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Cine:¿Quién no quiere ser millonario?
Por Martha Wolff
Sé que todo aquel que lea este título pensará que me equivoqué ya que el argumento de la película Slumdog Millonaire, dirigida por Danny Boyle, se basa en un concurso de preguntas y respuestas de la televisión hindú, en Bombay que se llama: “¿Quién quiere ser millonario? Pero pensé hacer esa pregunta afirmativamente porque todos quieren serlo. Sobre todo cuando viven del ensueño que les despierta el mundo de la imagen. Los pobres cuando ven los que más tienen saben que esos objetivos materiales son casi imposibles de alcanzar, pero los ambicionan. Los medios de comunicación e impresos ostentan bienestar y saben que son prohibitivos para sus ingresos. La publicidad despierta deseos de tener lo último que se oferta en materia de consumo, pero negados para sus bolsillos. La moda que se publicita les hace tomar conciencia de que lo que poseen es ya viejo. Los artistas son sus ídolos porque lucen siempre jóvenes, exitosos y bellos, mientras ellos se desgastan y envejecen. Los deportistas de fama lucen las mejores marcas estampadas en sus prendas y son emulados comprando ese rubro bajo marca “Made in Falsificación”. Todo este estímulo visual despierta una cultura de la admiración y de la envidia y la mayoría de la población no pudiente los elige como sus preferidos y a imitar.

Hoy va más gente a un recital de música que a un acto político y más mira televisión que los que van al cine; los jóvenes se deslumbran más con sus pares que con los dirigentes; el pueblo quiere ver partidos de fútbol en vez de escuchar discursos. Y todo este mundo manejado por los abultados cachets que cobran los famosos como por el despilfarro para mantener espectáculos con rating produjo la conversión del título de la película ¿Quién no quiere ser millonario?

Específicamente, en este film, se ve lo que sucede con las masas de los más necesitados y la clase media, que son los mayores consumidores de televisión. Ellos viven dos vidas: la propia y la que se les ofrece en novelas diarias, cine y viendo programas con sus artistas preferidos que pasan a ser parte del hogar y de sus conversaciones por lo que visten, y opinan. Pero, en la India, tiene mayor influencia, porque que se trata de un país con 1.200.000 habitantes, que viven pendiente de la caja boba. Para entretener a semejante población cuya mayor parte viven en la indigencia, este medio es una gran compañía, por eso ese país es el que mayor cantidad de películas filma al año, la que produce telenovelas para pasar en diferentes horarios, show musicales multitudinarios de gran colorido de vestuario, musical y baile. El país vive pendiente de la programación y es parte de su rutina hablar de lo que se vio o verá.

El director de cine norteamericano, Danny Boyle, supo interpretar y captar lo que es la India y creó junto a su guionista una película extraordinaria de crudeza y belleza a la vez. Mostró en la premiada con cinco Oscar una India sin juzgarla sino esculpiendo con su cámara el alma de su gente. De su gente que vive en las calles, de su masiva movilización en rutas y ciudades atiborradas como colmenas. De sus costumbres, de su hambre, de sus lavaderos públicos, de sus padecimientos de odios religiosos, mafias, explotaciones, de sus miserias y de sus grandezas puntualizadas en los niños de la calle. Y aquí radica la genialidad de este director que seguramente caminó y deambuló mucho para captar eso que se llama niños, presente y futuro sin futuro. Y puso como excusa el programa de preguntas y repuestas mencionado como disparador transmitido por televisión. Ese aparato que es el límite entre el sueño y la realidad. Porque Danny Boyle no sólo denuncia lo que pasa con los niños de la calle de la India, sino que es una denuncia al mundo de lo que pasa con los niños que están en la calle en Asia, África, Medio Oriente, Europa del Este, Latinoamérica y Caribe.

La supervivencia en las grandes ciudades de los continentes mencionados de los niños tiene una tragedia en común: la indigencia, la desidia de sus gobiernos corruptos que tienen políticas populistas, confundiendo frente a la ignorancia de sus seguidores con el término de socialistas, para ganar sus votos; las nacionalizaciones engañosas con el acuerdo de una elite de turno presidencial o real para robarle al pueblo; el analfabetismo; la falta de educación sexual; el desempleo; las drogas; las armas; la prostitución; el trabajo infantil y todo esto junto a la degradación del ser humano y la falta de esperanza.

¿Quién quiere ser millonario? Todos, escribí al comienzo de este artículo y es lo que quiere ser un niño de Bombay o Munbay como también se dice, en un programa de televisión. Las preguntas a que es sometido para ganar sirven de cámara retrospectiva

para recordar su terrible historia personal que comienza prácticamente con su existencia.

A medida que avanzan las preguntas, reviven en su mente las denigraciones a la que fue expuesto como niño. El criarse solos junto a su hermano también recuerda el odio-amor bíblico entre los mismos y la naturaleza humana. Pero el amor como sentimiento universal prima sobre el desengaño y la traición con el rescate del destino como hacedor de desdichas y felicidad.

Jamal Palik es el nombre del protagonista principal y su verdadero nombre es Dev Patel,

alecciona a medida que avanza el film que no hay mayor escuela que enseñe que la vida y la calle donde aprendió lo que sabe. Y ante su certeza de respuestas y la autopsia de sus recuerdos, el poder del poder y del dinero, lo somete a más denigraciones ya que un pobre rico es mal mirado por la sociedad. Si llega a tener será porque robó o en algo estuvo. Esta acusación es la de señalar la falta de movilidad social de millones de seres. Y aquí radica el mensaje final de esta inolvidable película y es que ser millonario es ser persona, vivir dignamente y no sólo tener dinero.

Esta galardonada película es proyectada en un momento de crisis económica internacional que deja ese sabor agridulce entre la esperanza y la desesperanza en la que vive la mayor parte de la humanidad.



La autora de la nota es escritora, periodista y crítica de cine


Número 457
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