Finalmente, las expresiones atribuidas al presidente electo de la AMIA, Guillermo Borger, aparecidas durante el fin de semana en el Gran Diario Argentino, resultaron falsas. Miembros de la flamante Comisión Directiva, así como el propio Borger, la desmintieron en el 11 de junio de 2008. No lo hicieron antes por una razón más que obvia: era Shavuot.
Afortunadamente, no me sumé al coro de opinadores que se apelotonaron para criticar a Borger sobre la base de una versión periodística no confirmada. De haberlo hecho, me hubiera sentido tan ridículo como ellos, entre los cuales había fulgurantes estrellas del "establishment" comunitario. A veces, a los medios les gusta promover el debate; otras veces, prefieren fabricarlo. Borger debería saberlo. Sus detractores, también.
En cambio, el presidente electo no desmintió su intención de desvincular a la AMIA de la actividad política, tarea para la cual existe la DAIA desde hace décadas. Nadie parece haber reparado en este hecho, que pondría fin a la inconducente lucha que ambas entidades han mantenido durante ya demasiado tiempo.
Las palabras más que los hechos parecen preocupar a nuestros formadores de opinión. Las palabras, aquellas que Borger ni siquiera dijo. Los hechos: una comunidad que, tras décadas de ideas rectoras provenientes de la intelectualidad progresista, pluralista y bien-pensante, llegó a un estado de calamidad tan grande que su propia continuidad llegó a ponerse en duda.
Etiquetar a las personas es una práctica muy extendida como paso previo a su descrédito. He escuchado durante gran parte de mi vida que los judíos ortodoxos son retrógrados, ignorantes, cerrados, fanáticos, extremistas, sectaristas, reaccionarios y un largo etcétera. A menudo, he visto que sus críticos nunca habían tenido contacto con ellos. A menudo, he visto que sus críticos padecían algunos, o varios, de los defectos que señalaban en ellos.
De las 613 mitzvot que contiene la Halajá, yo tal vez cumpla con un par de docenas. Ojalá pueda cumplir con más. Ojalá mi descendencia cumpla con más. ¿Seré por ello un judío reformista, conservador u ortodoxo? .No lo sé. Me alegré al enterarme que las principales corrientes religiosas se habían unido para dirigir la AMIA. Por fin habría diálogo intra-religioso. Por fin los hermanos se sentarían en la misma mesa, dispuestos a defender sus ideas con pasión y energía, en la búsqueda del consenso hasta en los temas más difíciles. En kehilot de otras latitudes, las diferencias se resuelven. El judaísmo se vive de diversas formas, pero los judíos siguen siendo hermanos. ¿Por qué no habría de ocurrir lo mismo en nuestra kehilá?
La alegría duró poco. Aún antes que la nueva comisión empezara a funcionar, la maquinaria de dividir, de etiquetar, de difamar, ya había comenzado a funcionar. ¿Existirán intereses en que esta conducción fracase? No siempre es fácil entender que los tiempos han cambiado.
Cabe ahora una última pregunta: quien sigue la Torá (o cuanto menos, pretende hacerlo) ¿es un fanático? ¿Moshé era un fanático? ¿Los Macabeos eran fanáticos? ¿Rambam era fanático? De ser así, yo también quiero ser un fanático.
Ojalá tuviera méritos para ello.
Alejandro Wenger
Cap. Fed.
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