El día 26/09/2010 partió de Famagusta, al norte de Chipre, un velero conducido por siete pacifistas judíos (cuatro israelíes, una estadounidense, una alemana y un británico), los que pretendían llegar al puerto de Gaza para romper el bloqueo marítimo vigente. La nave y sus tripulantes fueron pacíficamente interceptados por la armada israelí el día 28/09/2010, que los escoltó al puerto de Ashdod.
Hasta allí la fría noticia, pero el problema no es la noticia sino su trasfondo: un grupo de personas, de declarada raíz judía, que bajo la excusa del pacifismo intentaron violar la decisión soberana, pública e internacionalmente difundida en 2006 por Israel, de evitar el paso directo de toda ayuda (militar y/o simbólica) hacia un territorio administrado por un enemigo mortal declarado.
Dado que por definición ninguna violación es pacífica -por tenue que sea al ejercerla- resulta indudable que, más allá del supuesto mensaje pacifista lo único real era una intencionalidad política.
Israel es un país que lleva décadas bajo un estado de guerra crónica no buscada. En tal situación, ha aprendido dolorosamente a lidiar con sus enemigos externos, sean éstos espías, saboteadores, terroristas, sus ideólogos instigadores, y/o financistas.
Desde hace tiempo, el gran problema de las autoridades israelíes ha sido otro. Ese problema es el cómo tratar con ciertos grupos de quintacolumnistas propios.
Por una lado, aquellos ultraortodoxos que se niegan a reconocer al Estado de Israel, algunos de cuyos miembros han sido capaces de abrazarse alegremente con el delirante iraní, o peor aún de llegar al magnicidio de un premier mundialmente galardonado; o una extrema izquierda que se niega a reconocer que su idílico mundo comunista explosionó y se desvaneció, y que –actuando a veces con su propia cara, y en otras disfrazada de humanista, pacifista, e incluso de vegetariana si les cabe-, aún hoy sigue dolida por lo que sólo a ellos se les ocurriría como una traición: que Israel halla dejado atrás su pasado kibutznic y se volviera un pujante país capitalista, y capaz de dialogar de par a par con los EE.UU., los países de la U.E., y demás naciones líderes.
Lo ocurrido ésta semana con el velero “IRENE” es sólo la punta visible de un peligroso iceberg. Es importante que las autoridades israelíes resuelvan rápido el cómo timonear su nave ante éste peligro moralmente disociador, y por ende, mucho peor que los misiles enemigos.
Tras 62 años de vida del Estado de Israel, es fundamental que las autoridades nacionales encuentren un modo adecuado para que éstos díscolos, y por mal que les plazca, de una vez por todas aprendan a reconocer a Israel tal y como se yergue ante sus ojos, y que aprendan a aceptar aquellas cosas que su legítimo gobierno debe hacer para proteger a la población –judía y no judía-, al menos hasta que se logre arribar a una verdadera y segura paz con todos sus vecinos.
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