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Periódico Judío Independiente
Estados Unidos, Israel y sus críticos
Por Julián Schvindlerman
N. de R.: Este artículo, concebido a modo de respuesta a una diatriba antiisraelí y antiestadounidense de Mario Vargas Llosa, fue originalmente enviado a La Nación, diario que no aceptó la publicación del mismo.

En el plano intelectual, en lo concerniente al caótico Medio Oriente existen dos mundos paralelos enteramente diferentes: el mundo de la complejidad, de los hechos factuales, y de la razón; y el mundo en el que habitan la superficialidad, la distorsión, y la confusión. Estos mundos giran en órbitas apartadas y han dado lugar a visiones distintas, irreductiblemente separadas por la distancia definitiva que existe entre la realidad objetiva y el mito ideado.

En una nota recientemente publicada por La Nación, (“Más destructivo que las bombas”, 5 de junio de 2004) Mario Vargas Llosa parece efectuar un recorrido por ambos mundos, tomando con justicia parámetros del primero e incursionando imprudentemente en el segundo. Ejemplo de lo primero es el rescate que él realiza de la naturaleza democrática de Estados Unidos e Israel, de la valoración de la autocrítica nacional presente en ambos pueblos, y del reconocimiento a los objetivos nobles por ambas naciones perseguidos: la democratización de Oriente Medio, para Norteamérica, la propia supervivencia, sin ir más lejos, para el Estado de Israel. Ejemplo de lo segundo es la vinculación de la situación iraquí con la arena palestino-israelí, la comparación del presidente de Norteamérica con Saddam Hussein y del premier israelí con los líderes del fundamentalismo islámico palestino, y la sanción moral del proyecto estadounidense en Iraq y de toda la empresa sionista, devenida, según el autor, en la peor vergüenza.

Daría la impresión de que el prestigioso escritor peruano ha caído presa de la realidad de la desinformación a la que el mismo, lamentablemente, con su artículo coopera. Su pecado capital intelectual consiste en descontextualizar las acciones estadounidenses e israelíes y en condenarlas con una inmisericordia indigna de su lucidez mental. ¿Pueden los repudiables abusos cometidos en la cárcel de Abu Ghraib eclipsar la totalidad del emprendimiento norteamericano que ha removido del poder al líder mesooriental responsable por la matanza de la mayor cantidad de musulmanes en la contemporaneidad y ha resultado en la liberación de 25 millones de árabes del yugo de uno de los peores déspotas de la historia moderna? ¿Pueden los cuestionables excesos militares israelíes en el marco de un operativo defensivo (impedir el contrabando de armas y explosivos desde Egipto a la Franja de Gaza, armamento empleado para matar soldados y civiles en Israel) llevarlo a uno a sostener que Israel ha perdido la superioridad moral frente a enemigos empeñados en erradicar la presencia judía no de Gaza solamente sino de Tel-Aviv y Haifa también?

A pesar de su brillantez literaria y de su refinamiento cultural, Vargas Llosa evidencia en su nota una incapacidad muy elemental en distinguir conceptualmente entre la perpetración de terrorismo y las medidas de respuesta al terrorismo. O para postularlo de manera más mediática: ¿es la ocupación -estadounidense en Iraq o israelí en las zonas disputadas- lo que fomenta el terror? ¿O será el terror el generador de tales ocupaciones? Veamos.

Norteamérica invadió Iraq para evitar una repetición de la calamidad que sufrió el 11 de septiembre de 2001, oportunidad en la que alrededor de tres mil de sus ciudadanos fueron incinerados en una hecatombe terrorista. Este acto de violencia fue el promotor de la actual presencia de tropas norteamericanas en Iraq. Si bien es cierto que la ocupación de este país árabe genera una resistencia local, debemos reconocer que la invasión ha sido originariamente motivada por el atentado terrorista del 11 de septiembre. Vale decir, fue el terror el generador de la ocupación, y no a la inversa.

En cuanto a la cuestión palestino-israelí, recordemos que el estado judío venía sufriendo terrorismo árabe/palestino, así como guerras y boicots económicos, décadas antes de la ocupación. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue fundada en 1964, es decir, tres años antes de que un solo soldado israelí pusiera una bota sobre Gaza o un solo colono judío construyera un asentamiento en Cisjordania. Aún cuando Israel no ocupaba esos territorios, ya existía un movimiento nacionalista palestino que bregaba, como su nombre indica, por la “liberación de Palestina”. Es legítimo preguntarse que territorios exactamente pretendía liberar, y por qué motivo llevaba la OLP a cabo operaciones terroristas contra israelíes en Jerusalém o Eilat, en tanto la población palestina residía en Gaza y Cisjordania libre de ocupación israelí. Ahí entonces comienza uno a entender que la ocupación de Gaza y Cisjordania no es más que una excusa que la narrativa palestina presenta para justificar su lucha armada contra la totalidad de Israel.

En su artículo, Vargas Llosa invita al lector a “…hacer un esfuerzo, evitar las peligrosas amalgamas y, aun en medio del ruido y la furia, discriminar con un mínimo de racionalidad”. Coincido. Y humildemente sugiero que el sentido de la discriminación nos debería llevar a discernir la naturaleza dispar de los desafíos y dilemas que enfrentan las democracias en tiempos de paz de los que pesan sobre las democracias en tiempos de guerra, y que la racionalidad debería permitirnos comprender que ni Norteamérica ni Israel han de ser juzgadas bajo estándares utópicos de moralidad divorciados del cruento contexto mesooriental en la que ambas naciones hallan sus destinos hoy tormentosamente entrelazados en tanto vanguardistas en la lucha global contra el terror.

28 de Julio de 2004 - 10 de Ab de 5764
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