Comunidades


Periódico Judío Independiente
En el 57º del estado de Israel
DE PIE EN CONFRATERNIDAD

Por Gustavo Daniel Perednik
Si las personas que se dedican a la educación debieran mencionar las diez obras más clásicamente representativas del pensar pedagógico, seguramente surgiría un libro que aunque debe competir con obras mucho más modernas, académicas y sofisticadas, sigue concitando una sorprendente predilección. Un cuarto de milenio transcurrió desde que Jean Jacques Rousseau lo escribiera, y su Emilio sigue siendo una fuente constante de inspiración.

Nacido de una pluma nada convencional, despierta admiración en Emilio su tono vanguardista: el del pedagogo que se centra en el niño, seguro de que la sociedad debe corregirse por medio de moldear mejores individuos; junto a ello, se deduce del texto que toda educación que se precie de tal debe formar el carácter del educando, no sólo su inteligencia.

El Emilio no está a la vanguardia solamente del pensamiento educacional, sino también de una faceta del sionismo.

Es cierto que la creación del Estado de Israel ha cumplido con las expectativas racionales de cuantos lo soñaron. Ha redimido refugiados, desecado pantanos, recuperado la patria expoliada, construido universidades para el pueblo del libro, revitalizado nuestra tradición y difundido como nunca antes la cultura judía; ha sabido defender al vulnerable judío por primera vez en dos milenios; ha convertido un yermo en un mar de árboles; ha recuperado y reconstruido la Ciudad de David; ha llevado la agricultura a horizontes insospechados, lanzado satélites, llevado la mejor medicina a todos los estratos, construido teatros y centros de cómputos, el kibutz y el Keren Kayemet, ieshivot e institutos deportivos.

Todo lo ha hecho, y mucho más, bajo el terror y el Scud, la Intifada y la calumnia. Por todo eso Israel es un país único, y así podría admitirlo toda persona bienintencionada, de cualquier raza y religión.

Pero hay más, para lo que cabe citar del Emilio. El cuarto de los cinco libros en los que se divide la obra nos muestra a un Emilio de dieciocho años de edad, a quien su maestro debe enseñarle, en plena juventud formativa, también religión y filosofía. Con ese objeto, Rousseau trae la profesión de fe de un vicario saboyano, quien así se expide sobre los judíos:

Los desdichados están a nuestra merced; la tiranía que se ejerce contra ellos los atemoriza. Como saben cuán fácil le es a la caridad cristiana la crueldad y la injusticia, ¿cómo se han de atrever a quejarse? ¿Acaso en países donde se viesen seguros sería tan fácil arrollarlos? Nunca creeré que los judíos han expresado todas sus opiniones, mientras no tengan un Estado libre, escuelas y universidades donde puedan hablar y disputar sin peligro. Sólo entonces sabremos qué tienen para alegar.




NUESTRA KOMEMIUT DE CADA DÍA


Si tuviera que sintetizar lo que Iom Haatzmaut nos ha dado, diría lo de Rousseau: hemos empezado a decir al mundo lo que somos, sin temor; hemos aprendido a asumirnos sin pedir disculpas; hemos alimentado nuestra libertad de judíos. Hemos forjado lo que en hebreo se llama el comienzo de nuestra Komemiut.

No traigo ese adverbio bíblico al azar. Su significado es perfecto: "de modo altivo, orgullosamente, de pie". Es frecuente en nuestra liturgia: una vez en la bendición diaria antes del Shemá Israel, cuando declaramos: "Vetolijenu komemiut leartzenu - Y nos llevarás erguidos a nuestra tierra". Otra en la bendición que se recita después de cada comida, en el centro de las oraciones de conclusión: "Hu iolijenu komemiut leartzenu - El nos llevará...".

Esta Komemiut nuestra no sólo prueba de por sí el vínculo milenario de los judíos con la tierra de Israel, sino también la obstinada añoranza que nos devolvió milagrosamente a este lugar después de una pequeña interrupción de veinte siglos. Como lo expresara el Premio Nobel de Física León Lederman: “hay algo pavoroso en el retorno del pueblo de Israel a la Tierra de Israel después de dos mil años…”

No sorprenda pues que Ben Gurión haya preferido llamar a Iom Haatzmaut "Iom Hakomemiut", el día de nuestro estar de pie. La reminiscencia bíblica pondría a la festividad a la altura de Pésaj y de Januca, las otras dos celebraciones de independencia judía.

Quienes rechazaron esa propuesta de Ben Gurión, supusieron que no cabía darle un "nombre religioso” a una fiesta moderna, y saltearon así el hecho de que es una columna de cuatro mil años (y no sólo el siglo del Iluminismo) la que justifica nuestra independencia en esta tierra.

La misma estrechez de criterio impidió que se entendiera a Menajem Beguin cuando quiso unificar la conmemoración de Iom Haatzmaut con la de Tishá Beav, o a Jaim Najman Bialik cuando sugirió que el Salmo 126, Shir Hamaalot, se transformara en el himno nacional de Israel. En cada acto repetiríamos las palabras del rey David: "Cuando nos haces retornar a Sión, nos parece un sueño..."

Es la misma limitación que empujó a quienes estaban dispuestos a solucionar la debilidad judía en Birobidzhan, Kimberley, Uganda, Galveston, Nueva Caledonia, u otros treinta inverosímiles lugares que competían para atraer a un pueblo destinado a Sión desde los albores. La misma pequeñez de quienes, cuando se debatió en la Knéset el primer Iom Haatzmaut, propusieron que se celebrara el 14 de mayo (y no de acuerdo con la fecha hebrea). Por suerte, esa moción fue rechazada por la gran mayoría, que entendió que el momento trascendía toda modernidad: celebramos un milagro más en la cadena milenaria.

En pleno siglo del Despotismo Ilustrado, mientras aparecían uno a uno los volúmenes de la primera Enciclopedia e irrumpía el materialismo en la filosofía, en aquella era volcánica como pocas, Rousseau dio en la tecla y le enseñó a Emilio (y a sus coetáneos) que hay mucho que esperar de los humillados judíos... cuando sean libres en su Estado.

Por eso, aunque Komemiut no haya sido el vocablo oficialmente aceptado, es el que refleja este día mejor que ninguno, y es el que fue aceptado para definir la Guerra de la Independencia, Miljémet Hakomemiut. Gracias a ésta, podemos ponernos de pie en hermandad con todos los pueblos del mundo, y decirles, ya sin miedos, quiénes somos. Jag Saméaj.

Abril de 2005
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