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¿Qué hacer con Irán?
Por Emilio J. Cárdenas.
Por Emilio J. Cárdenas-
Especial para Comunidades.

Desde que la exasperantemente lenta investigación de la verdad en el caso de la AMIA finalmente apuntó en dirección a Teherán, las cosas parecen no haber avanzado demasiado atento a que la oligarquía clerical que conduce a Irán, como cabía esperar, se niega a colaborar en modo alguno con la investigación a cargo de la justicia argentina. Por esto no es sorpresivo que en el acto del reciente aniversario del cobarde atentado, desde el podio y la calle se solicitara a nuestras autoridades la ruptura de relaciones con Irán.



Es posible que ese termine siendo, efectivamente, el fin del camino. Creo, no obstante, que -antes de que esto eventualmente suceda- hay asimismo otros pasos que la Argentina debe tomar para demostrar, a propios y ajenos, que nuestro país confiere la importancia que debe al reclamo de justicia de quienes fueron las víctimas directas del atentado y de sus familiares, que es ciertamente acompañado por la enorme mayoría del pueblo argentino. Esto supone salir de la declamación y pasar al plano de las conductas.



Veamos que cosas pueden (y deben) hacerse.



Primero: la Argentina debería (del mismo modo en que lo hace respecto de nuestro reclamo de soberanía) utilizar sus máximos esfuerzos en todos los foros internacionales para lograr que, en primer lugar la región, y luego la comunidad internacional la acompañen en su reclamo de cooperación efectiva por parte del régimen iraní.



Esto supone negociar activamente y obtener el respaldo de terceros países a la aprobación de declaraciones concretas y reiteradas exigiendo a Irán una colaboración real en la investigación judicial en curso.



Para un régimen despótico como el iraní -que exporta terrorismo no solo apoyando abiertamente a Hamas y Hezbollah, sino haciendo lo propio subrepticiamente con algunos otros movimientos fundamentalistas y que se niega a colaborar con la comunidad internacional cuando de su programa nuclear se trata- esto agregaría ciertamente una incomodidad más a su andar externo y podría volcar en su contra a algunos países que aún dudan acerca de la veracidad de las sospechas que flotan sobre la posibilidad de que Irán se transforme pronto en una peligrosa potencia nuclear. Pese a esto no se puede soñar -creo- con que Irán cooperará mansamente con una investigación sobre la cual muchos de sus líderes religiosos probablemente sospechan que existe peligrosidad real.



Segundo: dar pasos concretos para reducir progresivamente las relaciones diplomáticas bilaterales si nuestros reclamos no son satisfechos. Esto debe hacerse abiertamente, haciendo saber a la comunidad internacional cual es la razón que abona nuestras decisiones. Si simultáneamente se logra el apoyo de la comunidad internacional a nuestro reclamo, tal como hemos sugerido más arriba, la reacción que ante estos otros pasos cabe esperar por parte de Irán será presumiblemente por lo menos bastante menos sonora y nadie podría sostener que las medidas son sorpresivas o intempestivas.



El final de este camino es el de suspender las presencias diplomáticas en ambos países, delegando la defensa de nuestros intereses a manos de países amigos, como Brasil o Chile.



Ciertamente no Venezuela, que acaba de ser definido sorpresivamente por la inefable Senadora Kirchner en su reciente visita a España como nuestro “aliado estratégico” en la región. Ocurre que Venezuela es, a su vez, créase o no, un país que formalmente (esto es mediante acuerdos escritos y no mera retórica) es “aliado estratégico” de Irán.



En función de la profunda intimidad con Hugo Chávez, fruto de la amistad que los dos Kirchner profesan ante el mundo (como ambos demostraron voluntariamente ante el Parlamento y los empresarios españoles) tener con él, la Argentina debería poder pedir -públicamente- a Venezuela que interceda -formalmente- ante el régimen iraní para que éste colabore -sin retaceos- con la investigación en curso del caso AMIA. Conociendo a los personajes de los que depende que esto se materialice y atento a sus restricciones ideológicas, cabe ser escéptico y suponer que todo esto difícilmente ocurrirá.



Después de lo descrito -que demostraría voluntad política real y no solo retórica- dependiendo de las circunstancias, la ruptura de relaciones comienza a ser la opción.



Si el camino sugerido se recorre, recién entonces se habrá respetado el reclamo - aún insatisfecho- de justicia que emana de nuestra comunidad judía y de la sociedad toda.



Por el momento, lo cierto es que nuestras autoridades siguen actuando en el plano de la retórica, dando pasos que pueden aplaudirse pero que luego no son seguidos de otros que debieran naturalmente darse para así demostrar coherencia y continuidad en la acción y, más importante aún, que lo nuestro es bastante más que mero “humo político” o “medias tintas”, como algunos sospechan.



Ex representante permanente argentino ante la ONU




Número 422.
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