La Kristallnacht o la noche de los vidrios rotos, fue la represalia llevada a cabo por los nazis en toda Alemania y Austria en la noche del 9 al 10 -11-1938, motivada por el asesinato de un funcionario de la embajada alemana en Paris, Ernst von Rath, a manos de un joven refugiado judío, Herschel Grynszpan.
El Ministro de Propaganda nazi, Joseph Göbbels, fue quien dio la orden de golpear a los judíos, con estrictas instrucciones para que pareciera una reacción popular y espontánea. Pocas horas después, estallaron graves disturbios en numerosas ciudades. Los negocios judíos fueron saqueados por la turba, la vidrieras destrozadas, de ahí el nombre de Kristallnachat, y centenares de sinagogas, incendiadas. Además de atacar a numerosos hogares judíos, golpeando y mortificando a los judíos por el solo hecho de ser judíos.
Podríamos decir que se trató de un gran “escrache”. Esa práctica, ejercida con frecuencia en nuestro país contra los que piensan de un modo diferente a aquellos que tienen el poder, tiene un curioso parecido con la que utilizaban los activistas del nazismo en la Alemania de los años 30 cuando marcaban con una cruz los negocios y las casas donde vivían los judíos. Definitivamente, los sucesos acontecidos esa noche , marcaron la puesta en marcha de la llamada “Solución Final”.
Han transcurrido ya 71 años . En una sola noche, el furor antijudío, culminó con la detención de 30.000 judíos, la destrucción de 191 sinagogas, el saqueo de 7.500 comercios más centenares de muertos.
Algunos años antes, cuando quemaron públicamente sus libros en la Opempkíz, S. Freud expresó no sin ironía y profundo dolor: “¡Qué progresos estáis haciendo!. En “la Edad Media me hubieran quemado a mí. Hoy se conforman con quemar mis libros”.
No se conformaron. El Holocausto fue implementado.
El discurso nazi promovió la supremacía de la raza aria. Sus pilares fueron: la estructura militar, la educacional y la propaganda. Sus redes: las que proporcionó el avance de la ciencia, las redes de comunicación y la red de ferrocarriles. Sin estas redes, los campos de concentración no hubieran sido posibles.
Salvando las distancias, no deja de ser alarmante que, en nuestro país, las autoridades hayan sobredimensionado el aparato del estado, acaparando incluso, los medios de comunicación de modo tal que el libre acceso a la información podría tornarse cada vez más difícil. Hoy es impensable que los horrores de nazismo se repitan, pero el riesgo existe mientras haya un Ahmadineyad, que puso en duda la existencia del holocausto, el presidente Hugo Chávez, que lo avaló y el piquetero Luis D’Elía que paseó por Irán como si fuera su casa.
La exigencia de entrega ciega al líder, a la que conducen los líderes mencionados como los de otros países que tienden al autoritarismo, conduce a la supresión de la diferencia entre los sujetos, con - fundidos en la masa, con la consiguiente pérdida de los lazos de filiación y la indiferencia ética. Hay un paso del goce de auto suprimirse en la masa, al goce de la eliminación del otro.
Sigmund Freud en su discurso en la B’naiB’rith, dijo: “Yo comprendo que solamente a mi naturaleza judía le debo estas dos cualidades indispensables en mi difícil existencia. Como judío me encontraba liberado de prejuicios que limitan a otros en el empleo de su inteligencia; y, en tanto judío, yo era proclive a pasar a la oposición y renunciar a entenderme con la mayoría compacta”.
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