MAOR, el espacio comunitario que previene y atiende la drogodependencia, el alcoholismo y otras adicciones, inauguró su nueva sede que cuenta con un centro de día, en el cual podrán brindar mayor asistencia a los pacientes.
Casi 15 años atrás, en abril de 1995 el rabino Moti Maarabi comenzó una utopía, un sueño que cobró el nombre de MAOR, “amor ordenando la vida”.
Aquella ilusión empezó a forjarse con mucho amor propio, mucho esfuerzo y sobre todo mucha gente que colaboró y ayudó desinteresadamente para poder darle una mano al prójimo, aquel que no tuviera un lugar para poder intentar solucionar sus adicciones, la droga, el alcohol, el juego y muchas otras.
Este 15 de marzo pasado, en Juan Agustín García 2275, en un evento con mucha carga emocional, MAOR, el primer centro comunitario para la prevención y asistencia de adicciones, inauguró su nueva casa en la cual podrá brindar apoyo a las personas y familias afectadas, y además, inauguraron el centro de día para poder concentrar aún más el esfuerzo dentro de la institución para que las personas adictas puedan tener una recuperación completa.
El rabino Moti Maarabi, presidente honorario, fue el primero en tomar la palabra y descubrir una placa en homenaje a Jacobo David Hilu, una persona muy importante para la institución que falleció y que el rabino, muy emocionado, consideró como “una luz que siempre tenía tiempo”.
Después del abrazo con la familia de David que se hizo presente, comenzaron, uno a uno, todos los principales referentes de la entidad a tomar el micrófono y a sacar sus sentimientos, deseos, reflexiones y esperanzas a la luz.
Carlos Nisenbaum, presidente de MAOR, resumió en una parte la vida de la entidad contando un refrán: “Empieza por hacer lo necesario, luego harás lo posible y lentamente te encontrarás haciendo lo imposible”. También aseguró que los propósitos son “comprometer y concienciar a la comunidad judía” de las adicciones y sus problemas, aunque remarcó que “el objetivo fundamental de MAOR es resocializar al adicto, ayudarlo a reorganizar su vida, a reinsertarlo laboralmente, familiarmente, socialmente y espiritualmente”.
Luego llegó el turno de Gabriel Anapolsky, quien se desempeña como director asistencial y explicó todo el trabajo que se realiza día a día con las personas que llegan en busca de ayuda y recalcó que “hoy estamos celebrando” aunque aclaró que “son muchísimos los enemigos. Todo lo que tenga que ver con los consumos, con las salidas rápidas, con los negocios de las sustancias. ¿Nosotros con qué enfrentamos a esto? Con salud, educación, espacios terapéuticos y posibilidad de perfeccionar”.
Antes del cierre, y tras la entrega de algunas placas conmemorativas, invitaron a decir unas palabras al presidente de la AMIA, Guillermo Borger, quien aseguró que MAOR “es el lugar para la liberación”, haciendo justamente una comparación con la festividad de Pesaj.
Por último, el rabino Moti Maarabi finalizó la inauguración de la casa haciendo un repaso de la historia de la institución, de los buenos momentos y de los malos: “De tener todo uno pasa a no tener nada”, contó.
Además, se refirió a MAOR como una utopía y contó la historia de un niño que le pregunta a su padre que significa “utopía” y éste le dice que el arco iris lo es, ya que uno nunca llega a él, pero sirve para caminar.
Tras recordar a Patricia Fredenberg y Ruben Wisñevsky, dos personas que ya no están en cuerpo presente, pero hicieron mucho por la entidad, el rabino cerró esta inauguración al asegurar que “MAOR no es historia, es memoria” y finalizó con un deseo: “Esta es la única institución en el mundo que quiere cerrar sus puertas lo antes posible”.
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