el 12 de agosto de 1952, o cuando creaba las Yevsektzia para destruir sistemáticamente la vibrante vida hebrea en Rusia, o cuando ordenara matar incluso a los judíos estalinistas si ya no le servían, como Simón Dimanstein y Salomón Mijoels.
Existió un puñado de judíos que no mermaron su apoyo al estalinismo ni cuando el Partido obligó a miles a marchar a la utopía de Birobidzhan, ni en los días trágicos del “complot de los médicos” y del mito de los “cosmopolitas” hebreos que supuestamente socavaban el alma rusa.
Fueron judíos obtusos que no abandonaron su camino siniestro, y cuando la realidad contradecía su dogma comunista pasaron a pelearse con la realidad -nunca con el dogma.
En Sudamérica, esa minoría de judíos se asoció en un ente al que ampulosamente denominaron ICUF (Federación de Entidades Culturales Judías), que en el 2011 cumple 70 años, y que tiene el tupé de festejarlo. Digo tupé, porque después de la debacle del estalinismo, la sensatez podría hacernos prever que su organización se diluiría y sus pocos miembros pasarían a engrosar marcos de referencia menos tenebrosos. En efecto, estaban en vías de hacerlo. El nombre “ICUF” ya había sido casi olvidado, y los pocos judíos estalinistas podrían haberse desbandado, y así el oprobioso epíteto se habría diluido en el basurero de la historia junto con el del Soviet Supremo. Pero fueron escandalosamente rescatados por organismos judíos, uno ayudándolos profesionalmente y otro asistiéndolos políticamente.
En el primer caso, los profesionales a cargo de un ente judío internacional de filantropía, que ayuda a judíos por doquier, no parecen haber entendido la diferencia que hay entre dos métodos. Uno es la meritoria tarea de acompañar a individuos judíos cualesquiera sea su extracción para que hallen su vínculo institucional en el seno de la comunidad. Otro, bien distinto, es rescatar a una organización judía cuya historia es la de una traición. Redimir a los pocos judíos que son nietos de los fundadores del ICUF, puede hacerse por medio de ayudarlos a integrarse en marcos en los que se hallen cómodos. Pero darle nueva vida a la organización ICUF por medio de financiar sus actividades, significa en la práctica promover que dentro de algunos años reformulen su nefasta ideología y porten con orgullo un pasado institucional que debería ser denunciado.
La otra entidad que salió en su rescate es una agrupación política judeoargentina que les otorgó el espaldarazo de legitimidad que necesitaban para resucitar. Aprovechando que poca gente sabe a qué se refiere el nombre “ICUF”, lo incorporó a su lista como aliados explícitos para las elecciones en la AMIA (a la que el ICUF siempre vio como su enemiga).
Como hemos venido señalando en otros casos, la fuente del desatino está, como es habitual, en el post-sionismo alojado en las instituciones judías, y que desde adentro carcome sus contenidos.
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