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La falacia

Por Leonardo Jmelnitzky
La reciente elección de representantes de AMIA, o mejor, la propaganda difundida por uno de los factores intervinientes, podría llevarnos a suponer que este ha sido el marco circunstancial dentro del cual se puso en evidencia una antinomia entre los conceptos de “singularidad” y “pluralidad”… sin embargo, tal presunción es falsa porque estos términos, lejos de ser opuestos, son complementarios. En efecto, cuando aquí hablamos de pluralidad, estamos refiriéndonos a una pluralidad dentro del judaísmo y, precisamente, es el concepto de judaísmo el que constituye aquí la singularidad.
Para comenzar digamos entonces que el pluralismo implica la aceptación práctica de la libertad y admite la tolerancia de conductas diferentes. Sin embargo, aquí es necesario aclarar que, bien entendida, tal tolerancia debe ser asumida en relación a las personas y no a las ideas que las mismas profesan. En efecto, si todas las ideas debieran ser igualmente respetadas caeríamos en un relativismo de tal envergadura que constituiría un pandemonio conformado por las posturas más descabelladas y extravagantes. Se trataría en fin, de adornar con el título de “pluralismo” la indiferencia por la verdad, lo cual no puede concebirse sino allí donde la intelectualidad está totalmente ausente.
La razón de ser del judaísmo, se halla en su condición de “pueblo elegido”; elegido para llevar la Torá a través de la historia y preparar la redención del género humano. Es esta misión de carácter espiritual la que requiere su perpetuidad y es el único motivo que justifica la lucha contra la asimilación. Si se prescinde de esta singularidad, todo intento de permanencia del pueblo judío está condenado al fracaso y lo que es más ¿Qué sentido tendría procurar la continuidad de un pueblo que sólo difiere de los demás en algunos matices más o menos significantes? No es de extrañarse entonces que todas las corrientes del pensamiento judío que niegan tal impronta espiritual del Pueblo de Israel sean, a veces inconscientemente y otras no tanto, asimilacionistas.

La causa eficiente de la degradación que estamos considerando es posible encontrarla en lo que filosóficamente se conoció como individualismo, vale decir, en la negación a admitir una autoridad superior al individuo, así como una facultad de conocimiento superior a la razón individual. En el terreno religioso el racionalismo se manifestó en el rechazo de la autoridad de la “Torá min ha-Shomaim”, y de los principios en ella implícitos. De este modo se pretendió substituir la autoridad calificada para interpretar la Torá por el análisis racional es decir, la interpretación dejada al arbitrio de cada uno, incluso de los ignorantes y de los incompetentes, y fundada únicamente sobre el ejercicio de la razón humana. Era pues, la puerta abierta a todas las discusiones, a todas las divergencias, a todas las desviaciones; y el resultado fue lo que debía ser: la dispersión en un pluralismo siempre creciente, que no representa nada más que la opinión particular de algunos individuos.

Lo que en realidad esconde este pluralismo así planteado es lo que podríamos denominar “asimilación intelectual”, mucho más nociva que la asimilación a secas, porque mientras la primera es causa, la segunda es una mera consecuencia. Se trata de un pseudo-judaísmo que busca librarse de sí mismo [1] y que persigue una identificación con las corrientes ideológicas del momento. De tal modo que este pseudo-judaísmo fue sucesivamente: filo-racionalista, filo-marxista, filo-freudiano, filo-capitalista, filo-nacionalista hasta llegar al día de hoy en el cual, ante un mundo desideologizado, nos encontramos con que este pseudo-judaísmo se expresa a través de esa ambigüedad tan amplia que lo caracteriza y matizado por algunos “slogans” de moda… de más está decir que el “pluralismo” es uno de ellos. Se trata en fin, de un proceso que podríamos caracterizar como el intento de sacrificar al judaísmo en el altar profano de la historia.

Frente a tal ausencia de principios no debería sorprender que el judaísmo remanente terminara expresándose, ya no a través de la tradición sino del folclore judío, las recetas de cocina y la sentimentalidad. La razón de ello es que, salvo raras excepciones, todo judío ha recibido, como mínimo, una herencia afectiva que lo liga solidariamente con su pueblo y que cada uno busca preservar a su manera. Es común escuchar expresiones del tipo “yo soy judío porque me siento judío” y la verdad es que, por muy bienintencionados que sean estas manifestaciones, hay que decir que las mismas no alcanzan, porque los sentimientos, por legítimos y necesarios que sean en su orden, son la expresión de la subjetividad del individuo y no de su conformidad con la realidad. No es de extrañar entonces, que en su afán de pertenencia al pueblo judío muchos individuos, en lugar de intentar profundizar en sus raíces e imbuirse de los principios de su tradición, busquen adaptar o crear un judaísmo adecuado a sus posibilidades actuales, en otras palabras, que sea concurrente con su grado de asimilación.

Ya para concluir repitamos que si el judaísmo es algo entonces incluye algunas cosas y excluye otras. Incluye todo aquello que se deriva y depende de sus principios y que se unifican en ellos a través de un lazo puramente interior; por contrapartida excluye todo aquello que desde una perspectiva meramente exterior y artificial se pretende integrar al mismo. Esto último es propiamente el pluralismo al nos estamos refiriendo, una falacia que, intencionada o no, conlleva los deletéreos efectos que hemos considerado.

Leonardo Jmelnitzky
Cap. Fed.


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