Comunidades


Periódico Judío Independiente
Un Papa Excepcional
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

De toda la profusa y conmovedora manifestación de congoja universal por la partida de Juan Pablo II, y de todo el consiguiente tributo laudatorio que colmó las páginas de los periódicos, las ondas radiales, los sitios de internet y las pantallas de televisión internacionales, el réquiem más inesperado lo encontré en las declaraciones provenientes de sectores progresistas que aplaudieron la trayectoria del difunto Papa muy a pesar de su conservadurismo doctrinario y férrea defensa de valores y principios ortodoxos anatema para el progresismo, tales como su oposición al comunismo, al homosexualismo, a las relaciones sexuales premaritales, al uso del preservativo como método preventivo del SIDA, al aborto, al sacerdocio femenino, y al divorcio, entre otros. Así advertimos el impacto espiritual que el último Papa ha ejercido sobre el corazón de los hombres.

Cualquiera sea el caso, lo cierto es que Juan Pablo II ha sido un Papa excepcional: excepcionalmente bueno para los judíos y en esto una notable excepción en la historia vaticana. A contrapelo de las enseñanzas del odio y del desprecio al judío que emanaron de los púlpitos eclesiásticos y fueron propagados desde sus campanarios, más marcadamente durante el medioevo, Juan Pablo II en 1992 proclamó que el antisemitismo era un pecado contra D´s y contra el hombre. En contraste con la política vaticana durante la Segunda Guerra Mundial -que en plena Shoa pidió a EE.UU. que impidiera el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina- Juan Pablo II estableció relaciones diplomáticas entre el Vaticano y el Estado de Israel a fines de 1993, visitó Jerusalém, rindió homenaje en Yad Vashem, e institucionalizó la ceremonia de recordación del Holocausto en el Vaticano.

Juan Pablo II fue un pionero en el acercamiento católico al pueblo judío. Fue el primer Santo Pontífice en viajar a Auschwitz, el primer Papa en visitar una sinagoga en la historia de la Iglesia Católica, y el primero en referirse a los judíos como los “hermanos mayores”. Abrazó el espíritu de la declaración Nostra Aetate con genuina devoción y pronunció sendos pedidos de disculpas al pueblo judío por los horrores inflingidos durante siglos de judeofobia clerical. El hecho de que estas disculpas fueran efectuadas en nombre de “los hijos e hijas de la Iglesia”, eludiendo de esta forma responsabilidad institucional por los pecados históricos de los Papados, despertó un escepticismo entendible en las comunidades judías las que no obstante no dejaron de recibir con agrado mesurado el gesto vaticano.

Su afecto personal hacia los judíos puede verse en la cita en su testamento del Gran Rabino de Roma. Su respeto religioso hacia los judíos puede apreciarse en un hecho de su historia personal. Al finalizar la guerra, siendo él un joven cura, aconsejó a una mujer católica en Polonia la búsqueda de los padres del niño judío que éstos habían dejado en sus manos para salvarle la vida, en lugar de proceder con el bautismo y conversión del niño al catolicismo. Esto ocurrió al mismo tiempo en que el Papa Pío XII –notorio por su pecaminoso silencio frente al genocidio judío durante la Shoa- dio órdenes en Francia de mantener a los niños judíos -bautizados o no- que se encontraban en los conventos y monasterios y no facilitar su reunión con familiares. Semanas atrás recobró ímpetu el proceso de beatificación de Pío XII, proceso que, según algunas fuentes judías relacionadas con el diálogo interreligioso, Juan Pablo II ayudó a demorar.

Este récord convierte por lejos a Juan Pablo II en el Papa más amigable que el pueblo judío haya alguna vez tenido en más de mil quinientos años de historia católica. Pero no todo podía ser tan perfecto, y la diplomacia vaticana hacia el Medio Oriente atinadamente ilustra tal imperfección.

Juan Pablo II recibió diez veces a Yasser Arafat desde 1982, época en la que era aún legendario por sus credenciales terroristas. Cuando el famoso palestino murió, el representante papal Joaquín Navarro Valls rezó por la paz “del difunto ilustre”. Juan Pablo II se opuso a la barrera de seguridad israelí conforme a la noción de que “la Tierra Santa no necesita murallas, sino puentes”. Bajo la capitanía de este Papa, el Vaticano fue un fuerte crítico de la intervención estadounidense en Irak. En esos tensos momentos mundiales de la preguerra, Juan Pablo II personalmente bendijo al canciller iraquí Tariq Azíz, al poner sus manos sobre la cabeza de éste y decir “D´s bendiga a Irak”. Finalizada la guerra, y con Sadam Hussein apresado, el cardenal vaticano Renato Martino expresó indignación por el aspecto despeinado y piojoso del derrocado líder iraquí; una indignación aparentemente ausente respecto del trato opresor que Sadam dio a su propio pueblo. Por lo cuál, y tal como acotara el reconocido comentarista y religioso Shmuley Boteach, “El resultado de tan desubicado afecto es que en tanto él abandona este mundo ampliamente amado y admirado, deja detrás de sí un planeta en donde son soldados norteamericanos, luchando y muriendo por la democracia, quienes más están haciendo por crear el Paraíso en la Tierra que los prelados y pastores de Juan Pablo”.

Naturalmente, desavenencias políticas no pueden, ni deberían, ensombrecer la trayectoria formidablemente filojudía de Juan Pablo II. Su partida no puede sino evocar los sentimientos más nobles hacia su persona y la empatía más sincera con la grey católica en estos momentos de duelo espiritual.

El Vaticano ingresa en una nueva etapa, y también lo hacen las relaciones judeo-católicas. La Iglesia Católica –que representa a más de mil millones de devotos que equivalen al 50% de los cristianos y el 17% de la población mundial- enfrenta desafíos globales importantes: desde la pérdida de influencia y número en Europa hasta la competencia religiosa de otras sectas en Latinoamérica, desde los dilemas que presentan los avances científicos en el campo de la clonación y otros hasta el auge del Islam militante. Habiendo Juan Pablo II dedicado tanta energía y atención a la construcción del diálogo con los judíos, no sería descabellado suponer que el nuevo Papa orientará mayores esfuerzos hacia el mundo islámico, especialmente en tiempos en los que el Islam fundamentalista y el Cristianismo parecen estar reencontrándose en el campo de la confrontación.

Mirando hacia el pasado, vemos en Juan Pablo II un Papa excepcional. Al mirar hacia el futuro, no nos queda mas que esperar que no vaya a ser ese el caso por siempre.

Abril de 2005
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