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Periódico Judío Independiente
La sobreexigencia: S .O. S. ¡Que alguien me ayude!
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
" Ni siquiera en el Paraíso es bueno estar solo ". ( refrán del idish)

Con las mejores intenciones

En cualquier momento del año, algunas veces movidos por las fiestas, cumpleaños y aniversarios, muchos sienten la necesidad de realizar un balance, en el que puedan escribir las expectativas que se cumplieron y, también, las que no se pudieron realizar. Son momentos importantes, en los que cabe reflexionar sobre cuánto hubo de ilusión en las metas que se hubieran querido alcanzar.
Como siempre, me propuse buscar la etimología de la palabra en cuestión. En el diccionario etimológico de Joan Corominas, leemos que la palabra ilusión, proviene del latín illusio-onis, engaño, derivado de illudiêre, engañar y ésta a su vez lûdere, jugar.
Como podemos ver, la palabra ilusión significa, también, engaño (relacionado con nuestro tema: auto engaño) y, además, tiene el significado de jugar.
Simund Freud nos enseña que si bien las ilusiones nos ahorran sentimientos de displacer y nos permiten gozar de satisfacciones, es necesario aceptar sin queja, que alguna vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos. Muchas veces las ilusiones, como castillos de naipes, se desmoronan con el primer soplido.
En mi opinión, uno es dueño de sus ilusiones pero, a su vez, cada cual debe hacerse cargo cuando no se realizan, porque uno es responsable de las mismas.
Retomando la necesidad de poner sobre una balanza los logros y desaciertos, la experiencia da cuenta de que son las mujeres las que más balances realizan quizás, porque además de proponerse hacer más de lo que realmente pueden respecto de la vida familiar, también lo hacen respecto de lo laboral con la consecuencia de tropezar con sentimientos tan fuertes como la frustración y la angustia por no haber alcanzado lo anhelado y por no haberse dedicado al hogar, como lo hacían antes de embarcarse en proyectos difíciles de alcanzar. Es necesario tener en cuenta que Las Mejores Intenciones no alcanzan. Tomé el título de la película dirigida por Billy August, discípulo de Ingmar Bergman, inspirado en la novela escrita por el mismo Bergman, en la que se extiende sobre su vida de adolescente y la relación afectiva con sus padres.

S.OS. Save our souls

SOS es la sigla inglesa usada internacionalmente, a través de la cual se formula un pedido de socorro y cuyo traducción al castellano es “salven nuestras almas”. Se comenzó a utilizar a principios del siglo XX.
Este grito de auxilio, tal como está escrito, expresa lo que a muchos les puede suceder en algún momento crucial en la propia vida y es importante que su entorno pueda escucharlo porque, como leemos en el Talmud: “Todos los hombres son responsables el uno por el otro”.
El angustiante pedido de socorro, dirigido a familiares y amigos es, un verdadero motivo como para solicitar una ayuda psicoterapéutica o comenzar un psicoanálisis. Con respecto a al momento en que se toma esta decisión, conviene tener presente las palabras de Borges sobre que modificar el pasado no es modificar un solo hecho. Es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas.
En nuestros tiempos, hombres y mujeres, no sólo piensan en el trabajo y la profesión, en lograr un mejor estar, sino en que el bienestar sea tanto en lo afectivo como en lo económico. Es un deseo muy valedero, pero, para realizarlo, según las palabras de Adriana Serebrenik, es conveniente bajar las aspiraciones a tierra y revisar qué se hace para lograr el objetivo: “una meta no se cumple sólo por desearla”.
El imperativo a ser feliz, bien podría ser uno de los slogans de la actual sociedad de consumo: consumir como sinónimo de felicidad, consumir como símbolo de placer. La cuestión que plantea es que, si poseer y consumir ciertos objetos y vivir de determinada manera, son requisitos necesarios para ser felices. Por otra parte, no está claro en qué lugar estarían los afectos y las realizaciones espirituales con las cuales poco tienen que ver estos tiempos acelerados y elitistas.
El sociólogo Zygmunt Bauman, al que suelo acudir en estos temas, instaló la metáfora de la modernidad líquida. Como saben, Bauman distingue dos fases de la modernidad: la modernidad sólida de la Ilustración que se corresponde a la sociedad de los productores, y la modernidad líquida que coincide con la sociedad de los consumidores. En ésta, quiero subrayar que se trata de la volatilidad, no sólo en los afectos, sino de los emprendimientos que se realizan en pos de una vida que termina siendo más expuesta a la mirada del otro y, también a la crítica que se vuelve contra la misma persona. Además, alentados por la posibilidad de un éxito inmediato, las personas llevan a la máxima tensión posible a los requerimientos éticos.
Para Bauman, “en la era de la modernidad sólida, la gratificación parecía en efecto obtenerse sobre todo de una promesa de seguridad a largo plazo, y no del disfrute inmediato.” En cambio, en el nuevo entorno líquido sobresalen “la inestabilidad de los deseos, la insaciabilidad de las necesidades, y la resultante tendencia al consumismo instantáneo”.

Nunca mucho, costó poco

Quise introducir estas cuestiones porque algunas personas, movidas por un Superyo, no sólo exigente sino muchas veces cruel, caen en situaciones de stress y sufrimiento que terminan afectando a todos los que lo rodean.
Justamente, en mi nota sobre el stress, cité a Zigmut Bauman, quien explicó en El arte de la vida (Paidós) que "la felicidad genuina, verdadera y completa siempre parece encontrarse a cierta distancia. Como un horizonte que sabemos que se aleja cada vez que intentamos acercarnos a él".
En nuestra vida cotidiana, podemos encontrarnos en situaciones sin salida aparente, derivadas de diferentes situaciones estresantes: problemas laborales y económicos, exámenes, discusiones con nuestra pareja o familia, los aumentos de precios, la disminución de sueldos, falta de trabajo, etcétera, lo que nos demanda un gran esfuerzo de adaptación, generando conflictos con nuestros allegados y con nosotros mismos, con la consecuencia de ocasionarle un gran desgaste a nuestro organismo.
Es factible que cada uno de los factores mencionados, pueda llevar a nuestro cuerpo y a nuestra mente al agotamiento, a "no poder más", aunque no seamos conscientes de ello, y que sea este un motivo importante como para salir de la omnipotencia y pedir auxilio. Me gustaría agregar, que en la trampa de la omnipotencia caen todas las personas, independientemente del sexo y edad.
“Cuando una piedra golpea un vidrio, el vidrio se rompe. Cuando el vidrio golpea una piedra, el vidrio se rompe”. (dicho judío persa)

De todas maneras, la sobre exigencia en sí misma, no es un problema. Incluso, muchas veces es necesaria para mejorar un trabajo, desarrollar tareas de investigación, profundizar temas teóricos. La sobre exigencia depende del quantum, de la cantidad de esfuerzo necesario para alcanzar el objetivo sin desmoronarse.
No hay que olvidar que el judaísmo es muy exigente: cumplir con cada uno de los 613 preceptos no basta. Lo importante es que cada sujeto sepa cuales son las intenciones que animan su proceder.

Para reflexionar, quiero concluir con este dicho jasídico:
“Si pudiéramos colgar todas nuestras penas mezcladas y nos permitieran elegir las que quisiéramos llevarnos, todos volveríamos a elegir las propias, porque todas las demás nos parecerían todavía más difíciles de soportar”.


Número 507
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