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El valor de la familia
Por Dr. Jose Milmaniene
La familia configura la estructura básica en la cual nace y desarrolla un hijo, y tiene por tanto un valor central en la conformación psíquica de la subjetividad. La familia debe cumplir al menos tres funciones necesarias, a saber:

A. Acogimiento y contención afectiva del niño: es la madre la que cumple primordialmente la función de recibir con amor al niño y erotizarlo a través de sus caricias, arrullos, mimos y canciones de cuna. Es la madre, en su condición de mujer, la que además de dar a luz al niño y proveerle el alimento primordial, lo inscribe en el mundo de las emociones y los afectos, que son los que sostienen toda la arquitectura del psiquismo. El desamor materno, el desprecio, el rechazo y todas las formas del no reconocimiento afectivo del niño, generan carencias que son la base misma de la inseguridad, la inestabilidad y el resentimiento. Ahora bien, debemos consignar que el amor no es una categoría “neutra”, sino que está abierto a todos los extravíos de la patología, tal como lo expresan los amores posesivos, narcisistas y simbióticos. Estas frecuentes variantes del amor se caracterizan por someter y ubicar al hijo como mero apéndice de una madre castradora, que se apropia de su producto como si fuera un objeto de su pertenencia. El niño puede entonces quedar atrapado en una relación fusional con una madre dominante, y su proceso de crecimiento se puede ver seriamente dificultado. El psicoanálisis ha descripto con el nombre de complejo de Edipo a la relación esencial que liga a la madre y la niño, y a su no elaboración como el fundamento mismo del enfermar, tal como lo evidencia la fijación enfermiza de los hijos a su madre, incapaces entonces de resolver la endogamia y fundar creativamente su propio proyecto familiar.
B. Transmisión de la Ley: es el padre que debe imponer la Ley simbólica y los límites necesarios para separar al hijo de la madre e inscribirlo así en el sistema normativo socio-simbólico. La falta de límites deja al niño a merced de sus pulsiones elementales de raíz incestuosa, que siempre perturban la convivencia, dado que el Yo queda atrapado en su egocentrismo excesivo, que desconoce la alteridad. En la actualidad se observa un serio déficit en la transmisión de los límites – expresión de la ausencia de una palabra paterna consistente- , que más allá de las ideologías y morales ligadas a cada circunstancia histórica, debe asentarse sobre algunos axiomas centrales, a saber: el respeto por el Padre como garante de la Ley, y la aceptación de la diferencia sexual y generacional como fundamento de toda ética posible
Deseo señalar que el par opositivo constitutivo del orden simbólico supone la diferencia irreductible de lo masculino - que encarna el padre- ; y lo femenino – que representa la madre-; y que estos roles claramente delimitados -asentados en la diferencia sexual anatómica- son los que signan el universo de todo sujeto en la cultura. Debemos convenir pues que el reconocimiento de la diferencia, implica trascender el universo de la mismidad del narcisismo (Uno se ama a si mismo en el Otro), para acceder al mundo del deseo (en el cual Uno ama a Otro que es Otro en tanto diferente, y cuyo paradigma es el amor del hombre por el Otro sexo que encarna la mujer).

C. Legado de valores: la familia es el lugar mismo en donde se reciben los valores y las tradiciones culturales y el capital simbólico de la cultura: sus ritos, festividades y códigos. Si los padres descreen de la Ley simbólica, a favor de un extremo relativismo ético y un marcado individualismo egocéntrico, educan a sus hijos en un mundo sin valores, donde “todo vale” y donde el “¿porqué no?” de las conductas transgresivas y las certezas perversas, reemplaza a los mandamientos esenciales, que señalan la diferencia entre los sano y lo enfermo, entre lo prohibido y lo permitido, entre lo justo y lo injusto, entre la responsabilidad y la culpa, entre el erotismo y la obscenidad, entre lo íntimo y lo público y entre lo sagrado y lo profano. El eclipse de los valores y el ocaso de los ideales, arroja a los hijos a un mundo sin normas, causa del cinismo existencial, de la violencia impiadosa y la alta incidencia de conductas adictivas.

No se trata, claro está, de desconocer los defectos y los conflictos inherentes al orden familiar, pero sostenemos que si la familia se desarticula y las funciones materna y paterna se diluyen e indistinguen, los hijos corren serios riesgos de criarse en una seria confusión identitaria, de imprevisibles consecuencias psicológicas.
El “deseo de familia” de los hijos encuentra su plena realización, si éstos se instalan en un grupo que reconoce a la Ley simbólica –depurada de todo exceso represivo- como categoría esencial ordenadora de la subjetividad, que respeta la diferencia de los lugares parentales y que transmite valores anclados en las enseñanzas de los Textos fundacionales, siempre ligados al compromiso responsable por el Otro.

Número 486
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