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Periódico Judío Independiente
EL DÍA DE LA LIBERACIÓN DE YERUSHALAIM
Por Rabino Yerahmiel Barylka
“Así dice el Señor de los ejércitos, el D-os de Israel: Otra vez hablarán esta palabra en la tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo restaure su bienestar: “El Señor te bendiga, morada de justicia, monte santo." Y morarán juntamente en ella Judá y todas sus ciudades, los labradores y los que van con los rebaños. Porque he de satisfacer al alma cansada y he de saciar a toda alma atribulada”. Irmiahu 31:23-24

De los años de la historia del último siglo, desde la creación del Estado de Israel hasta hoy, Yerushalaim estuvo dividida sólo 19 de sus 59 años.

Cuarenta años, hace que Yerushalaim, está unificada, aunque esa unión no se descubra.

Quizás la ciudad no tiene divisiones físicas entre sí, pero su unidad no se percibe. Israel domina toda la ciudad, pero no sus corazones. No llegó todavía a los de todos los judíos que residen en el país, que cuando en la capital hay terrorismo, muchos no la visitan, ni obviamente a los no judíos que la habitan.

La gobernamos, pero, no la incorporamos a nuestros espíritus.

No estamos en la Yerushalaim inferior en su totalidad, nos encontramos alejados de la Yerushalaim Superior, de su espíritu, de su historia.

Así que no es sorpresa que resulte difícil que los judíos que residen fuera de Israel, puedan identificarse con la fecha fijada después de la Guerra de los Seis Días para conmemorar la liberación de la ciudad. También a muchos jerosolimitanos, les resulta difícil hacer propia la alegría del día. Todavía no hay un festejo que se haya incorporado a la tradición. Como que no transcurrió tiempo suficiente.

Yerushalaim, de todas maneras, está presente en el tiempo judío mucho antes que se decidiera concederle el 28 de yiar para festejarla.

En el pasado fue la destrucción. En el presente, la fortaleza y la vida que palpitan en ella. Yerushalaim castigada por el terrorismo, con sus cafés explotados, con sus autobuses quemados, con sus residentes heridos y muertos bajo el terror, es Yerushalaim de hoy, de los últimos días. Yerushalaim, llena de vida, de templos y de universidades, de yeshivot y de museos, es Yerushalaim de hoy. Ciudad de contrastes. De dolores y de alegrías. De éxtasis y de depresión.

La idealización que se hizo con el tiempo y con la lejanía, se parece a los cuadros pintados por artistas que nunca la visitaron. Nada tienen que ver con la realidad. Aunque supieron representar la Yerushalaim de los corazones. Pero, los que niegan decir Halel y brindar por los Milagros, quedan fuera. También de la idealización de las pinturas infantiles. Y quizás, también en los márgenes del sidur, cuando leen oraciones dedicadas a la ciudad que no sienten propia.

Cuando ingreso a la ciudad, no puedo dejar de estremecerme. Y cuando paso frente a los restos de los jeeps y de los tanques que están en el camino a Latrún y que se ven desde la carretera, o cuando subo al lugar de homenaje a los soldados caídos en su defensa cerca del radar en la población en la que residimos, para evitar su caída y para levantar su sitio, vuelvo a aprender la lección de cómo festejar a la ciudad.

Los caminos de Sión ya no están de duelo, pero, la historia respira por cada rincón y nos remonta a otras épocas que no se perciben con el inicio de la Reconstrucción. El sol la ilumina y la pinta al igual que la nieve, pero, más la pinta los colores y sabores de su gente y de sus visitantes.

Cada vez que regreso por las callejuelas de la ciudad vieja o desde Yeshivat Hacotel puedo ver el Monte del Templo, resuenan los ecos del shofar del rav Shlomó Goren que anunciara la liberación, y la vista de la mezquitas que nos dice que Har Habait no está en nuestras manos.

Yerushalaim sin el recuerdo de su destrucción no existe. Sin el shofar del rav Goren está incompleta. Sin el mosaico formado por centenares de años de historia, está mutilada. Yerushalaim debe ser festejada todos los días. Debe ser gozada a cada instante. El 28 de yiar quizás nos desee recordar que no puede pasar un día sin que la tengamos con nosotros.

Sentarse junto al Cotel y leer Shir Hashirim en el atardecer del viernes, recorrer Mea Shearim durante el Cabalat Shabat de sus residentes, cuando las zemirot se confunden en una especie de competencia entre las familias para ver qué cantos llegan al cielo y contagian su alegría a los ángeles de la guardia, que no comen los manjares ni beben los néctares, y los gatos pelirrojos se cuelan por los techados para unirse en amor a la ciudad, permite superar las dificultades de la percepción secular de los días de semana. También en intramuros, cuando la mesa familiar está servida, o cuando salimos de los templos y se mezclan con los restos de nuestras oraciones las invocaciones a otros dioses que piden un trozo de la santidad de la ciudad para ellos. O, cuando vamos a oír la música de los conciertos o las conferencias en las universidades, o cuando hablamos con los seres como nosotros, recorriendo los puestos de Majané Yehudá buscando alimentos para santificar nuestras mesas. O en la excitación de los turistas, judíos y no judíos, cuya adrenalina hierve en sus cuerpos con su sólo contacto con el piso.

El día de la Unificación y de la Liberación de Yerushalaim, nos deben transportar hacia el pasado para que de él bebamos la savia para el futuro: “¡Qué hermosos son sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sión: Tu D-os reina! ¡Una voz! Tus centinelas alzan la voz, a una gritan de júbilo porque verán con sus propios ojos cuando el Señor restaure a Sión. Prorrumpan a una en gritos de júbilo, lugares desolados de Yerushalaim, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha redimido a Yerushalaim. El Señor ha desnudado su santo brazo a la vista de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro D-os.” (Ieshaiahu 52:7-9)

Número 415
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