Cuando supe de la existencia del Programa Ieladeinu (nuestros niños) y aún más, cuando me detuve a leer la publicación “Maltrato infantil. Un abordaje innovador del programa Ieladeinu. Aprendizajes de una experiencia integral comunitaria”, compilación de textos escritos por Débora Miculitsky, Marisa Fresco, Valeria Marckiewicz, Ricardo Augman, bajo la coordinación de Karina Pincever, con los aportes del Dr. Bernardo Kliksberg, la Dra. Eliana Groisman y el Dr. Moty Benyakar, lo primero que vino a mi mente fue el canto de Pesaj en el cual entonamos “Daienu” (“sería suficiente”). En otras palabras, si este movimiento religioso liderado por el Rabino Tzví Grunblatt hubiera posibilitado que uno solo de estos niños tuviera otra vida posible, sería suficiente. Sin embargo, lo ha hecho junto con el empeño de muchos, con cientos de niños y adolescentes, podría ser suficiente sólo una de estas acciones, pero saben que mientras exista un niño judío padeciendo ultraje a sus derechos, no será jamás suficiente.
El nacimiento
Corría el año 1999, un Juez de Menores pregunta al Rabino Tzí Grunblatt: “Rabino, ustedes, los judíos no tienen quién se ocupe de estos chicos; ¿Podría usted hacerse cargo?” (Pág. 13) Quien desde hace tantos años dirige “Jabad Lubavitch Argentina”, parte del movimiento Jabad Mundial, no dudó ni un instante.
Se trataba de un niño de 11 años que, internado en un Instituto de Menores, estaba siendo apedreado por ser judío.
Poco tiempo después el Defensor de Menores de la Cámara de Apelaciones preguntó: “Rabino, ¿usted está dispuesto a ayudar a todos los niños judíos en riesgo, a los que nosotros recibimos en los juzgados?”
Y así comenzó por un lado, el doloroso saber de la realidad de tamaña cantidad de niños judíos en riesgo en nuestro país, y por otro, una respuesta concreta para hacer frente a esa realidad y transformarla.
Mientras nos adentramos en el desarrollo que tuvo este abordaje es inevitable que nos sorprendamos constantemente.
Al principio, se suponía que se trataba de casos aislados y puntuales y se creó un equipo profesional voluntario cercano a Jabad. Sin embargo, la evidencia de tantos chicos judíos en riesgo no tardó en hacerse visible para ellos. A cada nuevo llamado, respondían y fueron creando y adaptándose velozmente a la realidad que se iba desplegando frente a ellos.
El compromiso, la responsabilidad y el profesionalismo con el cual han trabajado es verdaderamente impactante. Proponiendo, en sus comienzos, los tradicionales espacios de terapia psicológica y educativa, supieron en determinado momento que éstos no eran suficientes para lograr un cambio significativo. Así fue que lejos de claudicar se lanzaron a la búsqueda innovadora de otros dispositivos terapéuticos, otras teorías y roles que pudieran ser herramientas para estos niños y sus familias. Se estaba gestando con el ritmo de la respuesta inmediata a las urgencias, combinado con la búsqueda de los pilares que hicieran efectivas las intervenciones terapéuticas, del actual Programa Ieladeinu.
Los iniciales integrantes de Ieladeinu fueron, entonces, aprendiendo durante la marcha; fueron recreándose, fueron multiplicándose hasta llegar a una estructura teórica, práctica y física que tiene a su cargo, en la actualidad, a cientos de niños.
Uno de los subtítulos de la publicación coordinada por la licenciada Karina Pincever explicita sintéticamente este camino andado: se trata de “aprendizajes de una experiencia integral comunitaria”.
La solidez de los pilares
Las tres hebras elegidas para transmitir los pilares de estas experiencias son aquellas que indudablemente más subjetivan al niño: la ética judía, la restitución de los derechos del niño, la psicología y el psicoanálisis.
Han logrado exitosamente hacerlas confluir en los hechos y tan sólo las desentraman al momento de exponer a otros aquello que guía sus decisiones y su accionar diario.
“Pareciera que estos niños son los niños de nadie, todos quieren sacárselos de encima. Son abandonados por sus familias, echados del colegio, de grupos de pares, de servicios sociales, hasta de los servicios que se encargan de su protección. La expulsión se repite una y otra vez en sus vidas.”
El Rabino Tví Grunblatt, los profesionales, los voluntarios, la comunidad judaica, han respondido y continúan respondiendo unánimemente son “nuestros niños”: Ieladeinu. Y por ello, han hecho posible sus distintas modalidades de inclusión.
Es cierto que no es nueva la problemática del maltrato y del abuso infantil, así como la delincuencia juvenil arraigada en la violencia familiar, sin embargo nuestra cultura actual contemporánea agrava aún más estas situaciones.
Si tenemos en cuenta la pérdida de valores, la naturalización de los excluidos del sistema socio-económico, la situación y el futuro de esta población en riesgo se complejiza en demasía. A ello, debe agregarse en nuestro país una legislación de larga data y su contrapartida institucional y conceptual que ubica a los niños y adolescentes que padecen estas problemáticas familiares, como objetos, más que como sujetos con potencialidades.
Crear otros andamiajes conceptuales que no se basen en los modelos institucionales conocidos, ir contra concepciones naturalizadas socialmente, remar en tiempos de crisis económica, aceptar permanentemente el desafío que la situación particular de cada niño o joven implica, tanto como los subsiguientes escollos que aparecen luego de cada avance, es una tarea que requiere ser mancomunada, pues nadie puede sostenerla solo.
El mismo equipo de trabajo se da cuenta de esto y de cómo estas situaciones pueden afectar a quienes trabajan cotidianamente con este cúmulo de problemáticas y con la responsabilidad y el compromiso que ellas precisan para ser revertidas. Es así, que el cuidado salutífero se extiende también a los miembros del equipo de trabajo. Lo cual da cuenta del enraizamiento poquísimas veces visto de una ética que orienta todo el programa de salud. Y que posiblemente sea una de las fuentes que permita realizar esta inmensa labor.
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