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Periódico Judío Independiente
SOBRE HOMBRES Y MUJERES.....
“¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO ENTENDERNOS?”

Por LIC ADRIANA SEREBRENIK
"Los conflictos entre lo masculino y lo femenino no son una guerra entre varones y mujere,s sino un problema que tenemos en común."
Dr. Norberto Levy


"¿Quién las entiende? Dicen una cosa y hacen otra. Vos sabés cómo son las mujeres: inestables y demandantes". "Sale a pasear y siempre compra algo, cree que a uno le regalan el dinero, claro como no es ella la que trabaja". "La verdad no sé qué le pasa a mi señora, llora todo el día, debe ser que está por venirle la menstruación."

Tampoco ellos se salvan de ser calificados por nosotras. "Es inescrutable. Cuando le pregunto cómo se siente, prende la televisión y se pone a mirar fútbol." "Puede venirse el mundo abajo y él sigue leyendo el diario." "Mi marido cuando se reúne con sus amigos habla de negocios, ellos no son como nosotras que nos contamos nuestras intimidades y buscamos solucionar problemas afectivos. Los hombres son distintos... "

Y sí, la verdad es que es cierto. Hombres y mujeres somos dispares, ni mejores ni peores: diferentes. En esa distinción está la riqueza de la relación entre los géneros. Ninguno más poderoso que otro, ninguno más transparente que otro. Cada uno con sus potencialidades y dualidades: el yin y el yan, lo receptivo y lo decisivo y ambos son buenos en sí mismos.

Así lo expresa Lao-Tse en "El Tao " "Lo femenino permite, lo masculino causa. Lo femenino se entrega, luego acuerda y gana. El agua rompe la roca. El espíritu sobrepasa la fuerza. El débil desbarata al poderoso. Aprende a ver las cosas de atrás hacia adelante, de adentro hacia afuera, de arriba hacia abajo... "


LA BATALLA DE LOS SEXOS


Si bien los unos y las otras tenemos el genuino deseo de entendernos y entablar una relación intima, nos cuesta mucho alcanzarla. Pasamos gran parte de la vida buscando intimar y lamentablemente algunos matrimonios mueren sin haberla podido conseguir. El encuentro entre los géneros resulta tan complicado porque, somos socializados de distintos modos, y eso determina que la intimidad que anhelamos mantener con el sexo opuesto sea tan difícil de lograr.

Las mujeres somos formadas desde niñas con la expectativa de que la principal meta en la vida es cuidar de otros. En consecuencia nos estimulan a desplegar cualidades relacionadas con el afecto, la expresión de nuestras emociones y la empatía. Estos atributos nos preparan para los roles que cumpliremos en nuestras futuras familias: confortar, pacificar, facilitar, intermediar en los conflictos y amoldarnos a los intereses de los que amamos. Responder a las necesidades de otros nos brinda una sensación de gratificación porque ayudamos a desarrollarse y crecer a las personas que queremos. Sin embargo, si sólo pensamos en los demás y anulamos totalmente lo que nosotras precisamos, el precio que pagamos es tener que depender de otros, en particular de nuestros maridos. Si son sólo ellos los que tienen prestigio, poder económico, status y autoridad fuera del hogar, no desarrollamos aptitudes necesarias para manejarnos en el mundo exterior, nos amputamos y, dada esa razón, vivimos resentidas.

A diferencia de las mujeres, los hombres son educados para creer que el sentido de sí mismos se basa en el logro de éxitos en el mundo exterior, no en las relaciones íntimas y personales. Ellos se potencian con el hacer; nosotras, con el ser. Para lograr EL ÉXITO en el mundo del trabajo, nuestros compañeros se ven exigidos a reprimir las emociones y a aprender a dominar la pasión y la debilidad.

Lamentablemente, la adquisición de estas facultades suele tener como resultado que los hombres obturen grandes zonas de su propia sensibilidad, inhibiendo su capacidad de responder a las necesidades de los otros. Así como nosotras continuamos comportándonos maternalmente fuera del hogar y nos perjudicamos económicamente cuando no cobramos el dinero que merecemos por nuestro trabajo, a muchos hombres les resulta difícil discriminar que las conductas calculadas y controladas son eficaces en el mundo laboral pero sumamente estériles en el universo afectivo.


LENGUAJES DISTINTOS


La base esencial de las relaciones de pareja consiste en necesitarnos, pero hombres y mujeres lo encaramos de forma desigual. Ese es nuestro problema. La mayoría de las mujeres somos reticentes a reclamar lo que precisamos del compañero abiertamente, porque no nos sentimos con derecho a que nuestras necesidades sean satisfechas. Tenemos miedo de parecer egoístas, si le decimos concretamente qué precisamos de él. Por eso nos mostramos más desvalidas y dependientes de lo que realmente somos como formas de atraer y retener a nuestra pareja .

Tememos salir de esta posición dependiente porque estamos asustadas de trastornar la relación matrimonial y que nuestro varón nos perciba como agresivas. Como pensamos que no podemos negociar acuerdos desde una posición de fortaleza y autoconfianza, las mujeres desarrollamos métodos encubiertos e indirectos para comunicar lo que precisamos: lloramos, nos mostramos vulnerables; estamos a la defensiva; nos deprimimos, replegándonos; y, cuando todo lo demás falla, nos enfermamos.

El hombre confundido por esta comunicación indirecta recurre a catalogarnos de "emocionalmente inestables" o "manipuladoras". La verdad es que no están tan equivocados, pero hasta ahora es "la manera" que ideamos para contarles que no estamos satisfechas con ellos.

A su vez, nuestros compañeros también son renuentes a reconocer públicamente sus necesidades emocionales porque temen sentirse humillados o rechazados. Ellos están entrenados en reprimir los sentimientos para obtener éxito en el mundo de los negocios. Se exhiben y "se des-cubren a sí mismos", necesitando nuestras caricias y atenciones. Son débiles y poco viriles, entonces, callan esas ganas y las reprimen, pero eso no significa que no las precisen mucho, tanto como nosotras...


CORAZON ABIERTO


Pocos hombres han aprendido a pedir lo que quieren de sus mujeres porque dentro de la estructura tradicional de la familia han dado por sentado que la esposa se ocupará de satisfacer sus necesidades físicas y emocionales. Cuando estos cuidados se ven interrumpidos por la llegada de un hijo, o la reanudación de los estudios o el trabajo de la esposa, muchos maridos desarrollan sentimientos de abandono. Sienten que expresar sentimientos de soledad, tristeza, temor o desamparo socava el sentido que tienen de sí mismos como varones fuertes e independientes. En lugar de revelar cualquier anhelo que tengan, esperan que las mujeres de su vida interpreten lo que sienten. La mayoría del tiempo nosotras no logramos descifrar correctamente sus silencios, ostracismo y encierro. Ahí es donde se producen los desencuentros.



ENCONTRÁNDONOS


"¿Me acompañás al médico?" ¿Querés que te cuente por qué estoy preocupado?" "¿Me ayudás a lavar los platos?" "¿Querés venir conmigo a trabajar en el negocio?" "¿Cómo te fue hoy con los chicos, se portaron bien? ¿Qué necesitas de mí?

Compartir no competir. Si pudiéramos distribuir más equitativamente el poder, si pudiéramos dialogar más y exigir menos, si pudiéramos comunicarnos mejor en vez de descifrar códigos secretos de cada género, podríamos encontrarnos íntimamente.

Para recibir al espíritu divino y merecerse uno al otro, hay que animarse a des-cubrirse. Reestablecer la complementariedad y la armonía perdida. Permitirnos ser maleables. Procuremos desarrollar las potencialidades anestesiadas en los hombres como la receptividad y la expresión de las emociones y en las mujeres: la independencia y la autonomía. Ése es un camino de encuentro.

Un sedero posible es darse, respetarse sin explotarse, preocuparse para que la otra persona crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia y no para servirnos.

Animémonos a la intimidad, a dialogar desde el corazón, a pedir abiertamente qué necesitamos de nuestra pareja. A Dar sin renunciar por entero a nosotros mismos.

Aprendamos a negociar acuerdos. De esta manera, el encuentro entre el hombre y la mujer dejará de ser una batalla para convertirse en dos seres que se convierten en uno y, sin embargo, siguen siendo dos. Ni mejores ni peores, distintos...

Octubre de 2005
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