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Periódico Judío Independiente
El psicoanálisis y la religión:
Cuando Di-s golpea las puertas

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora.
“El ídolo dice punto por punto qué hay que creer, mientras que D’os presenta alternativas entre las que el individuo elige libremente”.

Vueltas al tiempo”.( Arthur Miller)

Cuando me preguntaron sobre qué respuesta da el psicoanálisis sobre la existencia de Di-s, recordé estas palabras: “¿Qué importa si Di-s existe? Pregúntense si existe el hombre”.
Con este interrogante, se dirigió a su pueblo uno de los protagonistas de la película “El tren de la vida”, del director rumano Radu Mihaileanu, esperanzado por hallar una solución para poner a salvo a cada familia acosados como estaban por el ejército nazi y que pudieran huir hacia algún lugar donde vivir les fuera posible.
También, recordé una escena de la película italiana “Per grazia ricevuta” (Por gracia recibida) (1971) interpretada y dirigida por Nino Manfredi. El protagonista, después de sufrir un accidente, y ser sometido a una operación de urgencia, comienza a recordar su vida en la que, gracias a una salvación milagrosa, se orienta hacia búsqueda de Di-s. Un farmacéutico libre pensador lo encamina hacia el ateísmo, y lo sacude ver que, en el momento de morir, le pide a un sacerdote la extremaunción. Esta escena, fue vista con desagrado por la intelectualidad revolucionaria de los años setenta.
El pensamiento marxista y la religión
Karl Marx sostuvo que “la religión es el opio de los pueblos”. A partir de esta “máxima”, todos sus seguidores debían ser ateos. De hecho, cumpliendo con esta afirmación, en la ex URSS, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se cerraron muchísimas iglesias y de las sinagogas, casi ni hablemos, porque fueron cerradas y perseguidos sus miembros con toda la crueldad del aparato del Estado, que no dudó en exterminar a los más importantes intelectuales judíos, por la única condición de ser judíos.
Pero hay una cuestión que no voy a soslayar y es que Marx, en “El pueblo judío en la historia” (1843), tras reflexiones supuestamente filosóficas, el claro rechazo a su origen, su antijudaísmo, retorna de una manera tal que no hay alternativas de supervivencia para el que nació judío y también para el que decida serlo.
Algo más: Marx plantea en su texto que “el fundamento secular del judaísmo es la necesidad práctica, el interés egoísta. El culto practicado por el judío es la usura y su Di-s, el dinero”. (Ver mi nota en Comunidades. Septiembre 2004).
Sigmund Freud hace referencia al parecido que existe entre la religión católica, cuyo sostén es el Dogma y las verdades absolutas y la doctrina marxista pues, esta última, para sostener con exclusividad su concepción del Universo (con un siniestro parecido con aquello mismo que combate) fue creando una prohibición de pensar tan implacable como la de la religión en su tiempo. Si la ilusión positivista del marxismo era restituir la bondad inherente a la naturaleza humana, perdida por haber sido corrompida por la existencia de la propiedad privada y por las desigualdades sociales ¿cómo es posible que en nombre de tan bellos ideales se hayan cometido y sigan cometiéndose tantos crímenes?
En el judaísmo no hay verdades absolutas; hay preceptos, hay mandamientos. No hay una estructura jerárquica que reconozca a priori ninguna autoridad; tampoco hay representantes de Di-s en la tierra, nadie es intermediario entre Di-s y el hombre. En definitiva, cada hombre es responsable de sus actos, de su pensamiento, de su relación con Di-s.
Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, dijo en su discurso a la B’nai B’rith: “Yo comprendo que solamente a mi naturaleza judía le debo estas dos cualidades indispensables en mi difícil existencia. Como judío me encontraba liberado de prejuicios que limitan a otros en el empleo de su inteligencia; y, en tanto judío, yo era proclive a pasar a la oposición y renunciar a entenderme con la mayoría compacta”.

El psicoanálisis y la religión
Para adentrarme más en el tema, quiero señalar la importancia que Sigmund Freud, le da a los textos bíblicos. En “La interpretación de los sueños", en el apartado sobre los sueños típicos, Freud nos enseña que cada sueño debe trabajarse a la letra, como si fuera un texto bíblico. También, supo destacar la importancia que tiene para el psicoanálisis el estudio de los textos bíblicos, tanto para la práctica teórica como para la práctica clínica.
En el Talmud, leemos: “Un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee”. Siendo esto, uno de los fundamentos del psicoanálisis.
Jacques Lacan, en “La Angustia” (seminario X), dice: "Les recuerdo estos textos (los bíblicos) no porque tenga la intención de utilizarlos a todos sino para suscitar en ustedes al menos el deseo, la necesidad de acudir a ellos".
Quiero comentarles que en el primer capítulo del Génesis "B'reshit", "En el principio", el acento está puesto en la creación ex-nihilo, de la nada. Y es par¬tiendo de la nada que el mundo, sus seres y el hombre son creados por Di-s.
Se trata de un Di-s de la palabra, que dice, siendo su mismo decir un hecho, algo que aconte¬ce.
Es por la función de la palabra, en el campo del len¬guaje, que Elohim (un modo de nombrar a Di-s) crea, separa, diferencia, "nombra". No existe en hebreo el tér¬mino Di-s y sólo se lo men¬ciona por metáforas.
Los místicos judíos nos enseñan que su nombre no se puede pronunciar porque se ha per¬dido o porque no se lo puede vocali¬zar y que solo es posible nom¬brarlo por medio de sustitutos, de metáforas (una sustitución más la producción de un sentido nuevo).
Uno de esos sustitutos o más bien designaciones me¬tafóricas es Hashem, que quiere decir El Nombre. Entonces, podríamos decir que El Nombre nombra e instaura diferencias, singularidades en el acto de crear.
Sostenía el psicoanalista francés Jaques Lacan en su Seminario “La ética en psicoanálisis”, que la religión, la ciencia y el arte son las tres vías por las que los sujetos tratan de encontrar la o las respuestas a los interrogantes acerca del origen y del fin de la vida.
El triunfo de la religión consiste, precisamente, en su carácter perdurable, inextinguible, que puede darle sentido a la vida, aún en medio del horror. Para reflexionar, escogí este graffiti hallado en un sótano en Colonia, Alemania, que fue escondite de judíos que huían del ejército nazi:
Creo en el sol incluso cuando no brilla.
Creo en el amor, aunque no siempre lo sienta.
Creo en Di-s aunque Él esté en silencio.
En una intervención que J. Lacan realizó en 1974, el psicoanalista francés afirmó que la misma ciencia había originado perturbaciones que sólo la religión podía curar.
Siguiendo los pasos de Freud en “Moisés y la religión monoteísta”, el psicoanalista Jorge Alemán, nos explica el inmenso salto por el cual Moisés, ese gran hombre, hace ver a su pueblo que Di-s no tiene representación y, que este Di-s sin imagen que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, tan sólo puede ser una ley, es decir una instancia puramente simbólica. Moisés, el más brillante conductor del pueblo judío, es el que, a su vez, se nos muestra como el arquetipo del héroe, despojado de otros compromisos que no sean la propia causa, capaz de organizar a su pueblo y conducirlo a un destino en el que la libertad era la meta más importante para alcanzar.
Los Diez Mandamientos
¿Cuáles serían los motivos por los cuales Di-s podría golpear nuestras puertas? Porque al “olvidarnos” de cumplir con los Diez Mandamientos, su obra, el mundo y nuestra propia vida corren peligro.
Lo cierto es que todos conocemos los Mandamientos, son muy sencillos y podríamos llevarlos adelante, pero la resistencia a cumplirlos es, a mi parecer, inherente al sujeto humano. Esta cuestión de probar, de ver dónde está el límite, muchas veces azota a la sociedad entera.
Si leemos cada mandamiento, con el ánimo de reflexionar sobre el mismo, encontraremos que del primero al último son un código fundante de la vida, por eso hablamos de monoteísmo ético.
Los Diez mandamientos afirman la importancia de la libertad y de no sujetarse a ningún amo, de no idealizar en exceso porque eso es idolatría, de respetar el sábado, esa pausa tan necesaria para uno mismo. Cuidar de los que nos dieron la vida, nuestros padres, es esencial. No asesinar ni dejar que otro cometa un crimen, es crucial, porque pide que no seamos indiferentes ante la sangre derramada. En el séptimo, se nos lleva a pensar que, si uno es responsable del inicio de la vida, al descuidarla se pasa un límite que puede volverse en contra de la vida propia. No robarás, no secuestrarás (en el hebreo original), no robarás el tiempo del otro ni sus esperanzas. El noveno que aspira a que la palabra tenga valor y que sea confiable. El décimo que, en definitiva, insiste en no envidiar porque la envidia, mata.
Para concluir: tradición y transmisión tienen la misma etimología; ambas se refieren a trasladar, transferir ideas, principios, sentimientos, a través de las generaciones. Relacionada con esta cuestión, quiero dejarles la siguiente frase del Talmud:
“Explicarás las leyes a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y andando por el camino, y al acostarte y al levantarte”.


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