Comunidades


Periódico Judío Independiente
La Amenaza Innombrable
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

Durante un debate sobre el Medio Oriente en el que participé poco tiempo atrás en la Universidad Torcuato Di Tella junto a un rabino y dos interlocutores de la comunidad islámica argentina, uno de ellos preguntó retóricamente: “¿Por qué se habla de terrorismo islámico cuando musulmanes cometen atentados mientras que no se habla de terrorismo judío cuando Sharon construye el muro?” Mi respuesta consistió en señalar simplemente que el premier israelí no invoca a Quien Reina en las Alturas al edificar el mal llamado muro, en tanto que los musulmanes fanáticos que masacran a civiles en todo el orbe lo hacen en nombre de Allah y el Islam. Habiendo inyectado los mismos terroristas la dosis religiosa en su batalla política contra occidente, me parecía entonces extraño que luego hubiera sorpresa cuando las palabras “Islam” y “terrorismo” quedaran vinculadas.

Más que de lenguaje, éste es un tema de concepto. Lejos de ocultar un prejuicio, el término “terrorismo islámico” es una correcta descripción de una realidad innegable. Después de todo, la totalidad del terrorismo mortal desde el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos ha sido efectuado por fundamentalistas islámicos que atentaron en nombre de Allah contra el hotel Marriot y la embajada australiana en Indonesia, contra una estación de trenes en Madrid, contra tropas estadounidenses y extranjeras en Iraq, así como contra periodistas, oficiales de la ONU y activistas humanitarios en el mismo país, contra niños escolares y aviones en Rusia, contra pizzerías y autobuses en Israel, contra sinagogas y consulados en Turquía, contra turistas en Kenya y Ryhad, contra soldados franceses en Pakistán e indios en Cachemira, entre otros varios casos más.

La sorpresa, en todo caso, la encontramos al advertir lo poco que el término es usado en los medios masivos de comunicación a la luz de la repetitividad y virulencia de tales ataques cuyo común denominador es el Islamismo. Recuerdo que al leer los primeros informes periodísticos en el diario La Nación sobre la reciente y trágica toma de rehenes en la escuela de Beslan por parte de separatistas chechenos musulmanes no lograba identificar claramente la identidad de los terroristas dado que éstos casi no hacían mención al involucramiento musulmán. La Nación no es más que parte de una gran tendencia global. El analista norteamericano Daniel Pipes encontró cerca de veinte eufemismos diferentes para evitar la palabra “terrorista” -menos aún “musulmán”- en los reportes de prensa internacionales respecto de la identidad de quienes tomaron a miles de niños como rehenes y mataron a cientos de ellos en la citada escuela de Rusia semanas atrás. Algunos de los términos empleados: Asaltantes. Atacantes. Captores. Comandos. Criminales. Extremistas. Luchadores. Guerrilleros. Hombres armados. Tomadores de rehenes. Insurgentes. Secuestradores. Militantes. Perpetradores. Radicales. Rebeldes. Separatistas. Y una genial contribución del Pakistan Times: Activistas. Tal como este analista observara, los periodistas han debido hurgar largo y tendido en sus diccionarios de sinónimos y homónimos para ingeniárselas en evitar pronunciar al actor innombrable: terrorismo islámico.

Para ser justos con la prensa internacional, recordemos que al propio pueblo norteamericano le tomó casi tres años utilizar las palabras “terrorismo islámico” para definir el enemigo que enfrenta. Fue muy poco tiempo atrás cuando la comisión investigadora de la gestión de la comunidad de inteligencia estadounidense pre-9/11 concluyó que Norteamérica no estaba enrolada en una genérica y vagamente descripta “Lucha contra el Terror” sino específicamente contra el “Terrorismo Islámico”.

Y repitámoslo: no hay nada de prejuicioso o discriminatorio en el uso del término. Si judíos, cristianos y musulmanes estuvieran llevando a cabo actos de terror en todo el planeta tierra, y la prensa eligiera destacar la identidad religiosa de un grupo de ellos solamente al describir los atentados, eso sería discriminatorio. Pero como la identidad de los terroristas en la inmensa -sino exclusiva- mayoría de los casos de terror contemporáneo es musulmana, y como éstos lo declaran orgullosamente y dicen actuar bajo mandato de Allah y en nombre del Islam, y lo hacen de manera tan reiterativa como atroz, entonces es tan lógico como inevitable que ambas palabras queden asociadas. No ligarlas sería un engaño.

Mi impresión es que uno de los causantes de esta actitud yace en la prudencia. Una prudencia entendible en no etiquetar a la totalidad del Islam como una religión de terror. En no caer en el simplismo de difamar a una civilización de catorce siglos de vida y más de mil millones de devotos que residen en más de cincuenta países musulmanes. El problema es que se ha estirado esta actitud al extremo tal que en aras de no condenar injustamente a todo el Islam, se termina exonerando a su fundamentalismo interno también. La noble prudencia se desfigura así en falsa piedad que deriva en obtusa negación y apaciguamiento peligroso.

La mayoría silenciosa de musulmanes moderados que encuentra ofensivo el uso del término “terrorismo islámico” debería hablar y denunciar inequívocamente a sus fanáticos y así persuadir al mundo occidental de la validez del eslogan que acuñara el Dr. Pipes: El Islam fundamentalista es el problema, y el Islam moderado la solución.

Octubre de 2004
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