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Periódico Judío Independiente
Las raíces judeofóbicas del pensador socialista
LA IDENTIDAD “JUDIA” DE KARL MARX (última parte)

Por Susana Grinberg
Marx demuestra una curiosa ignorancia, infrecuente en su producción científica. Desconoce la paupérrima y numerosa judería del Imperio Zarista, cuya abrumadora mayoría estaba compuesta por desocupados y artesanos en proceso de proletarización, no por burgueses, cuyo movimiento sindical 30 años más joven que el propiamente ruso comienza en 1964 con el gremio de los obreros textiles judíos en Mohilev.

Parece ser que Marx ignoraba la situación real de opresión social, política y económica de los judíos de Alemania y Francia, algo menos oprobiosa que los judíos de la Europa Oriental y Rusia; tampoco sabía acerca de la privación de los derechos y libertades cívicas en Prusia y otros lugares y desconocía la existencia de una considerable miseria entre los judíos franceses además del hecho incuestionable de que la gran mayoría y el sector más poderoso de la burguesía europea no era judía y que no todos los judíos eran burgueses o pequeños burgueses. La falsa hipótesis de que todos los judíos son comerciantes, contrastaba con la existencia de numerosos contingentes de proletarios y artesanos (sin hablar de los "luftmenschen" o sin ocupación fija; literalmente: "los que viven del aire", que eran legión). Había un porcentaje notorio de judíos dedicados a tareas de pequeño comercio pero ello se debía a razones históricas y no por una supuesta naturaleza judía.

El año siguiente a la publicación de "Zur Judenfrage", al redactar los "Manuscritos Económico-Filosóficos" de 1844, Marx abandona el concepto de dinero por el de capital y traslada la imagen negativa del judío al capitalista sin modificar su apreciación sobre el judaísmo. Sus palabras nos recuerdan a Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, una mentira repetida con insistencia se transformará en una verdad.

Hoy, el antijudaísmo ligado al catolicismo fundamentalista está en retroceso. La tradición judeofóbica de la izquierda europea, que pasa por el estalinismo, pero también por la extrema izquierda, remite al antisemitismo marxista, original y prístino que estaba ya en Marx y en la I Internacional. Los hombres de izquierda, al configurar un mundo de estereotipos muy monolíticos, cumplen con la palabra de Marx, aún sin haberlo leído.

Aunque no haya un clima antijudío en la calle, sí lo hay de una manera difusa en la izquierda y en los medios de comunicación. Se disimula el hecho de la nueva judeofobia (su rechazo al judío puede ser comparado al nazismo) y nada se escribe acerca de lo que ocurre en los países árabes donde la figura de Hitler y de su eficacia es exaltada a diario. Esta información no llega a la gente no porque lo oculten los árabes ya sean terroristas, fanáticos o moderados, sino porque la censura occidental, tan eficaz como la de los países totalitarios, suprime todo lo concerniente al pronazismo antijudío de los países árabes. Sería del orden de la ilusión pretender que en la prensa, en las entrevistas por televisión, en la radio, se dijera, aunque sólo fuera un 10%, lo que los medios árabes dicen sobre Hitler y la solución final; en tal caso, muchos propalestinos, proárabes y tercermundistas, quedarían al descubierto con la salvedad de que sólo unos pocos tendrían problemas de conciencia pues la mayoría vería reflejado su profundo antijudaísmo, del cual Marx, incluso Bakunin y muchos otros, fueron ilustres ejemplos. La judeofobia puede expresarse hoy libremente en nombre del antisionismo progresista por el que matarían a los judíos tan solo por ser judíos.

S. Freud hace referencia al parecido que existe entre la religión y la doctrina marxista pues, esta última, para sostener con exclusividad su concepción del Universo (con un siniestro parecido con aquello mismo que combate) fue creando una prohibición de pensar tan implacable como la de la religión en su tiempo. Si la ilusión positivista del marxismo era restituir la bondad inherente a la naturaleza humana, perdida por haber sido corrompida por la existencia de la propiedad privada y por las desigualdades sociales ¿cómo es posible que en el nombre de tan bellos ideales se sigan cometiendo tantos crímenes? Para que tal ferocidad se desencadene, para que la masa actúe como la horda primitiva, algo vino dado desde el discurso de Marx. Insisto que el rechazo al origen, el odio hacia lo judío y hacia el judío, el rechazo al propio nombre, dan cuenta de su paranoia que lo lleva a responsabilizar a los judíos del mayor mal que se le pudo hacer a la humanidad: imponer su dios, el dinero y transformarlo todo en una mercancía.

Marx se preguntaba en este artículo: “¿Cuál era, de por sí, el fundamento de la religión judía?” Y se respondía: “La necesidad práctica, el egoísmo.” Para insistir con que “El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro Dios”. “El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal. La letra de cambio es el Dios real del judío”.

Es obvio que Marx desconoce la importancia del aporte de la religión judía a la humanidad que consiste esencialmente en su monoteísmo ético e inventa la cuestión del dinero como único Dios del pueblo judío. En realidad, podríamos pensar que el dinero fue el Dios de Marx, a tal punto que toda su teoría se sostiene en la importancia del dinero en las relaciones humanas.

Pero Marx va más lejos en sus afirmaciones: “Lo que de un modo abstracto se halla implícito en la religión judía, el desprecio de la teoría, del arte, de la historia y del hombre, como fin en sí, es el punto de vista consciente real, la virtud del hombre de dinero. Los mismos nexos de la especie, las relaciones entre el hombre y mujer, etc., se convierten en objeto de comercio. La mujer es negociada”.

En el penúltimo párrafo dice: “Tan pronto logre la sociedad acabar con la esencia empírica del judaísmo, con la usura y con sus premisas, será imposible el judío, porque su conciencia carecerá ya de objeto...” Y termina con que “La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad del judaísmo”.

La paranoia de Marx, ese odio de sí, transmuta en odio hacia los judíos y lo conduce a ignorar el aporte judío, esencial para el desarrollo de la ciencia. J. Lacan lo enuncia de esta manera en “La ética del psicoanálisis”: “la ciencia moderna - hablo de la ciencia de Galileo - sólo ha podido desarrollarse, sólo ha podido concebirse a partir de la ideología bíblica y judaica a la cual debía sentirse más próxima que de la filosofía antigua, de la perspectiva aristotélica”.

Por otra parte, quiero destacar el hecho de que en el texto bíblico, Dios crea con palabras, con su decir y afirma que lo creado era bueno. Sin embargo, la creación del hombre es la única de la cual Dios no dijo “Y era bueno”. Los creó. Pero no sólo los creó sino que les dio el libre albedrío, la libertad de elegir. Pero esta libertad, entre otras la de decir, no será nunca sin consecuencias. Cada uno es responsable de su decir porque decir es hacer y a las palabras no se las lleva el viento.

Para concluir, quiero enunciar dos cuestiones:

1) los judíos que crearon Israel fueron en su mayoría socialistas por considerar que las ideas socialistas eran una apuesta a un mundo mejor. 2) El pensamiento judío es materialista en el sentido en que pone el cuerpo (la materia) en su lugar, en que la vida es en la tierra y que la era mesiánica no será en ningún más allá. Es en la tierra, en un “paraíso terrenal” a crear, donde se cumplirán las profecías de Isaías:


De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.



La coincidencia de los ideales marxistas con el ideal judío de un mundo mejor no es casual sólo que Marx, no lo sabía. Su inconsciente, sí.

Susana Grimberg. (Psicoanalista y escritora).

Julio de 2005
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