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Periódico Judío Independiente
El Futuro de Irán
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

Irán tiene un nuevo presidente, al que la prensa internacional considera un “duro”. Esto es preocupante, puesto que tal caracterización emana de un sector de opinión habitualmente incapacitado de ver al mal de frente. Si periodistas que vieron en Yasser Arafat un pacifista (por parlotear la palabra “paz” en inglés) y en Bashar Assad un pro-occidental sofisticado (¡por haber estudiado en Inglaterra y navegar en internet!) ven hoy en la figura de Mahmoud Ahmadinejad a un radical, entonces uno no puede menos que asumir que éste es, en realidad, un ultrafanático de aquellos. Aunque podríamos decir que si bien no dieron en el centro del blanco, esta vez los pontífices acertaron bastante en el objetivo.

Pero la prensa no merece tanto crédito. Ella no ha hecho más que aplicar su molde habitual de “moderados” y “extremistas” a toda situación que no alcanza a comprender del todo, y las elecciones iraníes han sido otro caso más. El otro candidato en la ronda final era Hashemi Rafsanjani, bajo cuyo gobierno como presidente de la República Islámica de Irán, la embajada de Israel y el edificio de la AMIA fueron explotados en la Argentina. Según los estándares de la prensa mundial, él era un “moderado”.

El balanceo entre “radicales” y “moderados” en la arena iraní es meramente superfluo. Habrá un nuevo presidente, pero el régimen teocrático permanecería en cualquier caso; como lo haría el patrocinio del terrorismo, la exportación de ideología islamista, el programa nuclear, los esfuerzos por desestabilizar Irak, la represión interna y demás ítems del menú totalitario iraní. Tal como indicara el experto norteamericano en temas iraníes Michael Ledeen, “Esta no es una pelea sobre el futuro del país; es una lucha de poder dentro de la elite tiránica”.

El ascenso de Ahmadinejad marca el copamiento total de la estructura del estado por parte de los islamistas conservadores. El ejército, el sistema judicial y la burocracia religiosa ya estaban en sus manos; luego ganaron en las elecciones municipales dos años atrás y las elecciones parlamentarias este año; y su actual victoria en las elecciones nacionales es la piece de la resístanse a la coronación conservadora en el trono del gobierno iraní. Según la analista israelí Ayelet Savyon, “los conservadores ahora tienen un control total de los centros de poder en todos los niveles; ya no quedan reformistas en ningún puesto”.

Mahmoud Ahmadinejad es un hijo predilecto de la revolución Khomeinista que tomó el poder en Irán en 1979. Estuvo involucrado en el planeamiento (y conforme a varios testigos, también en la ejecución) de la toma de la embajada estadounidense en Teherán a fines de los setenta, en la que ciudadanos norteamericanos fueron retenidos por 444 días. Asistió al programa cultural islámico del nuevo régimen durante el cual universidades fueron clausuradas y estudiantes y profesores disidentes arrestados y asesinados. Con el estallido de la guerra con Irak en los años ochenta, Ahmadinejad se unió a los luchadores iraníes en el frente occidental. Fue un interrogador en la temida prisión Evin, miembro de la Brigada Especial de las Guardias Revolucionarias, y oficial de la Fuerza Jerusalém; unidad responsable de apoyar al terrorismo palestino así como de efectuar asesinatos y atentados en el extranjero. La inteligencia austriaca lo ha identificado como miembro de un comando que asesinó a tres disidentes kurdos en Viena en 1989. Durante la década del noventa, Ahmadinejad fue uno de los organizadores de un grupo de vigilantes cuya tarea era quebrar manifestaciones pacíficas. En abril de 2003 fue designado alcalde de Teherán...y ahora presidente del país. Al poco tiempo de obtener la presidencia, prometió que “la ola de la revolución islámica pronto llegará a todo el mundo”.

Esto no luce bien, pero hay espacio para buenas noticias. Los rayos de sol en el horizonte ennegrecido por la victoria de Ahmadinejad los podemos vislumbrar en el simple hecho que el pueblo iraní no lo eligió como presidente de la república. Por supuesto que hubo elecciones, y por supuesto que fueron fraudulentas.

Considere la evidencia: Todos los candidatos presidenciales fueron designados por el líder supremo Alí Khameini. A unos mil candidatos reformistas no se les permitió participar en las elecciones, como tampoco a las mujeres. Al contrario de la desinformación que el régimen iraní diseminó, la participación electoral fue muy baja. Tal es así que los clérigos que gobiernan el país decidieron poner al aire imágenes de ciudadanos haciendo fila para votar, a modo de inducir al resto de la población elegible a hacer otro tanto. El único problema fue que la filmación pertenecía a elecciones de antaño; una mujer llamó a la radio de Teherán para contar que ella estaba en su casa viendo televisión cuando se vio votando “en vivo y en directo”. Presionado por los desarrollos, el régimen adoptó medidas para resolver el problema de la participación popular, que era vista como una muestra de desaprobación (hasta tal punto que, según informó The Economist, las elecciones han generado menos entusiasmo que el esfuerzo del equipo nacional de fútbol por alcanzar las finales de la Copa Mundial 2006). Primero postergó la hora de cierre para votar en varias horas. Luego miembros de la Guardia Revolucionaria y la fuerza paramilitar religiosa juntaron a seguidores, empleados estatales y estudiantes y los llevaron a las estaciones de votación. La noche del sufragio, el gobierno anunció que probablemente habría tres finalistas: Rafsanjani, Moin y Qalibaj. A las 7am del día siguiente, un vocero del Consejo Guardián (que no se supone que esté involucrado en el cuenteo de votos) afirmó que el alcalde de Teherán estaba en primer lugar. Ahmadinejad saltó de un éxito inicial de menos de 6 millones de votos a más de 17 millones en la segunda ronda; un cambio sorprendente según estándares normales de votación. Esta cifra, a su vez, excedió considerablemente los votos de todo el campo conservador, estimado en algo más de 11 millones. Cálculos extraoficiales sugieren que solo siete millones de personas votaron normalmente, cinco millones fueron inducidos a hacerlo, en tanto que alrededor de 17 millones de votos fueron considerados fraudulentos.

Es decir que Ahmadinejad no representa la expresión de la voluntad del pueblo, sino la expresión de la voluntad de los mullahs. Lo cual es bueno, pues supone la existencia de un enorme conjunto de gente insatisfecha con el gobierno iraní. Adecuadamente estimulada, podría convertirse en un factor moderador del establishment clerical, ó, mejor aún, en un potencial agente de transformación de la realidad política de Irán.

Julio de 2005
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