Vos, usted, ella, él, yo, cada uno es un voto. No somos personas, seres humanos, individuos. Somos votos. Se nos evalúa a granel, al por mayor, por sector, clase social, zona de residencia, edad, niveles de ingreso y educación.
Nosotros no existimos. Se nos menciona como pueblo, gente, ciudadanos, compañeros, hermanos, argentinos. Dicen que nosotros mandamos, que nunca nos equivocamos, que somos la voz de la verdad. Consumidores sería nuestro nombre más exacto. Clientes. Carne de encuestas, estadísticas y planes-limosna. Compradores anónimos de productos electorales y de todo tipo. Espectadores eternos de lo que pasa. Sólo protagonistas por algunos minutos si hemos sido víctimas directas o indirectas de hechos que merezcan algún espacio en la TV. En esas oportunidades, aparecemos llorando, protestando, casi siempre diciendo: “Es una vergüenza”.
Los votos pobres somos famosos. Nos mencionan todo el tiempo. Tanto el gobierno como la oposición. Por la tele vemos presidentes, gobernadores, altos funcionarios y dirigentes políticos de todos los sectores unánimemente indignados por el hambre y la miseria. A diario comentan nuestros padeceres con honda preocupación. No cualquiera tiene cronistas de esa envergadura. Los votamos si nos ayudan. A veces, recibimos la ayuda pero no los votamos porque sabemos que nos ayudan para que los votemos.
Entre los votantes del rubro “clase media” hay diferentes situaciones sociales, económicas y culturales, aunque muchos compañeros de rubro denominados progresistas nos consideran como un bloque y nos atribuyen la propiedad exclusiva del egoísmo y la mezquindad. Con gran entusiasmo generalizador dicen y escriben que somos desclasados, cínicos, indiferentes, no pensantes, sólo preocupados por nuestro bolsillo (se ve que a ellos no les preocupa). Los clasificados como de derecha nos cortejan prometiéndonos solucionar el problema de la criminalidad desatada y feroz, delicadamente llamada “inseguridad”. Nosotros somos de izquierda, de derecha, o de nada, pero nos avivamos cuando nos mienten y nos afanan. A veces necesitamos creer e ilusionarnos. Así votamos y sonamos.
Los votos de clase alta éramos muy antiperonistas. Incluso había gente que prefería ser marxista, anarquista, cualquier cosa antes que peronista. Hasta radical. Con el tiempo y tantas cosas que pasaron fuimos aprendiendo que el peronismo es un mal inevitable y nos fuimos haciendo amisocios. ¡Llegamos a verlo rubio y de ojos celestes a Menem! ¡Y a olvidarnos de los mocasines y el saco cruzado abierto de Néstor y de las superproducciones de vestuario, botox y maquillaje de Cristina!
Superamos semejante cacherío porque con los peronachos y la soja se fue saliendo de la catástrofe de la Alianza, ¿viste? Nos llevábamos relativamente bien con los pingüinos, pero un día apareció la 125. Nos quisieron meter la mano en el bolsillo de prepo y se olvidaron o no quisieron recordar que el campo no es únicamente la Sociedad Rural. Se hizo muy claro para muchísima gente que el supuesto federalismo era un verso del poder unitario de la gran caja.
Y acá estamos nosotros, los votos despegados de partidos, verdades únicas, líderes y facciones, los que no nos identificamos con una etiqueta ideológica sectorial, los clientes electorales con mucha, poca o ninguna guita, los que cuando decíamos “que se vayan todos” no queríamos decir que no quedara nadie sino que desapareciera una manera de hacer política basada en la mentira, la manipulación, el clientelismo, la demagogia y los intereses personales escondidos bajo el palabrerío ideológico del paradigma de turno y de la supuesta nobleza de intenciones ajenas al bolsillo y a la búsqueda enfermiza de poder. ¿Será posible o seguiremos siendo sólo votos?
Ricardo Talesnik
Cap. Fed.
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