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Periódico Judío Independiente
Las elecciones en los EE.UU. y sus consecuencias
SOMBRAS EN EL SOL

Por Alejandro Wenger, especial para Comunidades


Los comicios norteamericanos del pasado 4-11 fueron singulares por varios motivos. El senador Barack Obama se convirtió en el primer presidente negro de los EE.UU., y Joseph Biden en el primer vicepresidente católico. De haber ganado la fórmula republicana, John McCain habría sido el presidente electo para un primer período de mayor edad, y Sarah Palin en la primera vicepresidente mujer. Pero más allá de las singularidades anecdóticas, la próxima norteamericana deberá lidiar con una serie de problemas de tal magnitud que, de no solucionarse adecuadamente, podría traer como consecuencia el fin de la hegemonía mundial norteamericana.

Estos problemas se pueden dividir en tres grandes grupos: la agenda interna, la cuestión económica y la situación internacional. El primer grupo afecta sólo a los norteamericanos y tiene una proyección limitada sobre el resto del mundo (se trata básicamente de cuestiones sociales), pero los otros dos tienen implicancias globales.


La cuestión económica.


Hace una década, los economistas pronosticaban que, de seguir la tendencia, China desplazará a los EE.UU como primera economía mundial en algún momento a mediados del siglo XXI. Desde entonces, la economía china creció a un ritmo aún más alto, en tanto que la norteamericana se estancó. Los estadounidenses tienen muy presente esta proyección, y no les agrada: la riqueza no es sólo percibida como sinónimo de bienestar individual, sino también como expresión de poderío. Incluso en el momento más desfavorable de la Guerra Fría, en los años '70, los norteamericanos sabían que su economía seguía siendo muy superior a la de sus rivales soviéticos. Pero este hecho podría ocurrir, aún antes de lo previsto, implicando el desplazamiento de poder mundial más dramático desde el surgimiento del Imperio Británico, a comienzos del Siglo XVIII. Debido a la globalización, China se convertirá, eventualmente, en la primera nación no occidental en alcanzar la supremacía económica mundial.

Para evitar este proceso, los EE.UU. deberían revertir el déficit comercial y fiscal, que actualmente adquieren proporciones siderales. Si se busca además evitar la dependencia de las financiación extranjera, los norteamericanos deberían lograr altas tasas de ahorro interno, ya sea voluntario (por medio de depósitos bancarios), o compulsivo (por medio de impuestos). Pero es muy difícil aumentar los impuestos y fomentar el ahorro en medio de una colosal crisis financiera como la que está teniendo lugar en estos momentos: lo único que se lograría es una espiral recesiva, tal como quedó demostrado en la crisis de los años '30. Otra alternativa consiste en aumentar los aranceles de importación, pero una medida así redunda en la disminución del comercio internacional, alimentando otra vez la espiral recesiva . La salida, como puede verse, no es fácil.

De todas formas, Norteamérica sigue siendo la economía central más productiva del mundo; su infraestructura económica está intacta. "La economía norteamericana no es Wall Street, sino Sillicon Valley", decía hace poco un experto entrevistado por la cadena CNN. Hay quienes sostienen que la crisis financiera actual no es más que un reacomodamiento de las principales variables frente a las nuevas realidades, y que a la postre los EE.UU. emergerán de ella con un poderío extraordinario, tal como ocurrió después de la Gran Depresión.





La situación internacional.


La administración Clinton encontró frente a sí la coyuntura internacional más benévola en cien años. La URSS había desaparecido y no había enemigos importantes a la vista. Así que no fue necesario un gran esfuerzo para mantener las cosas ordenadas.

Pero todo cambió a partir del 11-09-01. El mundo que recibirá Barack Obama es un sitio mucho menos apacible que el que recibió George Bush.

A modo de introducción, los iraníes no esperaron ni siquiera el recuento de votos para encrespar las aguas. El mismo día de las elecciones, sus lacayos palestinos de Jihad Islámica dispararon 44 cohetes contra el sur de Israel, y los bombardeos árabes continuaron en los días subsiguientes. Un intento de secuestrar israelíes por medio de túneles excavados desde Gaza fue abortado a último momento, en tanto que los sirios concentraron tropas y tanques en las fronteras de su país con el Líbano e Israel. Pero eso no es todo.

Los norteamericanos, preocupados por la eventual desestabilización de Mahmud Abbas en la Margen Occidental, lo alertaron acerca de la cooptación por parte de elementos proiraníes del campo de "refugiados" palestinos de Ein El-Hilweh, próximo a Sidón, Líbano. Abbas, reaccionó reemplazando, en los primeros días de noviembre, al director palestino de los campamentos de refugiados, llamado Sultán Abu Al-Aynayn, por el general Kamal Midhat, hombre de su confianza, para luego descubrir que el propio Al-Aynayn había sido cooptado por los extremistas.

Mientras tanto, Barack Obama declaró que un Irán nuclear es "inaceptable" ¿Qué piensa hacer para evitarlo? Acordonar políticamente al régimen de los ayatollah. No está claro de qué manera una acción política puede ser tan eficaz como para causar efectos en 6 meses (el tiempo necesario para que Teherán tenga su primera bomba atómica), cuando hace años y años que viene fracasando.

El diálogo es el medio practicado -y declamado- por los demócratas de Obama para confrontar con las amenazas externas. Fue así como Rob Malli -un operador político de bajo perfil y muy allegado a Obama- intentó forzar, a mediados de octubre y en plena campaña electoral, la retirada israelí del Golán; el tratado, que debía firmarse luego del ya previsible triunfo de Obama, pero antes de que Olmert abandone el gobierno en Jerusalem, sería la carta de presentación del flamante presidente. Pero Malli, no obstante ser un proárabe manifiesto, terminó recibiendo un portazo en la cara: en Teherán -y en Damasco- consideran que son ellos, y no Washington, quienes fijan la agenda.





Conclusión.



El nuevo presidente norteamericano aparenta ser un pragmático que está más allá de las ideologías, así que las versiones que circulaban en la campaña acerca de su favoritismo pro-árabe no tienen asidero sólido. Pero dado que los demócratas históricamente han prestado atención más a las cuestiones domésticas que a las internacionales, existe el peligro de que termine delegando la función en sus asesores y en los think tanks de la izquierda de su partido. En ese caso, habrá problemas.

Se ha comparado a Barack Obama con Franklin D. Roosevelt, por asumir la presidencia en medio de una crisis financiera comparable a la de los años '30; también con John F. Kennedy, por su indiscutible carisma. Pero se ha olvidado la comparación con el presidente Jimmy Carter, que dirigió al país entre 1977 y 1981. Sin embargo, Obama parece inspirarse mucho en él a la hora de encarar las relaciones exteriores. Incluso ha recurrido a uno de los ministros del ex presidente, Zbigniew Brzezhinsky (un antiisraelí manifiesto), como asesor internacional.

Es de esperarse que el nuevo huésped de la Casa Blanca tenga una actitud más enérgica, audaz e inteligente que la del ex presidente Carter. Los EE.UU. aún hoy siguen pagando algunos de sus errores.



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